Prueba de compromiso

La semana pasada corrió como reguero de pólvora a través de las redes sociales un mapa de nuestro país con una amplia franja de espacio, a lo largo de la frontera Este, limítrofe con el Brasil, ocupada por sojeros extranjeros.

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Este plano generó una inquietante idea que me remitió a la franja de gaza, donde se lleva a cabo una matanza para liberar tierras de colonos judíos instalados en territorio palestino.

Hace poco se publicó también que nuestro país es ahora el tercer exportador mundial de la oleaginosa, luego de estar en el cuatro lugar.

Este hecho fue ampliamente celebrado por diferentes sectores de la economía nacional.

Sin embargo, tengo ciertas dudas respecto a este punto y si deba ser un motivo para alegrarnos, atendiendo el costo social, ambiental y económico que ello implica. Me inclino a sospechar que se trata de una victoria pírrica.

El monocultivo de la soja acaba con la biodiversidad. Los agroquímicos que emplea matan todo lo que no sea la oleaginosa y la destrucción de bosques y cursos de agua vino aparejado con este “boom” comercial iniciado hace un par de décadas.

El costo social es tanto o más catastrófico: miles de jóvenes abandonan todos los años sus chacras para engrosar los cordones de pobreza en las ciudades, en las cuales se convierten en vendedores callejeros. Algunos optan por ser contrabandistas hormiga en las ciudades de frontera, y otros, tal vez más afortunados, son mano de obra barata en el rubro de la construcción o el servicio doméstico en el extranjero.

Muchos abandonan sus chacras por ignorancia, porque no supieron encontrar o crear mejores oportunidades. Otros en la creencia de que en la ciudad tendrán mejores oportunidades como también están aquellos, hay que decirlo, no desarrollaron una cultura del trabajo y el esfuerzo como camino de superación.

Hasta hace unos 30 años un citadino que visitaba a algún pariente en “la campaña”, además de comer de todo, regresaba cargado de naranjas, maíz, mandioca, huevos, gallinas. Los campesinos eran los “mboriahu ryguatã”, pobres pero satisfechos. Hoy esta situación prácticamente es una leyenda en nuestro país.

Nadie discute que la producción agrícola, tecnificada y empresarial, significa generación de riqueza. No se trata de cuestionar la iniciativa y buena fe de quienes aprovecharon las ofertas ventajosas de personeros que durante la época de oro de la “reforma agraria” del estronismo fueron beneficiados impúdicamente con miles y miles de hectáreas de tierra virgen. Un capítulo de nuestra historia reciente que para muchos expectables ciudadanos es mejor dejarlo bajo tierra.

Pero preguntémonos: ¿Cómo se distribuye y dónde va a parar esa inmensa riqueza?, de seguro que no a los hospitales, a la educación y a mejoras de infraestructura.

Nos alegramos de ser uno de los más grandes exportadores de soja, mientras crece la pobreza del sector campesino; nos enorgullecemos de exportar carne de primera calidad al mundo, mientras nos meten de contrabando desde Brasil un producto de inferior calidad para nuestro consumo. Supuestamente somos los “dueños” de la ilex paraguariensis, pero nos inundan de palillos de yerba mate que son desechos para nuestros vecinos.

Nos hinchamos como galleta en agua con eso de que somos los primeros productores de energía limpia, pero le regalamos la electricidad a países vecinos, mientras seguimos cocinando a leña, y entramos en corto circuito cuando nos llegan las abultadas facturas de la Administración Nacional de Electricidad (ANDE).

Este “mapa” que, según mi modesto entender, nos pinta de cuerpo entero, es un desafío para las autoridades que en agosto próximo tomarán el timón de nuestro país. También es una prueba del grado de compromiso con la nación a la que dicen comprometerse a servir.

Ojalá el próximo gobierno tenga el coraje, el interés y la capacidad real para resolver los problemas de ese “Paraguay profundo”, largamente postergado.

jaroa@abc.com.py

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