Dios tiene a gala hacernos saber que nos ama

Todos los años, al filo de la más tierna de las noches, los hombres parecieran olvidar por un momento sus rencores, sus egoísmos y mezquindades, sus pesadillas… y se abrazan y se felicitan y se desean bienaventuranzas a la vista de un Dios envuelto en pañales que al nacer ha dividido en dos partes la historia de la humanidad.

Cargando...

Pero esta alegría que sentimos en la Nochebuena sería tan fantasiosa y desencajada de nuestra realidad como el carnaval si la arrancásemos de su contenido teológico. Sería como evocar una alegría que no existe y un dulce engaño a nuestro crudo cotidiano. No resulta nada fácil asimilar la teología de la Navidad. Es por eso que el amor por Dios no nos compromete tanto como los otros afanes de la vida. Y es por eso también que el amor por Dios se nos presenta apenas como una ecuación cuyo resultado no afecta los móviles de nuestra existencia.

Hay otras “navidades” que nosotros hemos montado en las frías cuevas de nuestros egoísmos. La auténtica es búsqueda, es movimiento, es ganas de abandonar los parajes cómodos y exponerse a los fastidiosos. Tiene sentido solamente si aceptamos dejarnos desinstalar, si abandonamos nuestras poltronas para ir a las malolientes “cuevas de animales”.

No existe un camino que conduce a Dios. Existe, sin embargo, un camino que trae a Dios a nosotros. Y ese camino empieza precisamente en Belén. Sin este camino, todos los nuestros, aún los garantizados con enormes señalizaciones fosforescentes, no conducen a ninguna parte. Nuestro encuentro con Dios solo es posible porque Él mismo ha venido a encontrarnos.

Lleguemos, pues, esta noche junto a nuestro pesebre de ka’avove’i y flor de coco, con nuestro regalo para el recién nacido. Que no nos acongoje nuestra pobreza espiritual. Será suficiente una lágrima de arrepentimiento o un balbuceo de amor. ¡Les deseo feliz Navidad!

*Sacerdote redentorista

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...