El salto atrás

Los que llevamos ya unos añitos en esto no olvidamos nunca lo que costó que la palabra institucionalidad tomara cuerpo en un Estado tan fallido como el paraguayo. Fue a sangre, sudor y lágrimas, literalmente. Nadie que haya vivido la transición democrática puede olvidar que en marzo de 1999 la gente resistió en las plazas en nombre de la institucionalidad de la República.

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Esta no es una frase hueca: significa la prevalencia de la ley por sobre los intereses particulares.

¿Le parece una idea platónica, ajena a la cotidianidad?

Cuando usted espera pacientemente que lo atiendan en el turno del médico -que le costó un mes conseguir- y llega una “amiga con derechos” y la hacen pasar antes.

Cuando está esperando sin molestar a nadie en la fila de la balanza del supermercado, para que le pesen las verduras, y llega la señora maleducada, le da un empujón y planta sus bolsas frente al jovencito de la balanza; o cuando esperando 20 minutos un lugar para estacionar, llega el avivado y se mete, de puro caradura.

En todos estos ejemplos - simples y hasta tontos- se rompe el orden, se quiebra el normal desempeño de las cosas, se quebranta la normalidad. El resultado es la irritación, la anarquía; la ley del más fuerte, la barbarie.

Es lo mismo con el manejo del Estado. Luego del costo en vidas paraguayas, el gran triunfo de la idea -más allá de que los “vencedores” hayan peleado por sus propios intereses- fue que los ciudadanos queríamos vivir conforme a cánones legales, normas justas, oportunidad para todos. Se fueron construyendo unas Fuerzas Armadas ubicadas en su rol, una Justicia Electoral creíble, una Presidencia controlada por los demás poderes. Se logró y respetó la alternancia en la conducción de la nación. Hasta ahora.

Creo que a estas alturas ya casi nadie duda de que el presidente Cartes toca totalmente de oído lo que tenga que ver con teoría del Estado. Mucho menos la maneja con celo como para resguardarlo, sino que, más bien, le da lo mismo.

Inició con aquellas reuniones del Consejo de Ministros en las que participaban sus gerentes. Luego de las críticas, lo que hizo fue suspender el Consejo de Ministros -una figura constitucional- y reemplazarlo por un “centro de gobierno” en el que el que manda es Juan Carlos López Moreira. Este es el nexo entre el manejo de la cosa pública y él.

Fue Presidente “de todos los paraguayos” hasta que en enero de este año, Galaverna y Abdo Benítez se le rebelan y no aceptan la imposición del candidato para presidir la Junta de Gobierno. Es entonces que, ofuscado, se olvida del país y se encaja el corset colorado con un fanatismo digno de un barrabrava y ya no se lo saca más. Propugna que Mburuvicha Róga es el PC de su partido y nos amenaza a todos con el teñido carmesí de las comunas. Y en la misma semana que le hace un guiño cómplice al stronismo, obliga la renuncia de un muy discreto, pero sin dudas institucionalista ministro, con una jugada de poca monta, entre gallos y medianoche, instigado por algún cortesano que le sopla a la oreja que él tiene que “hacer valer su autoridad de comandante en Jefe” de las Fuerzas Armadas.

El salto atrás es inminente. ¿Estaremos los paraguayos dispuestos a que sea irreversible?

ana.rivas@abc.com.py

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