Piezas en el tablero

Sobre las relaciones ocultas entre literatura y poder, y a propósito de cierta apología del piropo publicada hace unos días por uno de los miembros del jurado del «más prestigioso premio de las letras castellanas».

José Lezama Lima (La Habana, Cuba, 1910-1976).
José Lezama Lima (La Habana, Cuba, 1910-1976).GENTILEZA

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«Only connect»

E. M. Forster, Howard’s End.

Pocas personas habrán reparado, en medio de la algarabía global por el premio Cervantes 2021 a la uruguaya Cristina Peri Rossi, en que uno de los jurados no fue un escritor sino un periodista, el cubano Ciro Bianchi. Tampoco yo lo había notado hasta que ayer una joven escritora cubana amiga mía protestó en sus redes sociales por una columna aparecida en Cuba Debate, «Piropos». En ella, Bianchi –a quien la revista nos presenta como «destacado intelectual», «consagrado periodista» y «sagaz entrevistador»– afirma sobre el piropo que, «aunque en ocasiones diga lo contrario, una mujer siempre lo agradece», y que, «más que la muchacha joven y linda, que, como un político en día de elecciones, sale a la calle en busca de sufragios, lo valora con más fuerza la mujer que va dejando de merecerlo».

(Confieso que tampoco me había llamado la atención que entre los jurados del Cervantes hubiera un periodista –ni siquiera sé si será habitual o excepcional que los haya– y que solo lo mencioné porque he visto hacerlo a otros que saben más que yo –de premios literarios, francamente, cualquiera sabe más que yo–, señalando además que hay escritores cubanos, como José Kozer o Leonardo Padura, más capacitados, en su opinión, para ser jurados que Bianchi.)

Les ahorraremos más citas textuales de Bianchi a los lectores, que pueden leer su columna entera cliqueando el enlace que encontrarán en las notas al final de este artículo (1). Baste indicar lo obvio en los pasajes arriba transcritos: la atribución de intenciones («la muchacha joven y linda» que vemos pasar las tiene, nos asegura Bianchi: ella «sale a la calle en busca de sufragios»), sentimientos (los de «la mujer que va dejando de merecerlo [el piropo]» y que –Bianchi, omnisapiente, dixit– «lo valora con más fuerza») y aun mentiras («aunque en ocasiones diga lo contrario…»). En su bola de cristal, Bianchi lee la mente de la mitad de la especie humana y gracias a eso sabe bien lo que ésta busca y para qué sale a la calle, lo que merece y va dejando de merecer y lo que realmente (y de aquí al «no es sí» no hay ni media baldosa de distancia), aunque diga lo contrario, siente.

Pero el aplastante autoritarismo de Bianchi no tiene por qué descalificarlo como jurado. Se puede ser reaccionario y buen lector, misógino y buen periodista, etcétera. Solo que al leer su columna –falta de las virtudes de forma y contenido que la presentación de Cuba Debate permitía esperar–, también a mí, finalmente, me extrañó su designación (¿a que atribuir tal prestigio? ¿quizá en el inconsciente político piropear es higiene contra la «gusanera de la Revolución» –como llamaba Castro a la homosexualidad–, y los Bianchi, soldados en el heroico friso de sus barbudos próceres, administradores de su herencia bélica concentrada en una autoridad estatal con la que el poder dictatorial no desentona, esbirros de un orden al cual –uniformado, sin desmedro de las connotaciones de la «feminidad» como colonial y débil, por la Federación de Mujeres Cubanas– el elemento femenino de una nueva sociedad virilmente nacionalista y antiimperialista quedó productivamente integrado? Sepan excusar estas digresiones: ante los enigmas, especular siempre es lo más ameno).

