Mostrar la escalera

Cuando veo en las esquinas con semáforos a niños, jóvenes y adultos que están “limpiando parabrisas”, creo que están encaminados a reeditar y multiplicar la miseria en sus descendientes. Además pienso en la gente que logró salir de la indigencia o que creció económicamente.

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Sin aseverar si la acelerada migración campesina es culpa de unos o de otros y esperar soluciones del Estado, me gusta recordar a la gente de mi entorno que emergió de la pobreza y que hoy tiene una mejor calidad de vida sin la ayuda directa del Gobierno; se trata de personas comunes, sin cualidades extraordinarias, que pasan desapercibidas.

Por ejemplo, mi amigo don José, que vivía en una suerte de “Chacarita”, en una plaza ocupada del Barrio Herrera. Su historia es que tras cumplir su servicio militar en la Marina, trabajó como estibador y empleado en el comercio de un coreano, en la zona de Garibaldi (Clorinda’i), donde aprendió la disciplina y los secretos de dicha actividad; luego se desempeñó como empleado en la despensa de un paraguayo, cuya “llave” compró posteriormente; y más adelante también adquirió la propiedad donde funcionaba dicho comercio, en el centro de Asunción. Hoy don José es un próspero microempresario, que ofrece a su familia todos los beneficios de la vida moderna.

Otro es el caso de mi amigo “Pantera”, que durante su niñez vendía diarios y hoy es un respetado licenciado en enfermería, especializado en fisioterapia deportiva, cuyos hijos tienen un nivel socioeconómico muy superior al que él tuvo en su niñez.

Igual que los mencionados, tengo una larga lista de personas que vivían con severa carencia material y que trabajaron desde niños en diversas actividades, camino que hoy está “vedado” por los derechos de los niños.

Entonces, al buscar un denominador común acerca de cómo salieron de la pobreza dichas personas, veo que no hay recetas, pero estoy casi seguro de que nadie recibió regalos como los que hoy el Estado da a los “pescadores”, a los “productores de chía”, etc., sino que el crecimiento económico logrado es el resultado de un largo esfuerzo en el tiempo, impulsado por el ferviente deseo de superación, un gran amor al trabajo, disciplina y responsabilidad, antes que la inteligencia académica o preparación educativa.

Pero el gran desafío es cómo incorporar el deseo de superación, el amor al trabajo y los otros valores en los indigentes, ya que son actitudes intrínsecas que no son fáciles de enseñar ni aprender. En algunos casos, se las adquiere por imitación de alguien que se admira o respeta. También hay casos en que se las asume gracias a sabios consejos recibidos de personas que se aprecian y que se quedan grabadas en la historia personal, porque se dieron en el periodo sensitivo adecuado del desarrollo infantil.

Para ir todavía más allá se deberá trabajar en la orientación a los jóvenes, en lo que los expertos denominan la inteligencia financiera y el sentido del ahorro, cuando logren sus primeros ingresos.

Entonces, lo que podríamos hacer la gente común es ayudar a ese niño pobre que está en nuestro entorno, del que somos amigo o podríamos serlo, y tratar de encaminarle, “mostrarle la escalera”, como si fuera un hijo, para que busque subir no hacia el tener, sino hacia el querer ser alguien en la vida, primero con el estudio o en su defecto con el trabajo.

Podríamos comentar que existieron grandes personas que cuando niños eran muy pobres, por ejemplo, Thomas Alva Edison, gran benefactor de la humanidad, que por la necesidad vendía diarios en trenes. O recordar que la energía más poderosa en el universo no es la atómica, sino la voluntad, según una frase del científico Albert Einstein.

Y dar a conocer ejemplos de superación como el de Elizabeth Murray, una indigente cuyos padres eran dependientes de las drogas, que se fijó como objetivo estudiar en Harvard y lo logró.

pizzurno@abc.com.py

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