Después de la ley, la reforma

Por fin se aprobó la Ley de Educación Superior. Falta la firma del Presidente de la República para su promulgación y su puesta en marcha. Muchísimo trabajo tiene por delante el Ministerio de Educación y Cultura, con especial tarea y responsabilidad del Viceministerio de Educación Superior. No menos trabajo le toca al creado Consejo Nacional de Educación Superior, que debe contar con la colaboración directa del Consejo de Universidades, de la Asociación de Evaluación y Acreditación de la Educación Superior, el Consejo Nacional de Educación y Cultura, las asociaciones de las universidades públicas y privadas y las asociaciones de estudiantes y profesores, no solo de las universidades, sino también de los Institutos Superiores, los Institutos Técnico Profesionales de Tercer nivel y los Institutos de Formación Docente.

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La nueva ley debe ser el gran estímulo para promover una reforma profunda y extensa.

Vistos los flacos resultados que se vienen obteniendo en lo estudios superiores, el bajo nivel de competencias y conocimientos que se adquieren durante los cursos de las carreras profesionales, es necesario y urgente revisar las teorías de aprendizaje vigentes, los currículos, los programas, la didáctica y los sistemas de evaluación y acreditación en todas las instituciones educativas del sistema de educación superior.

La mayoría de los profesores de estas instituciones enseñan siguiendo todavía la metodología del paradigma de la educación conductista. Algunos han incorporado los aportes que trajo el cognitivismo y muy pocos se inspiran para preparar sus clases en el constructivismo.

Es decir, la mayoría de los profesores trabajan en sus clases enseñando con una didáctica que hace décadas fue superada, dejada a un lado por ser una didáctica que no responde ni a la sicología ni a las expectativas de los jóvenes, ni al mejor rendimiento académico deseado.

Más aún, son poquísimos los profesores y profesoras que tienen en cuenta la actual reducción de la vida media de los conocimientos. “La vida media del conocimiento es el lapso de tiempo que transcurre entre el momento en el que el conocimiento es adquirido y el momento en el que se vuelve obsoleto. La mitad de lo que es conocido hoy no era conocido hace diez años. La mitad de conocimientos en el mundo se ha duplicado en los últimos diez años y se duplicará cada dieciocho meses, de acuerdo con la Sociedad Americana de Entretenimiento y Documentación” (George Siemens, 2012,77).

Todos sabemos que hasta hace muy pocos años el acceso a la información y los conocimientos era posible gracias a la función facilitadora de los profesores, con el apoyo de los libros de texto y la biblioteca. Actualmente, y cada día con más densidad y celeridad, el acceso a la información y los conocimientos está al alcance directo de los alumnos, gracias a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), sea por medio de computadoras o celulares, iPad, Tablet, etc.

Este hecho exige a los profesores, sobre todo en educación superior, una revisión a su didáctica y más profundamente un replanteamiento de sus teorías sobre el aprendizaje. Ni el conductismo, ni el cognitivismo ni el constructivismo pueden dar respuesta a los desafíos y potencialidades que ofrecen las tecnologías de la información y la comunicación (por ejemplo, tener memoria externa sucesiva), también superan la presentación lineal del profesor, presentando una información compleja, global, multicultural simultánea, etc.

Ante tantas nuevas posibilidades surge una nueva teoría del aprendizaje, que algunos llaman el “conectivismo”.

Pero sin entrar aquí en profundidades especializadas sobre teorías del aprendizaje, por no ser esta columna el lugar apropiado, sí es importante evocar el tema para dar un argumento más a favor de la urgencia de plantear la necesidad de la reforma de la educación superior.

Son muchos los argumentos profesionales, los argumentos éticos ante tanta corrupción, los argumentos académicos, los argumentos sociales y también los argumentos pedagógicos.

La baja calidad generalizada, salvando algunas excepciones, nos daña a todos, daña al país impidiendo su desarrollo, daña a las familias y sobre todo a los jóvenes. Es hora de unir esfuerzos para levantar definitivamente el nivel de todas las instituciones de la educación superior.

jmontero@conexion.com

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