En suma, terminé sintiendo curiosidad. ¿Quién es Ciro Bianchi y por qué está diciendo esas cosas de quienes sencillamente osamos pedir que nos dejen andar en paz por la calle? me pregunté, para descubrir –magia del motor de búsqueda, que al escribir esa frase me llevó en medio segundo a su antepasada y gemela idéntica–, con franca diversión, que lo mismo se preguntaba, también un día de diciembre, pero de 1994, Guillermo Cabrera Infante en la revista Vuelta con un artículo titulado: «¿Quién es Ciro Bianchi y por qué está diciendo esas cosas de mí?» (2):

«La revista Proceso ha publicado una entrevista con un tal Ciro Bianchi en que me alude y me ataca –escribe un desconcertado Cabrera Infante–. Pero ¿quién es Ciro Bianchi? Nunca oí mentar su nombre en Cuba ni en el exilio, no está en el Diccionario de la Literatura Cubana, ni siquiera entre sus camaradas compiladores. No aparece, literal ni literariamente, por ninguna parte. Ahora se proclama albacea literario de José Lezama Lima y se describe como un Eckermann para el Goethe de Lezama».

¡Así que se trata del «Eckermann de Lezama»! Pero, nos advierte Cabrera Infante, cuando a Eckermann-Bianchi le preguntan sobre la prohibición de Paradiso «en el dudoso paraíso castrista, dice que no tiene noticias de que Fidel Castro prohibiera la novela».

Cuando cayó Batista –bajo cuya dictadura estuvo preso por publicar un cuento con palabras procaces en inglés y tuvo que usar seudónimo (así nació G. Caín) para seguir escribiendo sobre cine en Carteles–, Cabrera Infante fue uno de los intelectuales revolucionarios que con más entusiasmo ayudaron a instalar el socialismo en Cuba, y cuando Carlos Franqui, director del periódico Revolución, órgano del Movimiento 26 de Julio, lo invitó a participar, creó el suplemento cultural Lunes de Revolución. Tenía 30 años, como Franqui, pocos más que sus colaboradores, todos poetas y revolucionarios que llenaron Lunes con debates políticos y arte de vanguardia, publicaron desde clásicos «inequívocos» como el Manifiesto Comunista hasta poemas del suicida Maiakovski, disidente malgré lui, y no se privaron de incluir a autores como Virgilio Piñera (cuyo Teatro completo –cuenta Juan Goytisolo– el Che Guevara, furioso, tiró al piso al encontrarlo en la embajada cubana en Argelia, porque «qué hacía allí un libro de ese maricón» –el libro, por supuesto, fue retirado–), notorio homosexual.

Luego cayó el ocaso, y después el acoso: Lunes había congregado a demasiadas personas de talento y, peor aún –aunque son dos caras de la misma moneda–, cada una era socialista a su modo –como corresponde, por supuesto–. Lo pagarían caro. Pero no nos adelantemos, volvamos al momento inicial de favor y esplendor, cuando, como triste y honestamente confesará Cabrera Infante en Mea Cuba:

«Desde esa posición de fuerza máxima nos dedicamos a la tarea de aniquilar a respetados escritores del pasado. Como Lezama Lima, tal vez porque tuvo la audacia de combinar en sus poemas las ideologías anacrónicas de Góngora y Mallarmé, articuladas en La Habana de entonces para producir violentos versos de un catolicismo magnífico y obscuro –y reaccionario. Pero lo que hicimos en realidad fue tratar de arruinar la reputación de Lezama» (3).

Era superfluo: Lezama, autor de la más monumental novela cubana del siglo XX, enfureció por su cuenta a los comisarios culturales con el capítulo VIII de Paradiso –tan pronto se publicó, recuerda Heberto Padilla, «a su casa de la calle Trocadero empezaron a llegar los informantes, los que querían hacerlo desaparecer de la escena literaria» (4)–, temeridad que le valió el ostracismo hasta su muerte. Pero que el «Eckermann de Lezama» y promotor del piropo integre el jurado que premia en la obra de Peri Rossi «su compromiso continuo con temas contemporáneos como la condición de la mujer y la sexualidad» (5) otorgándole el políticamente correcto Cervantes 2021 es un regocijante giro de guión, porque si Lezama, homosexual y católico, era doblemente ingrato al régimen, su Eckermann tiene que ser, por machista-leninista (citando un juego de palabras popular sotto voce en la isla), dos veces grato.

