Arte y tragedia: las premoniciones

El año en el que estalló la Primera Guerra Mundial, Giorgio de Chirico pintó a su amigo el poeta Guillaume Apollinaire: es el «Retrato premonitorio de Guillaume Apollinaire», título que no tardó en verse siniestramente justificado.

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La historia del arte está llena de extrañas premoniciones. Por mencionar una sola, en 1914, ese año en el que comenzó la entonces llamada con horror y asombro «Gran Guerra» (y que hoy, tristemente, conocemos tan solo como la «Primera»), Giorgio de Chirico pintó un retrato de Guillaume Apollinaire. Es un busto clásico, marmóreo, ciego, con unas gafas de sol como agujeros negros o cuencas vacías. A sus espaldas, como su sombra, proyecta su perfil una silueta masculina que sobre el fondo oscuro de la sien izquierda lleva dibujado el blanco círculo de un objetivo.

De Chirico tituló ese cuadro «Retrato premonitorio de Guillaume Apollinaire», y el término «premonitorio» surgido de su imaginación cobró sentido real cuando dos años después, en el frente de combate de la guerra que ese año, decíamos, comenzaba, Apollinaire recibió un balazo, de cuya herida nunca se recuperó, en la sien izquierda.

La negra sombra que se proyecta a sus espaldas de perfil no tiene ojos; y el busto que sin ver, vidente de la nada, mira directo al frente, está obviamente ciego. ¿Se trata –es, supongo, la lectura más rápida, o la más fácil– de un cerrar los ojos al mundo exterior para (como se espera que haga el creador, el artista, etcétera) escuchar la propia voz interna? ¿Son estas reiteradas y enigmáticas evocaciones pictóricas de la invidencia –y quizá también de la videncia– una alusión al oficio de Apollinaire, el de poeta, por alusión al poeta por antonomasia, Homero? ¿Son, más bien, un símbolo de ese tipo de ceguera por la cual la persona retratada, y todas las personas, marchamos hacia nuestro futuro inevitable –quizá porque nadie puede mirar con los ojos abiertos el propio destino– fatalmente (es decir, conforme a la noción trágica, antigua, de lo fatal, ciegos)?

Apollinaire murió poco después de recibir aquel balazo, en 1918, por la «gripe española» que contrajo en el frente. Un posible factor de tal desenlace fue su salud quebrantada a consecuencia de esa herida, según se ha especulado. Quizá, más que víctimas pasivas, seamos generalmente los artífices de nuestro propio fin. Guillaume Apollinaire, que, nacido en Roma y radicado en París desde los diecinueve años, había solicitado la ciudadanía francesa, cuando estalló la Gran Guerra se alistó como voluntario, y como voluntario fue que acudió al encuentro de la herida de la cual, al morir, no se había recuperado todavía (nunca lo hizo).

Si la historia del arte está, como decíamos al comienzo, llena de extrañas premoniciones, una de las cuales hemos recordado hoy, los surrealistas fueron tal vez los que mejor supieron reconocer su importancia –por otra parte, una de las más terribles premoniciones artísticas de las que nos quedan evidencias materiales es la de un surrealista, el pintor rumano Víctor Brauner, obsesionado con los ojos y la ceguera mucho antes del trágico accidente que lo dejó ciego–, entre la de otros fenómenos que en ocasiones parecen indicar una inexplicable ciencia en fenómenos fronterizos con la locura, como el sueño y la alucinación.

Apollinaire había muerto ya cuando, en 1924, André Breton (que en 1917 había visto, en el estudio del poeta, aquel «Retrato premonitorio» pintado por De Chirico) escribió el primer Manifiesto Surrealista, pero el inventor del neologismo «surréalisme», o al menos el que nos consta que lo utilizó por vez primera, fue precisamente Apollinaire, en el subtítulo de su obra teatral Les Mamelles de Tirésias (Las tetas de Tiresias), calificada por él como «drama surrealista» y estrenada en París en 1917.

Y quizá tres años antes del estreno, De Chirico lo había pintado ciego como el profeta griego del título de esa obra, Tiresias, que no podía ver lo visible, pero sí lo invisible –esto es, eso que los demás no vemos nunca: el porvenir–. Nunca le cuadraron mal al griego De Chirico las referencias a los mitos y tragedias de su tierra natal. Pues Giorgio de Chirico (1888-1979) había nacido en el mismo pueblo del cual partieron Jasón y los argonautas en busca del vellocino de oro, el pueblo de Volos. Desde él viajó a Italia y Alemania, y llegó a Francia, al cabo, país al que también fue a dar el poeta Wilhelm Albert Wlodzimierz Apolinary de Kostrowicki (1880-1918), a.K.a. Guillaume Apollinaire, más conocido como «Apollinaire», sin más, nacido en Roma y crecido en Mónaco. Por otra parte, si bien Apollinaire y De Chirico son considerados, respectivamente, un poeta y un pintor surrealistas, el primero fue más bien, como vimos, el heraldo (o el profeta) del movimiento proclamado oficialmente como tal en la década posterior a la de su precoz fallecimiento, y el segundo quizá hubiera preferido definirse a sí mismo como un pintor «metafísico», en alusión a una estética –la suya, la de De Chirico– esencial, en efecto, para «leer» gran parte –la más inquietante– de su cuantiosa iconografía pictórica. Ah, pero fue también el poeta Apollinaire quien –como crítico de arte, en ocasión de una exposición de 1913 en el Salón de Otoño de París– había bautizado con ese nombre, «metafísicas», las obras de aquel mismo artista que algunos años más tarde, sobre un lienzo, suspendió el tiempo en estupefacta contemplación de las leyes secretas del Azar y la Fortuna, y con ojos absortos pintó su muerte.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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