El virus de la violencia lo tenemos dentro, en la sociedad

El sacerdote español Julián Carrón es el líder del influyente movimiento católico Comunión y Liberación, uno de los movimientos más fuertes de la Iglesia Católica y muy próximo al papa Francisco. Durante una corta estadía en Asunción, Carrón lanzó su última obra “La belleza desarmada”, donde reflexiona sobre la violencia terrorista que se abatió sobre Europa y la respuesta cristiana a ese flagelo. En esta entrevista se interroga si el virus no lo tenemos dentro de la sociedad.

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–De qué se trata “La belleza desarmada”. Parece el nombre de un poema...

–Es una frase que se me ocurrió escribiendo un libro después del famoso atentado del Bataclan en París (el 13 de noviembre de 2015, con 137 muertos por un ataque de terroristas suicidas musulmanes). Yo me preguntaba qué encuentran esas personas islámicas que vienen a Europa para destruir todo, cuando les vienen esos deseos de destruir algo tan caro para nosotros. ¿Cómo les podemos desafiar, no con la violencia, sino poniendo delante un atractivo, una belleza desarmada de la fe que les pueda cautivar al punto de hacerles cambiar de actitud y no tengan que destruir lo que ven?

–Ellos ya vienen con una violencia suicida...

–Tenemos chicos que llegan para estudiar, a veces con una barra de hierro en la mochila. Podrían ser potenciales delincuentes o potenciales violentos. Pero con el tiempo, al sentirse acogidos, pueden cambiar e integrarse. El problema es si nosotros tenemos la capacidad de ofrecer algo tan absolutamente bello que pueda desarmarlos.

–¿No es un riesgo proclamar el desarme ante el peligro que significa?

–Esto no quiere decir que la sociedad no tenga que poner todos los medios para poder responder desde el punto de vista de la seguridad. Pero el problema no se resuelve solo con el despliegue de la policía y su inteligencia, porque, está comprobado, no tendremos suficientes policías para evitar estas tragedias. El problema para mí es un problema cultural, un problema religioso, un problema que tiene Europa y tenemos todos los demás cuando llega alguien a nuestros países. La cuestión es buscar algo que encuentren lo suficientemente atractivo como para no querer destruirlo. Y esto no es un problema de Europa únicamente. Es un problema que tiene Estados Unidos, en otros países.

–El muro es una respuesta para (Donald) Trump...

–Con eso no resolvemos el problema. “El virus lo tenemos adentro, en nuestra sociedad”, decía el gran sociólogo Baumann. Si no tenemos la capacidad de ofrecer algo que sea más interesante que la violencia, no resolvemos la violencia; solo la cerramos adentro. Es un desafío que tenemos: ver cómo delante de los cambios que están sucediendo, como dice el Papa, hay focales en nuestra sociedad para encontrar el modo no violento de resolver el problema.

–La invasión musulmana, los refugiados, ¿son un peligro para la Iglesia?

–Yo no creo que sea un peligro. Depende de cómo se viva la fe. Depende de la salud del cristianismo. A nosotros no nos plantea ninguna crisis. Al contrario, nosotros (el movimiento Comunión y Liberación) ayudamos a los chicos musulmanes de los barrios de Milán. Tenemos locales para los que tienen dificultad de estudiar. Los acompañamos. Ellos están contentos y quieren integrarse. Para nosotros, lo que hacemos es una muestra de la vitalidad de nuestra fe. No tenemos necesidad de hacer proselitismo con ellos, sino transmitir con nuestra solidaridad el gozo que significa pertenecer a la fe cristiana. Ellos pueden permanecer en su creencia. Para nosotros, no significa ninguna crisis. Al contrario, es una muestra de la gracia que nosotros hemos recibido y que compartimos libremente sin ningún tipo de imposiciones. Es un ofrecimiento que hacemos a la vida de los que llegan. Y, de verdad, somos los primeros sorprendidos de cuánto se muestran agradecidos por lo que hacemos. Los que vienen de afuera pueden tener una religiosidad que puede ayudar a los occidentales a despertar su fe. Tenemos que preguntarnos si hemos perdido algo o no hemos perdido nada de nuestra fe. Es un desafío para la Iglesia.

–¿Es suficiente, como dice el Papa, la oración y el silencio, en este caso por los ataques personales que recibe después de los escándalos que sacuden a la Iglesia?