Lezama vio caer en desgracia a los jóvenes de Lunes, que se mofaban de su obra. En 1961, el gobierno alertó de una invasión estadounidense y el noticiero envió al camarógrafo de 18 años Orlando Jiménez Leal a filmar al pueblo armándose para luchar patrióticamente contra el imperialismo. El joven volvió con 4 minutos de todo lo contrario, que fueron a la basura, pero quiso seguir filmando y fue con Sabá Cabrera, hermano menor de Guillermo Cabrera Infante, a poner cámaras en la noche habanera de baile y tragos. El resultado es PM, corto de 14 minutos. El estreno en cines requería la aprobación de una junta. «La película no solo está prohibida, sino confiscada», les dijeron. Guillermo Cabrera Infante reunió firmas para exigir que levantaran la censura y descubrió que no era un brote aislado de despotismo sino la punta del iceberg.

Vino entonces la famosa reunión de los escritores con Fidel, cuando puso la pistola en la mesa y dijo aquello de con la Revolución todo y fuera de la Revolución nada (o algo así), y Néstor Almendros se marchó, exclamando: «¡Esto le hizo Stalin a Eisenstein!» (6). Pero no nos engañemos: de no haber existido PM, habría sido otro el pretexto, como resulta obvio por las acusaciones de Alfredo Guevara, que Blanqui recuerda así:

«Acuso a Lunes y a Revolución de intentar dividir la Revolución desde el interior; de ser enemigos de la Unión Soviética; de revisionismo y confusionismo ideológicos; de introducir tesis polacas y yugoeslavas, exaltar el cine checo y polaco; de ser portavoces del existencialismo, el surrealismo, la literatura norteamericana, el decadentismo burgués, el elitismo; de ignorar las realizaciones de la Revolución; de no exaltar las milicias…» (7).

Ellos, fruto dorado de la Revolución, se creyeron omnipotentes: «Sin saberlo –dirá Cabrera Infante–, éramos también esclavos». Años después, el Caso Padilla sería la versión en color y remasterizada de ese ensayo en blanco y negro.

Una mañana de 1971 llegaron a casa de Lezama, acompañados por un oficial de Seguridad del Estado, tres amigos suyos, entre ellos Heberto Padilla, que horas más tarde, en la siniestra autoinculpación que lo obligaron a realizar en público, delataría a Lezama –entre otros– por criticar en privado a la «Revolución».

Que nunca fue en privado lo descubrió Lezama cuando el oficial sacó una grabadora, apretó una tecla y lo hizo escuchar su propia voz criticando al gobierno. Intelectuales oficialistas como Bianchi podrán negar que Lezama (y Piñera, y otros) fue vigilado y hostigado hasta el fin, pero esto –que el mismo Padilla cuenta (8)–, lo prueba un documento –con epígrafe del general Raúl Castro: «El diversionismo ideológico, arma sutil que esgrimen los enemigos contra la Revolución»– encontrado por el investigador Jorge Luis García Vázquez en los archivos berlineses de la Stasi, donde debió llegar por intercambios entre servicios afines, que afirma que la cultura es campo de ataques contrarrevolucionarios que se las tendrán que ver con la Seguridad del Estado, el Partido Comunista y las organizaciones de masas, y habla de los expedientes operativos abiertos contra Heberto Padilla («Caso Iluso») y José Lezama Lima («Caso Órbita») (9).

Muerto Lezama, comenzó la apropiación de su figura y su obra desde el poder, y cuando su hermana Eloísa publicó en Madrid sus cartas, que delataban la situación en la que vivió sus últimos años, «Ciro Bianchi Ross recibió la misión oficial de combatirlas. Así que reunió en un volumen los textos lezamianos que alababan a la revolución y sus héroes: Imagen y posibilidad (Letras Cubanas, La Habana, 1981)» (10). Aunque «había días en que Lezama –testimonia Andrés Reynaldo, que lo conoció en su ciudad– agonizaba de asma en espera de unos paquetes de medicinas enviados desde España o EEUU y cuyos cuños de entrada acusaban una deliberada retención» (11), su Eckermann negaba –dice Cabrera Infante en 1994– y sigue negando –reitera en un reciente libro, citado al final de este artículo, Fermín Gabor– las penurias de Lezama. Hoy impulsor del piropo, ayer encargado de reescribir los hechos para volver a Lezama útil a la imagen de la «Revolución», este jurado del premio más prestigioso de la literatura en castellano ilustra cómo la política determina a nivel internacional y desde hace muchas décadas qué escritores son visibles y cuáles no. El poder, que sabe castigar implacablemente la desobediencia de genios como Lezama, sabe también premiar la obediencia (con perdón del Eckermann histórico) de sus Eckermann.

