Nos comen la chipa guasu

Alguien lanzó una voz de alarma: “¡Los argentinos nos roban la chipa guasu!”. Era falsa. La apócrifa “torta-choclo” no llegó a instalarse en las cartas gastronómicas argentinas. El mismo presunto autor del presunto plagio lo desmintió pública y gentilmente. 

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Es que los porteños ganaron fama de dedicarse a intentar escamotear, calcar o falsificar bienes culturales del vecindario, como quien penetra de noche bajo las alambradas a robarse las gallinas o las mandiocas de la huerta. Artistas, letras, canciones, danzas, gastronomía, ponchos y sombreros, artesanía variada y hasta denominaciones indígenas provenientes de distintos orígenes, fueron insertados en la folletería turística argentina como propia. 

En materia cultural, los porteños padecen un hándicap histórico difícil de revertir: el hecho de que sean descendientes de europeos occidentales y, por ende, de no tener más influencia cultural que la heredada de estos. La crisis de identidad porteña se manifiesta en el momento de desear exhibir logros autóctonos. Todo les fue difícil en esto; tuvieron que meterse con la gastronomía, la música, la danza, la artesanía y muchas otras expresiones que suelen servir como identidad de las naciones. 

Con el tango y sus principales cultores tienen una paternidad disputada con los uruguayos. Con la zamba, el carnavalito, la litoraleña, etc., pugnan contra Chile, Bolivia y Paraguay. Ya patentaron el “rock argentino” y la “cumbia viyera”. En esa generosa ampliación del patrimonio cultural argentino entraron productos muy diversos. Lo primero que en ese juego perdimos los paraguayos es el dominio de la yerba mate que, pese a provenir de este suelo, a ser una bebida autóctona guaraní; y aun sin que importe haber sido clasificado botánicamente con el nombre de “Ílex paraguariensis”, en los diccionarios y enciclopedias de habla hispana figura como planta argentina. Y sus delegados hacen consignar en esos libros que el mate es la “bebida nacional argentina”. A nosotros nos dejan la aloja y a los uruguayos el Paso de los Toros. 

Una gran parte del patrimonio cultural porteño –especialmente lo relativo a géneros artísticos– está pues, hoy en día, compuesto de un sinnúmero de elementos seleccionados y extraídos de los alrededores, reconfigurados, reembolsados y etiquetados, se diría, para que se consuma en el mundo con su marca. 

María Moliner, por ejemplo, consigna en su erudito diccionario que la “chipá”, que es de Argentina –dice– es una torta de maíz o de mandioca (¡qué le habrán dado de probar a esta pobre mujer!). Lo curioso es que el Diccionario de Americanismos –que es más reciente y tuvo ocasión de enmendar el error– afirma rotundamente que la chipa es “una torta de harina de maíz o mandioca, queso, huevos y otros ingredientes”, seguido de la sorprendente afirmación que dicha torta es originaria del Paraguay y de la Argentina. ¿De la Argentina? ¿Será la “torta-choclo”? ¿Ya habrá llegado a top of mind en España? 

De modo que esos diccionarios, por ejemplo, proseguirán mintiendo al decir que el ñandutí está “hoy muy generalizado en América del Sur para toda clase de ropa blanca”. Para no ser tremendistas, recordemos que la práctica del hurto cultural es un hábito mundial y no solamente regional. El más fuerte roba al más débil. El autor consagrado plagia al desconocido. El artista rico pone su firma al pie de la obra del artista pobre. Y quien tenga mayor influencia sobre las academias inserta en los diccionarios lo que desee. A menudo, intentar desmentir estas adulteraciones cuesta más trabajo y lleva más tiempo que dejarlas pasar. 

Veamos un dato consolador: un señor Eibinder dedicó un lustro de su vida a descubrir errores en la famosa Enciclopedia Británica, consiguiendo reunir, todos los que halló, en un libro de 390 páginas. Alguien debería hacer lo mismo aquí. 

Muy justo sería que los países menores y sus modestos creadores y artistas no sirvan apenas para rellenar algunos vacíos que existen en las primorosas estanterías culturales de los países dominantes. De cualquier modo, no se llevarán la chipa guasu. Nos dejaremos imitar pero jamás despojar de su marca.

glaterza@abc.com.py

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