La violencia verbal

A Salomon Lerner, presidente del Grupo de Alto Nivel de Unasur, en su reciente visita le llamó la atención la violencia verbal de los políticos en vísperas de las elecciones generales. En rigor, tal violencia se da cada día del año con cualquier motivo. La lengua de nuestros políticos se calienta con demasiada facilidad. Este sello que los distingue viene de lejos. Exactamente desde la inauguración de la libertad de expresión al final de la Guerra de la Triple Alianza.¡

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Quien la había inaugurado -o por lo menos uno de los primeros en hacerlo- fue Benigno Ferreira, líder del Gran Club del Pueblo que sería el Partido Liberal, adversario del Club del Pueblo, liderado por Cándido Bareiro, que terminaría siendo la Asociación Nacional Republicana. Estos clubes -siquiera sea de nombre- recordaban lejanamente a los de la Revolución Francesa. El choque ocurrió también en vísperas de unas elecciones, esa vez para la Constituyente.

Benigno Ferreira firmó un documento, en mayo de 1870, con algunas de estas expresiones dirigidas al Club del Pueblo, al que llamaba con desprecio Petit Club López, por su origen en los excombatientes contra la Triple Alianza. Decía Ferreira:

“Caiga sobre los anarquistas la maldición de todos los que aman nuestra querida patria (…) El día de las elecciones triunfará el pueblo, porque ya conoce a sus nuevos y pretendidos déspotas, para relegarlos al más soberano desprecio.

“Bareiro representa la tiranía, su pasado es negro, sus antecedentes pérfidos. No lo dudéis, amados conciudadanos. En Bareiro está encarnado lo más odioso del despotismo; criado y educado por López, además de ser su pariente, defiende en nuestro país y ha defendido en el extranjero la muerte y exterminio del Paraguay.

“Paraguayos: ya estáis avisados. Bareiro os ofrece la horca en su proclama para cuando llegue su dominio. No lo dudéis: ha de cumplir; la sangre que corre por sus venas es la del maldito López”.

El domingo 12 de junio de 1887 se realizaron en Villarrica los comicios para elegir un senador y un diputado. Se presentó para senador por el Partido Nacional (ANR) nadie menos que el general Bernardino Caballero, presidente de la República hasta el año anterior. Se enfrentó al candidato de los llamados “liberales”, “azules” o “taboadistas”. Enseguida, el anunciado encontronazo entre ambos grupos. De la balacera resultaron algunos heridos.

Esta es la reacción de sus respectivos voceros de prensa: “La Nación” defiende a los gubernistas con estos y otros términos:

“Nada bueno tiene que esperarse de los que se llaman liberales, ni tienen en su seno hombres de virtudes políticas, de experiencia, ni prestigio, ni representan servicios que constituyan un título al respecto y estimación pública (…) Tome el gobierno medidas enérgicas que el Partido Nacional íntegro le acompañará en todos los casos para salvar el orden y la libertad que otros ultrajan cegados por las pasiones”.

“El Imparcial”, diario opositor, contesta en su edición del 5 de julio de 1887: “El gran Partido Liberal ha sentido por fin la necesidad de combinar sus fuerzas, de ponerse en batalla para combatir al canceroso caballerismo (…) no teme el puñal de los bandidos caballeristas (…) El caballerismo no es temido porque es un reptil miserable, más bien que imponente, es repugnante cual inmundo gusano”.

A lo largo de nuestra historia política vamos a encontrarnos con este lenguaje soez, chabacano, insolente, con el que los políticos tratan a sus adversarios no solo a los de los partidos rivales, también entre sus mismos correligionarios.

Esta violencia verbal muchas veces ha traído la violencia física cuyo caso extremo han sido las guerras civiles.

No nos queda ni siquiera el consuelo de decir que esos acontecimientos pertenecieron a otros tiempos, a los fundacionales de la vida cívica. Hoy mismo vamos a encontrar en la prensa la falta de sensatez, de respeto, de decencia, que se han pegado al alma de nuestros políticos, independientemente de su grado académico. Benigno Ferreira fue un hombre muy culto pero puesto en la arena política no pasaría a ser mejor, por dar un ejemplo, que ña Deló o cualquier otra persona de su misma naturaleza intelectual.

Está en el ADN de nuestros políticos la palabra exacta para denigrar. Pero al mismo tiempo, para denigrarse.

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