El maravilloso mundo de Jason

¿Qué razón empujaría a Jason Tang, un exagente inmobiliario de 45 años, a cambiar su cómoda oficina, su elegante traje negro y su nada despreciable sueldo fijo por una bicicleta, dos mudas de ropa deportiva, una carpa de camping y un erhu (violín chino)? Conocer el mundo. Jason, de origen taiwanés, lleva tres años pedaleando. En su recorrido de 32.000 km visitó 19 países; en el Paraguay se hizo fanático de Cerro Porteño, probó el asado y bollo, y aprendió a ejecutar Recuerdos de Ypacaraí.

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De estar cara a cara con la muerte en el desierto de Atacama, a un concierto en el Hard Rock con su violín chino; de estar durmiendo en “hoteles de mil estrellas” en el medio del campo, a contar su historia en un estudio de radio; de estar cinco días solo en medio de la nada, y hablar con llamas y alpacas, a recibir el aplauso de la cantante argentina Fabiana Cantilo en un tete a tete… así es el maravilloso mundo de Jason Tang, un taiwanés empeñado en conocer el mundo en su bicicleta.

Tang Kai Yu, o simplemente Jason, tenía 40 años cuando decidió que conocer el mundo dejaría de ser un sueño lejano y, tal vez, imposible. En su oficina de agente inmobiliario en Taipéi, capital de Taiwán, cuando el tiempo libre le daba, barajaba las posibilidades que extendieran su horizonte geográfico más allá de la isla de Formosa. Un día cualquiera tuvo la respuesta: lo haría en bicicleta. “Era la opción barata y divertida de conocer gente y lugares”, comenta Tang, mientras acomoda su bicicleta, una Giant gris a la que le faltan tres años para jubilarse, en un aparte del estudio fotográfico. “Hasta entonces solo conocía dos países: China Continental y Japón”, agrega al recordar los inicios de su travesía, que lo ha traído al Paraguay, lugar en el que estará hasta principios de diciembre.

Un año después comenzó el operativo de preparación: en 12 meses, Tang se hizo cocinero, experto en origami y músico de erhu o violín chino. Lo primero, para sobrevivir y, también, intercambiar recetas a los lugares adonde llegara. Lo segundo, una habilidad que le permitiría hacer regalos de agradecimiento a quienes lo ayudaran a cumplir su sueño en cada país. Lo tercero, la forma en la que ganaría dinero para sus siguientes destinos.

Pero faltaba un detalle: ah sí... aprender a andar en bicicleta. Un reto que primero fue visto con ojos curiosos por sus parientes, quienes ni se imaginaban lo que tenía planeado. Hasta que…

Con el permiso de Buda

Fue unas semanas antes de cumplir 42 cuando fue de visita a su ciudad natal: Chingshui, Taichung, a 200 km de la capital taiwanesa. Allí, luego del almuerzo, le contó a su padre, Tang Chien Chih, de 77 años. Él lo miró en silencio y llamó a la sala a la madre de Jason, Lin Chiu Chu, de 75 años. Como en la casa manda la señora Lin, ella escuchó en silencio la noticia de que su hijo, el tercero de los cuatro, decidía viajar en bicicleta por “algunos países del mundo y que le tomaría tal vez cuatro meses volver a Taiwán”. Lin se retiró de la sala sin decir una palabra. Jason aguardaba impaciente y nervioso que su madre le dijera algo. Casi media hora después, ella irrumpió en la sala y le dijo: “Buda dijo que sí, que te podés ir de viaje”.

Aurora boreal y un deseo

Así, tiempo después, en octubre de 2013, emprendió viaje y su primer destino fue Australia. “Oh, los canguros”. Luego, Canadá, lugar en el que presenció por primera vez en su vida el espectáculo natural de luces danzantes que conocemos como aurora boreal. “Fue excitante. En un momento me vi saltando y gritando de alegría en medio de un lugar de descanso al costado de la carretera. Pero me di cuenta de que estaba solo y no tenía con quien compartir mi alegría. Entonces, posteé una foto en mi cuenta de Facebook y pedí un deseo: la próxima vez que viera una aurora boreal sería con la persona que yo elija para mi compañera de vida”.

Jason siguió pedaleando por la vida. Pasó por los Estados Unidos, lugar en el que se emocionó hasta las lágrimas cuando fue a Broadway a ver la obra El Fantasma de la Ópera. “Toda mi vida había visto videos, disfrutado de la música, pero ver a los intérpretes en vivo y en directo fue algo emocionante y maravilloso”, dice. Le siguieron otros países, como Guatemala, Honduras, Colombia, Nicaragua, Panamá, Perú, Brasil, Bolivia, Argentina, entre otros.

De cara a la muerte

Chile, por ejemplo, será uno de los países que Jason jamás olvidará; tampoco la palabra desierto. Por un error de cálculos, la travesía para cruzar el Atacama duró más de lo previsto, y se quedó sin provisión de agua y comida. Por cinco días no vio pasar a nadie por la carretera y ya casi desfallecía de sed. “De tan solo que estaba, a veces, veía algunas llamas y hablaba con ellas”, recuerda. Hasta que finalmente un conductor boliviano lo vio, le dio agua y lo llevó al siguiente punto. Tampoco olvidará Perú, donde lo asaltaron y despojaron de todo; menos de su bicicleta. Tardó un mes en tener de vuelta su pasaporte y que le enviaran desde Taiwán los elementos necesarios para seguir el viaje.

Entonces, llegó al Paraguay proveniente de Brasil. Cruzó el Puente de la Amistad y se quedó en Ciudad del Este, donde compartió con sus compatriotas, y recorrió Itaipú y Salto de Monday. Desde ahí emprendió viaje a Asunción y llegó en 10 días, haciendo paradas en diversas ciudades. Ahora se encuentra en la capital, donde conoció a los ciclistas de Bicicentro, se aloja en la casa de un compatriota taiwanés y es entrevistado por diversos medios de comunicación, en los que habla con brillo en los ojos de su travesía.

De aquí le espera Sudáfrica y otros países circundantes, y tres años más de pedaleo. Entretanto, Jason encuentra oportunidades, como dar su propio recital como una estrella en el Hard Rock Café de esta ciudad. A modo de despedida, toma su erhu, lo acomoda a la cintura, toma aire y el arco y, antes de deslizarlo por las únicas dos cuerdas del instrumento, dice: “Porque estoy feliz de conocer las maravillas del mundo, voy a interpretar Que maravilloso mundo –What a wonderful world–”, y los acordes nos llevan a trepar los verdes árboles, surcar los cielos azules, surfear las nubes blancas y escuchar a las personas que en su saludo nos dicen I love you. Así es el maravilloso mundo de Jason.

mescurra@abc.com.py

Fotos ABC Color/Heber Carballo/Celso Ríos/Jason Tang.

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