–El Papa no dice “solo la oración y el silencio”. La vida cristiana no es solo oración y silencio. Son situaciones complejas. No sabemos cuánta parte de verdad tienen estas cosas. Es evidente que han surgido ciertos datos que son innegables: equivocaciones y pecados que los últimos papas, Benedicto y Francisco, han abordado sin ataduras cuando llegaron a su conocimiento. Me parece que ha sido patente el compromiso de no querer encubrir nada. Yo no quiero entrar a discutir todo lo que se dice alrededor de estas controversias. Es difícil, porque mucho de lo que se dice, de la forma como se transmite, no merece crédito. Sucede a veces con las fake news (noticias falsas). Se disfraza como verdad una noticia falsa y, en realidad, se vende una cosa por otra. Entonces, sucede que uno, a lo mejor sin mala intención, cree tener todos los datos, y resulta que solo tiene una visión parcial de las cosas.

–Usted y su movimiento, que sabemos es muy cercano al Papa, ¿no ven que haya un peligro de cisma en la Iglesia?

–No me parece que pueda haber elementos fundamentales, doctrinales, para hablar de cisma o algo semejante.

–Esa reacción de cardenales que disienten con Francisco, ¿tiene que ver con su origen latinoamericano?

–En parte, sí. No olvidemos el choque que produjo la llegada de Juan Pablo II. Tanto se hablaba de su historia polaca como de su personalidad exuberante que impactaba. Yo no sé si son las raíces latinoamericanas de Francisco lo que pesa, o si es en realidad su personalidad, su humanidad, su carácter. Francisco tiene sus propios ingredientes que lo hacen absolutamente único.

–Renunció a vivir en el lugar habitual de los papas.

–Yo pienso que mucho de esto tiene que ver con una forma suya, personal, de vivir la vida. Basta ver cómo se relaciona con las personas; basta verlo en los momentos públicos como en los momentos más cotidianos. Él necesita estar en contacto con las personas. El solo pensar que se podía sentir aislado en una parte de Ciudad del Vaticano ya le hacía huir de pensar sentirse enclaustrado. Eso no le entraba por su fibra más íntima. Me parece tan legítimo que el Papa quiera tener un tipo de contacto humano que le haga actuar en un modo diferente a esa imagen un poco demasiado hierática de lo que es un Papa. Su actitud desconcierta a muchos, y a otros (cardenales disidentes) les afecta. Lo que hace el papa Francisco no es otra cosa que lo que sucedió en el origen del cristianismo. Con hechos y con palabras simples que entiende todo el mundo, pues, suscita un atractivo. El cristianismo siempre ha sido así. Lo que hace el papa Francisco es desarmante en cierta forma. Por sus gestos y sus palabras que llegan a todos, muchísimas personas están recuperando su deseo de vivir la vida de la Iglesia.

–¿En cuántos países está radicado el movimiento Comunión y Liberación?

–Prácticamente, estamos en 90 países. Como no nos es posible visitar a todos, hacemos cada cierto tiempo un encuentro con los responsables en cada continente. Acabo de llegar de São Paulo, donde hemos tenido un encuentro con sacerdotes y los que viven la vocación de consagrados.

–Su movimiento es uno de los más fuertes de la Iglesia ¿Dónde radica el éxito de su difusión?

–El origen es italiano, del norte de Italia. El fundador fue Luigi Giusani, sacerdote de la diócesis de Milán. Allí empezó a trabajar con los jóvenes de la Acción Católica. Dio clases de religión en un liceo estatal de la ciudad, y ahí surgió. Ahí empezó a surgir el movimiento en forma espontánea, a raíz de las clases de religión que impartía.

–Tiene que ver con liderazgos...

–Tiene que ver con la propuesta profunda de una forma de vivir el cristianismo que atrae.

–¿Cuál es?

–La sencillez, como fue el cristianismo en sus comienzos. Por Jesús, quedaron fascinados, y algunos empezaron a seguirlo. Andrés, Juan... Estos le dicen a Pedro, y después le dicen a Natanael, y así sucesivamente. Y empezaron a estar con él por el atractivo que su presencia suscitaba. Lo mismo sucede ahora. Si uno encuentra que vivir la fe significa una mayor intensidad en la relación con su mujer, una mayor razón para ir a trabajar, una mayor luz para vivir su enfermedad, una mayor ilusión para preocuparse por las necesidades de los demás, pues entonces esta plenitud de vida atrae y no quiere perderse. No hay ninguna otra regla más.

holazar@abc.com.py

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