Más que lazos de sangre

El amor familiar es el más poderoso de todos, pues da vida en distintas formas. La historia de dos hermanas que desde hace seis años comparten algo más que lazos de sangre es un ejemplo de ello. Mediante un trasplante de riñón, hoy están más unidas que nunca.

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Las hermanas Carolina y Carmiña Quiñónez se llevan apenas un año de edad; vivieron una infancia feliz, llena de juegos y pequeñas aventuras junto con su madre, doña Lidia Peralta. Desde temprana edad, se distinguían sus rasgos: mientras a Carolina le interesaban otras cosas, Carmiña se dedicaba más al estudio. “Fue siempre una excelente alumna y, hasta hoy, continúa realizando permanentemente cursos, especializaciones y masterados. Es algo que le apasiona”, cuenta con orgullo Carolina.

Sin embargo, la juventud no fue una de las etapas más lindas para las hermanas, ya que a los 17 años, tras unos molestos síntomas, Carmiña fue diagnosticada con lupus, una enfermedad reumática sistémica y crónica, de origen autoinmunitario. El tratamiento contra esta enfermedad duró varios años, en los que tuvo que consumir fuertes drogas que iban dañando otros órganos de su cuerpo. Precisamente, el primero de los que se resintió fue el hígado y, poco después de los 30 años, Carmiña empezó a realizarse diálisis, un procedimiento de soporte vital para limpiar los productos de desecho en la sangre, eliminando el exceso de líquidos y controlando la química del cuerpo cuando los riñones de una persona no funcionan. Esta etapa fue una de las más difíciles, ya que, además, la carga emocional de un paciente que se dializa es tremenda; las horas se hacen eternas en cada sesión, según relata la propia Carmiña, y no se puede realizar una vida normal, ya que, entre otras cosas, el consumo de líquido es restringido. “Ni siquiera podía beber agua normalmente en los días de intenso calor. Fue un calvario y uno se deteriora muy rápidamente”, recuerda.

Para Carolina, tampoco era una vida fácil, pues su inseparable hermana pasaba sus peores días, pero ella desde el principio tuvo una determinación. “Cuando le diagnosticaron lupus y, al informarme de lo que conlleva esto, ya me enteré que era casi seguro que ella necesite un trasplante en algún momento. Nadie me pidió nada, no me plantearon nada, ni siquiera Carmi, pero desde ese día yo viví consciente y ya sabía que en algún momento le iba a donar uno de mis riñones”, dice.

Cuando llegó el momento de dializar, Carolina supo que también era hora de emprender el largo camino que les llevaría al trasplante e iniciaron los trámites, estudios clínicos y el que en aquel entonces era el más costoso: la prueba de compatibilidad. “En IPS no se hacía y el precio era de USD 1000 en un hospital privado. Logramos reunir el dinero y pudimos hacernos la prueba. A los pocos días, nos confirmaron el resultado que esperábamos y empecé con todo lo que implicaba dar uno de mis riñones, porque el donante también debe preparar su cuerpo para la intervención”, explica Carolina.

Las hermanas recuerdan perfectamente el día de la operación. “Entró ella primero, yo estaba en una sala adjunta, casi tan fría como el quirófano. No sabía qué le estaban haciendo a mi hermana en ese momento. Luego de unos minutos, me ingresaron allí; estábamos a pocos metros. El resto no lo recuerdo con claridad, solo sé que a mi hermana le habían sacado un pedazo de ella y estaban poniéndomelo a mí; era un pedazo de vida, algo que me devolvió a la vida”, dice Carmiña.

Afuera, en los pasillos, aguardaba doña Lidia, para quien los minutos eran eternos. Sus dos únicas hijas estaban en una pequeña sala de quirófano. Del resultado de esa intervención dependía el futuro de las tres. Afortunadamente, la operación fue un éxito. “Como donante, diría que lo más duro fue la recuperación, puesto que, al contrario de mi hermana, yo no estaba acostumbrada a los procedimientos médicos. Pero con certeza puedo decir que fue la mejor decisión que tomé en mi vida, no lo dudé ni un minuto, me hizo renacer también a mí como persona. Es mi hermana y por ella daría mucho más. La gente me decía muchas cosas, me preguntaban cómo me animaría y si no me daba miedo no poder hacer una vida normal con un solo riñón. Hoy, estoy contenta por no haberles escuchado, porque puedo hacer mi vida igual que todos, me cuido lo suficiente y vivo con la satisfacción de haber hecho lo correcto. Ver a mi hermana padeciendo con la diálisis fue algo muy doloroso y la satisfacción de verla hacer una vida normal ahora es lo más hermoso”, dice Carolina.

El posoperatorio corrió con naturalidad para Carmiña, quien hasta hoy sigue cuidadosamente las indicaciones y toma su medicación en regla; algo fundamental para garantizar el éxito de la intervención. “Lastimosamente, hay gente que luego del trasplante, al sentirse bien, abandona los cuidados y lleva una vida sedentaria o alocada. La mayoría de estos casos termina costándoles la vida. Conocemos varios casos de personas más jóvenes que yo que fallecieron por no haberse cuidado”, dice la paciente.

Dar vida

Las hermanas Quiñónez —en una amena charla— hablan de la importancia de donar órganos. “Si la gente estuviera consciente de lo maravilloso que es darle a otra persona una segunda oportunidad para vivir y disfrutar del mundo, todo sería mejor”, dice Carolina.

Carolina, la más cariñosa, abraza a su “hermanita”, como ella la llama, y responden con optimismo que todo lo malo ya pasó. “Solo nos queda disfrutar de nuestra hermosa familia”, finalizan.

mbareiro@abc.com.py 

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