Brasil continúa impulsando su estrategia de dominio imperialista

Es una lección de la historia que cuando los imperios movilizan las fichas del poder en el tablero internacional, lo hacen con una finalidad específica, generalmente la de ampliar sus espacios de influencia que les permitan asegurar su expansión, antes territorial, ahora económica. Esta es la forma en que se está comportando nuestro principal vecino, el Brasil, que viene fortaleciendo su plan para alzarse con el completo dominio político, económico y comercial de la región, prácticamente sin que nadie se atreva a oponerse a sus afanes hegemónicos. Brasil no cejará en su empeño de reafirmación imperialista. Es de esperar que nuestros países despierten prontamente del profundo letargo en el que se encuentran sumidos para contrarrestar esta cruda realidad.

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Es una lección de la historia que cuando los imperios movilizan las fichas del poder en el tablero internacional lo hacen con una finalidad específica, generalmente la de ampliar sus espacios de influencia que les permitan asegurar su expansión, antes territorial, ahora económica. Esta es la forma en que se está comportando nuestro principal vecino, el Brasil, que viene fortaleciendo su plan para alzarse con el completo dominio político, económico y comercial de la región, prácticamente sin que nadie se atreva a oponerse a sus afanes hegemónicos.

Superada en la década del 80 la histórica rivalidad existente entre Argentina y Brasil, hecho producido más bien por la decadencia del primer país y su estancamiento económico, Brasilia continuó con su plan de reafirmación de su “liderazgo”, el que contemplaba en ese estadio la creación del Mercosur, el cual fue fundado aquí, en Asunción, el 26 de marzo de 1991.

Pasados los primeros años de entusiasmo del citado proyecto, el bloque regional fue sometido a un sistemático desgaste que comprometió de manera determinante sus chances de futuro. Al principio se sostuvo que el Mercosur sería una suerte de copia de la Unión Europea; sin embargo, esa pretensión era completamente irreal, puesto que el Brasil no permitió jamás que el principio de la supranacionalidad estuviera vigente en el grupo, y es sabido que sin este no existen muchas posibilidades de consolidación exitosa en ningún proceso de integración regional.

Adecuadamente evaluadas las debilidades del bloque, inmediatamente la diplomacia brasileña se abocó a la consecución del otro paso de su ambicioso plan de expansión política, económica y comercial. La estrategia suponía la extensión del área de influencia brasileña al resto del América del Sur, lo cual suponía una plataforma de inserción política a escala internacional. De allí que impulsara, en mayo de 2008, la fundación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), cuando ya una mayoría de gobiernos de la región era abiertamente bolivarianos, afines o condescendientes.

Sobre este tema es muy ilustrativo el hecho de que el Brasil asuma la vocería del grupo ante la comunidad internacional. Así sucedió, por ejemplo, el pasado mes de setiembre, cuando la presidenta Dilma Rousseff pronunció su intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas hablando en nombre de la Unasur, relatando las medidas que el bloque impulsa para fortalecer la “democracia” en la región...; desde luego, una democracia presidencial concebida única y exclusivamente desde una perspectiva bolivariana.

Evidentemente, la estrategia brasileña tiende a la consolidación de su liderazgo regional, pretendiendo hasta llegar a ponerse en pie de igualdad con la nación más poderosa del mundo, los Estados Unidos de América, cuya influencia busca contrarrestar por todos los medios a su alcance.

De allí que Brasilia también haya fomentado hace un par de años la creación de un nuevo organismo que disputará liderazgo hemisférico a la Organización de los Estados Americanos (OEA). Para ello, a comienzos de 2010, se procedió a la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que es el tercer estadio de expansión y fortalecimiento hegemónico impulsado por el Brasil.

El plan quedó claramente evidenciado el pasado 25 de setiembre en ocasión del citado discurso pronunciado por la presidenta Dilma ante las Naciones Unidas: “Avanzamos mucho en la integración del espacio latinoamericano y caribeño como prioridad para nuestra inserción internacional. Nuestra región es un buen ejemplo para el mundo” (las negritas son nuestras).

En síntesis, el tercer estadio del plan de expansión política, económica y comercial del Brasil está en marcha, sin nadie que se encuentre en condiciones de obstaculizar su hegemonía o contestar, al menos, las grandes arbitrariedades que se cometen en su nombre. Ni siquiera el Gobierno de los Estados Unidos de América. La actitud complaciente del presidente Barack Obama, de hecho, no hace más que apuntalar la estrategia brasileña.

Evidentemente, un vecino que cobija este tipo de propuestas destinadas a consolidar de manera egoísta su predominio y su influencia no es fiable para nadie, sobre todo porque su estilo de liderazgo se basa en la imposición de la fuerza, tal como pudimos constatar los paraguayos en nuestras propias costillas con la arbitraria suspensión de nuestro país del Mercosur, impulsada por Brasil el pasado mes de junio.

Brasil no cejará en su empeño de reafirmación imperialista, es preciso ser conscientes de ello. Es de esperar que nuestros países despierten prontamente del profundo letargo en el que se encuentran sumidos para contrarrestar esta cruda realidad; de lo contrario, en pocos años más terminaremos convirtiéndonos en un grupito de satélites del Brasil, una sovietización de repúblicas enclenques al servicio de los intereses de una nación angurrienta y opresora.

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