La sabiduría de los ancestros

Nuestros padres y abuelos eran muy sabios. No podían consultar Google, porque no existía internet. No era necesario, porque todos los datos estaban allí en el disco duro, es decir, en el cerebro. Ellos sabían la hora por la posición del sol y eran excelentes pronosticadores del tiempo, anunciando con precisión lluvias o tormentas. Para algunos cultivos, esperaban la luna nueva y conocían a profundidad qué acontecimientos podían ocurrir con la luna llena.

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Nuestros ancestros eran verdaderos médicos; heredaron los conocimientos de las hierbas medicinales de los guaraníes. Dominaban las propiedades curativas de los yuyos, contando con una farmacia natural, en los patios, las veredas, las chacras y los campos. Las abuelas preparaban los remedios para la gripe, los dolores de panza, empachos y py’a ruru, entre muchas otras dolencias. Suico, ka’arê, yerba de lucero, doctorcito y cedrón kapi’i, más otros nombres de hierbas, figuraban en su farmacopea autóctona. Muchas de ellas se utilizan hasta ahora como remedios caseros.

Nadie puede negar que, viviendo en medio de la naturaleza, se enfermaban muy poco. Sus comidas se basaban en semillas, raíces, hortalizas, frutas y verduras. Y si consumían carne, sin dudas, era de gallina casera o de un vacuno, tal vez, sacrificado por el vecindario.

Sin transgénicos, agroquímicos, conservantes o saborizantes, los alimentos eran naturales y frescos. No existían las gaseosas, ni las hamburguesas ni las comidas chatarra. Eso sí que era calidad de vida, y no macana. Entonces no había tanta diabetes, hipertensión arterial, obesidad e incluso cáncer. El menú consistía en locro, poroto, vori vori y otros platos nutritivos y sencillos.

Eran maestros en el arte de la educación y la transmisión de los valores morales. Se amaba y respetaba con total devoción a padres, tíos y abuelos. Y sus consejos eran reglas de oro, a seguir y cumplir a rajatabla. En esos tiempos no se escuchaba casi nada de feminicidio ni violencia intrafamiliar. Tampoco se abandonaban a los ancianos, como sucede hoy día. ¿Por qué cambió tanto esta situación en la sociedad moderna? Porque se perdieron los valores como el amor y el respeto. Y el consumismo vuelve a las personas codiciosas y envidiosas.

La gente de aquella época era solidaria y sencilla. Se preocupaba por sus vecinos, realmente de corazón, y en casos de necesidad, enfermedad y muerte, estaban allí presentes, haciendo un acompañamiento permanente. Sin interés, sin chismentar, sin maldad.

Los que ya vivimos bastante y estamos transitando medio siglo, nos ponemos nostálgicos al pensar en nuestras infancias. Trepando por los mangos y las guayabas y saboreando las frutas en las ramas de los árboles. Recordamos, las frescas lechugas y los rojos tomates en las huertas caseras. Añoramos aquellos pollitos que veíamos nacer en los corrales, las vaquitas y los chanchitos domésticos. Qué suerte tuvimos de crecer en el campo, con patios enormes, donde jugábamos con los amigos y vecinos.

Es cierto, no podemos regresar al pasado, sino a través de la memoria. Pero tal vez podamos rescatar algunas de las sabidurías de nuestros ancestros y ponerla en práctica, con nuestros hijos y nietos. De repente, podemos descubrir que son pequeñas cosas las que nos hacen sanos mental y emocionalmente. Podemos aprender que la alegría y la felicidad no dependen de las cosas materiales, sino de tener un corazón grande y sincero.

blila.gayoso@hotmail.com

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