Recuerdos hechos cenizas

Se llama Rocío. Es joven, pero en su mirada y en su cuerpo pueden verse las profundas huellas de una vida dura: no pudo estudiar, tiene dos niños pequeños y en su vientre acuna a una niña que está por nacer. Del padre solo recibieron el abandono.

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Todos los días sale a la calle con sus hijos, junta latitas, las vende y con lo que gana, con suerte, le da de comer a sus pequeños. Pero, como toda madre, quería darles algo más y encontró la posibilidad de hacerlo el día en que una persona le ofreció “venderle” un pedazo de tierra o lo que es lo mismo, el sueño de tener un hogar propio.

Primero, le pidieron G. 50.000 por el cable ensamblado; vendió latitas y juntó el dinero. Para alcanzar los G. 120.000 para pagar la topografía tuvo que caminar un poco más. Apenas había reunido ese monto, cuando de nuevo le pidieron G. 150.000 para la mensura, además diez mil semanales para el agua.

Para ella, la cantidad era ya demasiado elevada, con dos niños y el avanzado embarazo implicaba rebuscarse más entre la basura.

A Rocío nunca antes le tendieron una mano. Es una madre, como tantas de cualquier clase social, que no tuvo de otra que quedarse sola con los niños. La diferencia es que a ella le toca hacerlo sin nadie. El Estado no la asiste, no la ayudó, no la protegió ni antes, ni después. Lo dice ella, lo dicen su piel y su andar.

Unos meses más tarde, ahora, se despierta bien temprano buscando vivir un día más. Eran las 06:00 de la mañana y al salir de su pequeña pieza de madera terciada y chapas se encuentra con un centenar de policías nerviosos pateando y quemando todo a su paso. La vida se le paró por un instante mientras veía a la gente correr y juntar lo poco que para ellos era mucho, o simplemente todo.

Rocío, antes que exigir respuesta del Estado ante tanta vulnerabilidad solo cuenta que fue víctima de una estafa, que desconocía que estaba incurriendo en un delito, que no le explicaron, pero a lo mejor para las autoridades una mujer embarazada, que junta latitas ya con dos niños pequeños puede ser una persona muy peligrosa.

Ella estaba entre las personas que fueron desalojadas de unas tierras en Moras Kue, Luque, el miércoles último.

El día del desalojo ya entrando la tarde comenzaba a compartirse en las redes la foto de una mujer embarazada. Era la misma Rocío echando lágrimas frente a las cenizas que quedaban de sus sueños. Esa imagen sirvió, por un lado, para críticas, y por el otro para que por primera vez recibiera la ayuda que nunca le dio el Estado. “Fue el peor día de mi vida, se quemaron todas mis cosas”, relata y menciona que entre sus pertenencias –con mucho pesar– se quemaron sus recuerdos, todos.

Esperemos que la justicia busque al que estafó a Rocío y que rinda cuentas por el delito, porque aprovecharse de la necesidad y la ignorancia de la gente, debería ser doble delito.

Ocurrió en Luque, la justicia procedió a desalojar a personas que ocupaban ilegalmente un terreno, en la misma ciudad en donde Óscar González Daher adquirió muchos inmuebles, y que pese a todas las denuncias los sigue teniendo. Algo que, lastimosamente, parece privado para Rocío porque hasta sus recuerdos se convirtieron en cenizas.

Si las instituciones públicas se replantean la forma de actuar en estos casos, y ante gente como Rocío, haciéndolo desde el lado humano se evitaría dejarlos más vulnerables.

maria.gomez@abc.com.py

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