Hospitalidad sin hipocresías

Después de poco más de un cuarto de siglo se producirá la histórica segunda visita a nuestro país de un Supremo Pontífice de la Iglesia Católica, el papa Francisco. El acontecimiento es grato para la mayor parte de los habitantes del país, y así lo está demostrando por medio de preparativos de alegre expectativa. Nada permite dudar de que el Papa tendrá una recepción cariñosa y hospitalaria. Sin embargo, deslucirá enormemente este ambiente que la ocasión sea aprovechada por algunos sectores o personas con intereses meramente oportunistas. Se espera que los políticos, a su vez, no aprovechen las oportunidades de tener cerca la presencia papal para largarse a hacer publicidad de sus campañas electorales. Así como en 1988 Juan Pablo Segundo tuvo la virtud de animar y dar fuerzas a los paraguayos, y de sembrar la simiente para ir desmoronando la oprobiosa dictadura de Stroessner, ojalá en esta oportunidad Francisco también sacuda las conciencias en nuestra nación y sus mensajes sirvan para arrancar las caretas de los hipócritas de todas las esferas que se proclaman defensores y promotores del bien común, pero que se benefician de las necesidades de la gente.

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Después de un poco más de un cuarto de siglo se producirá la histórica segunda visita a nuestro país de un Supremo Pontífice de la Iglesia Católica y jefe del Estado Vaticano, el papa Francisco. El acontecimiento es grato para la mayor parte de los habitantes del país, y así lo está demostrando en todos los segmentos de la población por medio de preparativos y numerosas demostraciones de alegre expectativa.

Como jefe espiritual será atendido por el pueblo católico, cuyos voceros emplearán los medios de comunicación puestos a su disposición para hacerle llegar las expresiones de fe, de júbilo, de preocupación, de tristeza o de esperanza, según cada circunstancia. Pero como Jefe de Estado tendrá que ser recibido por los funcionarios gobernantes, desde el Presidente de la República y los jefes de los otros Poderes del Estado, hasta los ministros que rigen cada aspecto en el que el visitante está involucrado.

En menos palabras, significa que el Papa estará asistido, junto con las autoridades de la Iglesia Católica, por gente del Gobierno, quienes serán los encargados de mostrarle el país, de informarle sobre sus condiciones actuales y de escuchar lo que él opine en los casos que llame su atención e interés, teniendo en permanente consideración que si bien en algunas ocasiones hablará como gobernante de otro Estado, la mayor parte de ellas lo hará como pastor espiritual de una religión a la que pertenece la gran mayoría de los funcionarios paraguayos que le acompañarán.

Nada permite dudar de que el papa Francisco tendrá en este país una recepción cariñosa y hospitalaria. Sin embargo, desluciría enormemente este ambiente que la ocasión sea aprovechada por algunos sectores o personas con interés meramente oportunista, con sentido egoísta, sectario o propagandístico, para realizar huelgas, manifestaciones callejeras, boicot, reclamos impertinentes o clausuras de vías de comunicación; o que busquen el deslucimiento de los actos y celebraciones con intervenciones agresivas o insultantes.

Se espera que los políticos, a su vez, no aprovechen las oportunidades de tener cerca la presencia papal para largarse a hacer publicidad de sus campañas electorales particulares. Sería francamente repudiable que conviertan a tan alta personalidad en simple instrumento impulsor de sus pequeñas ambiciones.

Y queda un punto más: la hipocresía política.

La mayoría de los funcionarios que están gobernando este país, en los distintos organismos que conforman la estructura del Estado, desde los más encumbrados hasta los de rango jerárquico menor, cometen diariamente faltas de todo tipo contra los intereses colectivos, contra los bienes públicos, contra el presente y el futuro del pueblo cuyos destinos manejan.

Los políticos que lo son, se saben corruptos, tramposos, negligentes o desinteresados de la suerte de sus gobernados. Conocen la realidad nacional y entienden perfectamente que las necesidades materiales y culturales que padece un gran sector de nuestra sociedad están causadas, principalmente, por su mala administración de gobierno, su defección moral y su despreocupación humanitaria, de modo que no podrán mirar hacia otro lado si el papa Francisco alude directamente a las obligaciones incumplidas de quienes tienen en sus manos los resortes del gobierno.

Que no se le muestre al visitante –y la prensa internacional que le va a acompañar– solamente lo que los políticos gobernantes desean que se vea. Dejémosle también ante su vista la pobreza y las carencias. Que no se oculten con mamparas, cercos o desvíos de ruta la precariedad material de los ranchos y las viviendas precarias, los mendigos, los analfabetos, los enfermos sin asistencia, las pésimas obras públicas, esas que fueron hechas para robar y no para mejorar las condiciones de existencia de la gente.

Que la hipocresía de exhibir lo agradable y ocultar lo que está mal y no puede justificarse –a lo que los gobernantes y políticos oficialistas suelen ser tan afectos– no aparezca en esta ocasión. El presidente Horacio Cartes, sus ministros, asesores y subalternos directos tendrán la opción de ser sinceros y directos con lo malo y lo bueno, cuando acompañen al papa Francisco en sus actos y recorridos oficiales. Nuestros funcionarios gobernantes deben tener muy en cuenta que el visitante no es ingenuo y que debe estar bien informado de la situación real de nuestro país. Por lo tanto, no se asombrará de la pobreza que vea, del grado de corrupción política ni de las carencias que constate en su breve recorrido por la pequeña parte de nuestro territorio que observará, considerando también que es originario de un país como la Argentina, que atravesó, y aún lo hace, por estos mismos problemas.

De la manera en que los corazones de los paraguayos –y en especial los de nuestras autoridades– estén abiertos para escuchar las críticas y las palabras de aliento y de esperanza que con toda seguridad nos entregará Francisco en sus intervenciones, mucho dependerá la solución de numerosos problemas que hoy aquejan a nuestro país. En tal sentido, basta recordar la inolvidable visita de Juan Pablo II al Paraguay en 1988, que tuvo la virtud de animar y dar fuerzas a los paraguayos, y de sembrar la simiente para ir desmontando la oprobiosa dictadura de Alfredo Stroessner vigente entonces.

Ojalá que en esta oportunidad Francisco también sacuda las conciencias en nuestra nación. Y si bien hoy no tenemos una dictadura como entonces, sus mensajes sirvan para arrancar las caretas de los hipócritas de todas las esferas –los “sepulcros blanqueados” como tan bien los calificara Juan Pablo II durante su visita– que, proclamándose en sus discursos defensores y promotores del bien común, no hacen otra cosa que beneficiarse indebidamente a costa de la salud, la educación y el bienestar de la gente a la que deben servir.

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