Levantar la vista

SALAMANCA. Cuando aceptó la apuesta pensó que se trataba nada más que de un juego momentáneo, pero cuando vio que la cosa iba en serio su orgullo no le permitió echarse atrás. No se imaginaba entonces lo duro que le resultaría el comienzo y mucho menos podía imaginar el beneficio que le esperaba al final. Y lo logró.

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Juan Pablo Chart Pascual es un muchacho de 19 años que escribió a “El País” contando su experiencia y la carta fue publicada en la sección correspondiente, en un sitio privilegiado. Cuenta allí que un amigo le desafió a que no se conectara a Facebook durante diez días. “Más por orgullo que por recompensa, acepté –escribe Juan Pablo–. Los primeros días, pues como el que deja de fumar, un mono tremendo por ver qué se cocía en las redes en mi ausencia. Llegada la meta, llamé a mi amigo, no para restregarle mi triunfo, sino para darle las gracias: increíble el tiempo que he ganado de verano”.

La carta me vino a la memoria después de recibir ayer una de esas películas breves que vienen a través de YouTube que, si no hubiera estado en inglés, muy bien podría pensar que se trataba de la misma persona. Aparece allí un muchacho, quizá de la misma edad, de cara a la cámara y habla: “Tengo 422 amigos, aún así estoy solo. Hablo con ellos cada día; sin embargo, ninguno me conoce realmente”. Entonces aparece un cartel con la leyenda: “Levanta la vista”. Luego regresa el mismo joven: “El problema está entre mirar a los ojos o mirar un nombre en la pantalla. Porque al volver a mirar a mi alrededor me doy cuenta de que este medio al que llamamos “social” no es nada, excepto cuando encendemos nuestros ordenadores y con eso cerramos nuestras puertas”.

Juan Pablo, el de la carta, dice: “Propongo un método para ello [sobre la decisión de tomar parte o no en las ‘redes sociales’]: analizar el verbo ‘saber’: saber el tiempo que nos lleva, saber cuánto me enriquece, saber si teniendo conocimiento de todo lo que comen, beben, escuchan y sienten mis ‘amigos’ fortalece mis relaciones sociales. Y con estas y mil preguntas más a las que uno puede llegar, analices el verbo ‘desconectar’....” Casi en el mismo sentido el muchacho del vídeo dice: “Toda esta tecnología que tenemos es solo una ilusión: la comunidad, la compañía y el sentido de inclusión. Y aún cuando dejas este dispositivo de ilusión te despiertas para ver un mundo de confusión; un mundo en el que somos esclavos de la tecnología que dominamos, donde la información es vendida por algún rico y codicioso bastardo. Somos felices cuando compartimos una experiencia. Pero, ¿es lo mismo si nadie está ahí?”.

Estas ideas de esclavitud a la máquina dichas por un joven podrían sonar a los idealismos propios de la edad. Lo llamativo es que palabra más, palabra menos, lo dice también Lewis Mumford, uno de los grandes pensadores norteamericanos del siglo XX, en el ciclo de seis conferencias que ofreció en la Universidad de Columbia en ¡1951! “Hay que transformar el propio mundo de la técnica: la salvación reside no en adaptar pragmáticamente la personalidad humana a la máquina, sino en readaptar la máquina, fruto ella misma de la necesidad de orden y organización que tiene la vida, a la personalidad humana” (“Arte y Técnica”, Ed. Pepitas de Calabaza, Logroño, 2014, p. 48).

En su carta Juan Pablo propone analizar el verbo “desconectar” y sigue: “Desconectar para conectar con la gente de verdad, desconectar para no tener en la cabeza 2.000 cosas absurdas y que a las tres o cuatro que tienen importancia no puedas dedicarle ni 10 segundos porque estás actualizando Facebook, Twitter e Instagram. Desconecta para disfrutar del mundo tal cual es, sin filtros, ‘likes’ y ‘RT’”, concluye.

Por su parte, el joven del video advierte: “Nos estamos volviendo antisociales y no podemos encontrar satisfacción en mirarnos los unos a los otros. Así que apaga la pantalla y levanta la vista”.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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