Trabajar en vez de estudiar

Debido a nuestra condición de país pobre, un millón de adolescentes y jóvenes se encuentran fuera del sistema educativo, pues su prioridad es buscarse el pan de cada día para subsistir. El 56% de los paraguayos de entre 15 y 19 años no asiste a un centro de enseñanza, según un informe del Fondo de Población de NN.UU. y la Secretaría Nacional de la Juventud. El 15,5% de este grupo etario (con un predominio de 74% de mujeres), además de no estudiar, tampoco trabaja.

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El país cuenta con 6.700.000 habitantes; el 28,7% de la población tiene menos de 15 años de edad, y 27,8% son adolescentes y jóvenes, por lo que más de la mitad de la población es menor de 30 años. En la adolescencia, la inasistencia escolar es del 29%, mientras que en el grupo de 20 a 24 años, la no educación captura a 2 de cada 3 jóvenes (66%).

La situación es más crítica para las niñas y adolescentes mujeres, quienes se ven obligadas a abandonar el colegio, principalmente por estar embarazadas o haber sufrido abusos sexuales cometidos por miembros de su entorno familiar.

En estas condiciones, el futuro de la nación no puede ser tan prometedor; una sociedad que no privilegia la adecuada educación integral de sus niños y jóvenes está condenada al estancamiento, al así nomás luego somos, al ya da ya y al no se puede. El malsano hábito de la resignación nos mantendrá inevitablemente como furgón de cola entre los países que intentan progresar social y económicamente.

El grave problema de la deserción de los adolescentes y jóvenes del sistema educativo no es achacable solo al Gobierno actual; es una falencia que se arrastra desde tiempos remotos. La combinación de pobreza, ignorancia y ausencia de políticas públicas correctivas reproducen, una y otra vez, esta pobre formación de nuestra población juvenil.

La ciudadanía y los voceros habituales de la opinión pública suelen señalar periódicamente las pesadas falencias en el funcionamiento de las instituciones públicas y también en la actividad privada: mala administración, negligencia, dejadez, corrupción y acciones delictivas de diversa naturaleza. Aunque resulte triste admitirlo, muchas de estas cosas ocurren porque un segmento importante de nuestra población carece de una educación formal y de una formación profesional, lo cual, aunque sea en forma indirecta, crea espacios para la comisión de hechos ilegales.

El adolescente o el joven que no está dentro de un proceso educativo formal, es presa fácil de las actividades que se realizan al margen del marco legal; la deserción escolar se convierte, con frecuencia, en el primer paso hacia la informalidad, hacia la sobrevivencia a cualquier precio, hacia un mundo donde no hay valores ni principios de una convivencia civilizada.

El país está minado de problemas sociales y económicos, y es difícil saber a cuál carencia otorgar prioridad. Pese a la magnitud y diversidad de males que combatir, la deserción educativa de niños, adolescentes y jóvenes debería ser una preocupación fundamental del Gobierno y de la sociedad civil.

ilde@abc.com.py

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