Los que huyen

SALAMANCA. Me fijé que en una de esas miniencuestas que se realizan en la edición digital de nuestro diario, se preguntó si la gente aprobaba que el Paraguay le ofreciera asilo a quienes hoy se encuentran huyendo de las guerras que ha desatado el Estado Islámico (EI) en una extensa región que abarca varios países de Oriente Medio. Debo confesar que me sorprendió que hubiera una opinión favorable mayoritaria en las respuestas, pues siempre pensé que en nuestro país hay una fuerte corriente de xenofobia (odio u hostilidad hacia el extranjero). Estaba equivocado.

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Desde hace más de un año, en buena parte de Europa Central, en el suroeste del continente y en el Mediterráneo, especialmente entre África y las costas italianas, se está viviendo un drama humano de características estremecedoras. Posiblemente, desde la Segunda Guerra Mundial, no se ha vivido nada parecido tanto por el desplazamiento de personas como por la cantidad de muertes que se registran.

El conflicto provocado por el Estado Islámico no se centra en Siria, sino abarca una larga franja que incluye parte de Irán, Irak, Afganistán, sur de Turquía y, desde luego Siria y Líbano. La crueldad demostrada por estos islamistas fundamentalistas ha sembrado el terror entre la población civil, ya que no es necesario que uno sea combatiente; baste con que consideren que alguien sea un pecador, que no cumpla el Corán de acuerdo a sus interpretaciones, que sea de la rama chií en lugar de suní o que se le acuse de ser blasfemo o hereje, para que sea decapitado en la plaza pública. Uno de los últimos decapitados fue el jefe de arqueología de los yacimientos históricos de Mosul, por no querer decirles dónde se encontraban los restos arqueológicos de mayor valor de la zona. Lo acusaron de cometer idolatría.

Mientras escribo estas líneas, llegan noticias de Austria, donde se encontró abandonado, no lejos de Viena, un camión frigorífico con más de cincuenta cadáveres en su interior; gente que iba huyendo de esas guerras y posiblemente murieron asfixiados. Las mafias del norte de África y de la costa mediterránea siria y libanesa prometen a los desesperados fugitivos cruzarlos a la costa griega, principalmente a la isla de Lesbos o a las costas italianas. El “pasaje” puede costar entre dos mil y ocho mil euros (entre 12 y 48 millones de guaraníes). Los sitios más baratos son los de las bodegas donde, encerrados por centenares, mueren asfixiados por la falta de aire o envenenados por los gases de los motores de la embarcación. Todos los días se leen noticias de estos barcos que son abordados por la marina italiana, griega o barcos humanitarios de Suecia, como el “Poseidón”, para encontrarse con decenas de muertos.

Ángela Merkel, criticada frecuentemente por sus políticas económicas, es una de las pocas que ha pedido a Europa que muestre su lado solidario, mientras en su país, Alemania, especialmente en las regiones que constituyeron la República Democrática de Alemania, surgen los grupos de neonazis que se oponen, incluso de manera violenta, a que se les dé asilo. Por esto es importante que Latinoamérica le abra sus puertas, recordando que fue la inmigración en siglos pasados, la que enriqueció nuestros países.

En Paraguay tenemos un importante núcleo de origen sirio-libanés a quienes llamamos impropiamente “turcos” pues, cuando emigraron, sus países estaban dominados por el Imperio Otomano, que fue desmantelado por Kemal Atatürk en 1923, proclamó la república y modernizó el Estado, ese mismo que hoy, el actual presidente turco, Recep Tayyip Erdogan se empeña en retroceder alrededor de un siglo en la historia. Abrirnos a estos inmigrantes, a más de ser un acto de profunda humanidad, nos puede enriquecer en muchos sentidos. La tolerancia nos hará mejores. Solo el fanatismo es embrutecedor.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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