Elsinore y Neverland

Una breve interpretación personal del Hamlet shakespereano como tragedia que trata de la Muerte, del Tiempo y del misterioso conflicto humano con el cumplimiento, más que de los temores, de los deseos.

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LO PERPETUO Y LO POSIBLE

La tragedia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca, me parece, ilustra el miedo al cumplimiento en general, al cumplimiento en sí mismo, es decir, a todo cumplimiento, tanto si lo es de algo deseado como si lo es de algo temido, el afán de no concluir nada para no verse uno mismo como un ser hecho de una vez por todas, como un ser ya caracterizado por su acto cumplido, concluso, cuyas características lo definen, en un anhelo de sustraerse al tiempo, ya que en el tiempo todo lo que llega a ser deja de ser, perece, y por eso es mejor quedarse al margen de la vida para evitar ser blanco de la muerte, limitarse a persistir como una mera posibilidad de serlo todo sin llegar nunca a ser nada, porque el término del ser mortal es ese mismo, la nada, pero no lo es el de la mera posibilidad de ser, porque solo perece lo que existe, lo que ha llegado a ser, lo que está vivido, y quien no nace no puede morir. Hamlet encuentra toda clase de obstáculos para realizar algo, la venganza que pesa sobre él como un deber, y de posposiciones, tanto que toda la obra se parece a un rodeo, a un dar vueltas a algo, a un rumiar y no hacer.

En este sentido, en el de la suspensión de las realizaciones, de las realidades, de la realidad, en el de la suspensión de todo lo que no sea el estado de la pura posibilidad, el indeciso ha huido con igual terror de los fracasos y de los triunfos al mundo del perpetuo presente de la infancia eterna, mundo en el que nada es aún nunca y en el que todo está siempre por ser: Hamlet, ensimismado, se ha sumido en su universo paralelo a Elsinore, en el universo encantado, risueño, congelado del País de Nunca Jamás, imaginario reino de Neverland donde los niños no crecen. Niños perdidos, que no pueden despertarse, que han extraviado el camino de regreso al tiempo real.

CONJETURAS Y REFUTACIONES

Tal vez lo que sucede es que Hamlet no es un asesino, se me dirá, y es por eso que no puede consumar su venganza, pero al decir esto olvidamos con qué facilidad, con qué frivolidad incluso, Hamlet mata a Polonio, o, tal vez peor aún, envía a otros a una muerte segura. No, el único asesinato que Hamlet es incapaz de cometer es el preciso asesinato que justamente está destinado a cumplir.

Hamlet se lamenta de la desgracia de su pobre padre, injusticia atroz y vil que hay que castigar, y se indigna y siente asco y tristeza por la ruindad de sus asesinos, la bajeza de sus móviles, la impunidad y desvergüenza con que hacen uso de los beneficios de su cobarde crimen. Habla tanto que parece que intenta convencerse y, por ende, que necesita convencerse para actuar, lo cual solo se explica, en este y en cualquier caso, si no se desea pasar a la acción.

Hamlet se embriaga con sus palabras, vive en su discurso las pasiones que no vive en los hechos y así posterga indefinidamente el paso de las frases exaltadas a los actos.

Su existencia es un prólogo, un preludio, un manual de instrucciones, pero sin más fin que seguir en ese umbral de todo sin cruzarlo hacia nada, o, por mejor decirlo, en ese antiumbral, pues el umbral es por definición lo que lleva a otra parte, y este lugar del discurso insistente sobre el deseo supuesto o real que se aplaza sin fin, en cambio, cumple la función opuesta, la de detenerlo para siempre allí.

PARADOJA DE LA MUERTE

En su discurso, Hamlet vive sin actuar, detiene el tiempo, circula obsesiva, eternamente en torno a lo posible, a sus deseos y propósitos, sin dejarlos jamás volverse reales, sin hacerlos reales. Detenido en su acción, se ha quedado estancado en la monotonía de la perpetuidad, a salvo de la muerte e incapaz de la vida.

En la escena final, llegará, sin embargo, su única salida de esa condición uterina y nonata y con tintes de infierno y de carnicería. No cabía otra resolución más que esa. Solo la muerte lo liberará del terror a la muerte. Solo un segundo antes de expirar podrá, pues, estar vivo.

Esta es, pues, a mi juicio, la tragedia de Hamlet.

El hecho de que la ficción ha usurpado, en el discurso fantástico del soliloquio perpetuo e incesante de Hamlet, el lugar de los hechos, se conecta inquietantemente con el famoso pasaje «metaficcional» de la obra, en el primer acto: los cómicos que interpretan la propia tragedia de Hamlet y cuentan a los presentes su inevitable destino, que es la trágica muerte del desenlace fatal.

Lo inevitable, que desalienta toda acción, es parte esencial de Hamlet, porque la muerte, fácil triunfadora de la vida, es lo inevitable por excelencia, y por eso es lo que lo recluye en la imaginación. La escena de los actores representando la ficción dentro de la ficción de la muerte de los personajes de la ficción llamada Hamlet, de Shakespeare, es un pasaje aterrador como pocos en la historia de las letras, perverso, loco, horrible, brillante y perfecto.

Como en algunas otras tragedias y también en ciertas obras literarias, musicales, plásticas, en fin, en algunas obras de arte en general, lo que se explora en el Hamlet de Shakespeare es un misterio terrible, es el misterio del tiempo.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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