«Bianchi –escribe Cabrera en 1994–, como todos los funcionarios de Cuba, miente.» «Para ellos, por ellos, voy a hacer pedazos esta Ciropedia», anuncia, y a reglón seguido denuncia: «Lezama fue marginado antes, durante y después de la revolución». Bianchi, acusa Cabrera Infante, al hablar del velorio de Lezama omite a Reinaldo Arenas, «que sí estuvo en la funeraria», y el padre Gaztelu, «miembro del grupo Orígenes, ahora exiliado en Miami, también desaparece del relato», añade, y fulmina: «Es que en la Cuba castrista hay hombres invisibles, pero algunos son más invisibles que otros».

Invisibles, desviados ideológicos, políticos, sexuales, artísticos, escritores fuera del juego de un mercado editorial que recompensa la adhesión al discurso dominante –lo comprobó el autor de Tres Tristes Tigres cuando, tras publicarle la novela en 1967, Carlos Barral (ese «jefe (de empresa)» dispuesto a defender a Cuba «hasta la última peseta»), le rescindió el contrato–, enfrentados otrora, Lezama y Cabrera Infante terminan reconciliados.

¿Y el apologeta del acoso callejero, el Eckermann de Lezama, el piropeador del régimen? Se lo preguntaba Cabrera Infante en 1994, me lo preguntaba yo hoy: ¿qué pieza es esta en el tablero de las relaciones entre mercado, literatura y política? Finalmente, no me importa. Me basta con saber quién fue Lezama Lima: el que en 1968, como presidente del jurado de la UNEAC, no cedió a las presiones para no darle el premio de poesía Julián del Casal a Heberto Padilla (que había escrito en Lunes un furibundo ataque contra él, que lo delataría pocos años después, sin que Lezama lo denostara por ello ni le guardara rencor), el que se negó a firmar la carta de censura contra Padilla, que, entonces crítico de la deriva estalinista del régimen, ya no era grato al gobierno, el que escribió que «…ellos no quieren saber que trepamos por las raíces húmedas del helecho…», el que, cuando Tomás Eloy Martínez, que fue a entrevistarlo en La Habana, le mencionó a Cabrera Infante, que ya se había marchado del país, exclamó: «Dígale, por el amor de Dios, que no regrese», el que, en 1961, cuando, alegando falta de papel, suprimieron el suplemento cultural Lunes de Revolución, defendió a todos los jóvenes que lo habían denostado en esas páginas.

Notas

(1) Ciro Bianchi Ross: «Piropos», en Cuba Debate, 27/11/2021. Disponible en línea: http://www.cubadebate.cu/especiales/2021/11/27/piropos/

(2) Parece que apareció días antes en otro medio, pero no tengo los datos. La publicación de Vuelta se puede leer en línea aquí: https://issuu.com/annlea/docs/quien-es-ciro-bianchi

(3) Guillermo Cabrera Infante: Mea Cuba (Madrid, Plaza & Janés, 1992).

(4) Heberto Padilla: La mala memoria (Madrid, Plaza & Janés, 1989).

(5) «La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi recibe el Premio Cervantes 2021», France24, 10/11/2021: https://www.france24.com/es/cultura/20211110-premio-cervantes-cristina-peri-rossi-escritora.

(6) Juan Cruz: «Cuando el comandante mandó parar», en El País, 03/03/2011. En línea: https://elpais.com/diario/2011/03/03/cultura/1299106801_850215.html

(7) Carlos Franqui: Retrato de familia con Fidel (Barcelona, Seix Barral, 1981).

(8) Heberto Padilla, op. cit.

(9) Fermín Gabor: La lengua suelta (Los Cuatro Vientos, 2020).

(10) Ibídem.

(11) Andrés Reynaldo: «Contra las disculpas del miedo», Diario de Cuba, 02/11/2019. En línea: https://diariodecuba.com/cuba/1572696267_3994.html

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