Los amores del capitán

El Capitán Gómez estaba destinado desde su gestación en el vientre de su robusta madre, gente de río por su primer matrimonio, que le había enseñado a caminar recorriendo, en vez de callejones, patios o corredores como la gente que tiene oficios de tierra, los buques de su propiedad de proa a popa y de babor a estribor, a incorporarse a la Armada Nacional.

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Apenas terminada la primaria en la escuela Gaspar Rodríguez de Francia, aun cuando su progenitora le insinuó que estudiase Contabilidad, Gome’i le expresó su deseo de ingresar al Colegio Militar y después a la Marina de Guerra. Así lo hizo, y sobresalió no solo en las prácticas deportivas, sino, además, en los estudios, azuzado por su madre para ser siempre el mejor, ganándose por sus propios méritos el derecho a ser el abanderado del destacamento naval del colegio y resaltando en los desfiles al marcar el «paso de parada» frente al palco oficial. Los sucesivos presidentes de la República (en realidad, siempre uno y el mismo) admiraban su estampa militar y lo tenían presente para promocionarlo en grado y cargos según el deseo de la madre abnegada, «Siempre el mejor».

Aparte de todo ello, las páginas deportivas de los diarios se hacían cargo de reproducir su fotografía con motivo de sus hazañas, ya en atletismo (era un destacado lanzador de bala y disco), ya en volleyball (en un cotejo internacional con sus pares brasileños, con un mate espectacular dejó poco menos que dormido a un adversario, oficial de Marina como él, pero del otro país).

Todos estos episodios y su aparición estelar, ya mencionada, en los desfiles de uniforme blanco o azul marino, según la estación, hacían prácticamente obligatorio el cumplimiento del aforismo marinero, «una novia en cada puerto»; en su caso, por estar al mando de los cuerpos armados de la Marina, casi siempre en los comandos de tierra, con el significativo cambio de «una novia en cada puesto».

El deporte, su gallardía, por supuesto el uniforme y sus sucesivos ascensos hacían que en muchos barrios de la Capital, y sobre todo en aquellos donde estaban los campos de las prácticas deportivas, alguna señorita «le pusiera los puntos» pretendiendo los favores de tan completo galán. En muchos barrios vivía una novia del teniente Gómez, y, traspuesto el escalafón del tenientazgo naval, poco después ya habían varias «novias del Capitán», entre las cuales tenía una especie de titularidad Celina.

Vecina del barrio San Roque, de familia acomodada, con una gran casa de negras verjas y hermoso jardín delantero, Celina era hermana de dos amigos del Capitán con los que este solía compartir mesas de truco en largas noches de feriados o de sábados en los que el Capitán sabía que no iba a ser necesitado. «La hermanita menor», ya fallecidos sus padres, hacía los honores de la casa sirviendo tereré, mate, café o alguna bebida espirituosa acompañada de un sabroso piqueo al que nuestro amigo solía contribuir con latas de frutos de mar de fácil adquisición en la zona del Puerto.

De esa relación, el destino fue tejiendo, sutilmente, un idilio nacido de miradas, de algún roce de manos y después, con anuencia y aprecio de los hermanos, visitas al atardecer en días que no eran víspera de feriado y que tenían completa dirección hacia la niña. Los hermanos, amigos al fin, y ante el notorio porvenir de Gómez, toleraron el acercamiento, y de alguna manera hasta lo estimularon.

Todo iba bien hasta que, en el lugar más próspero, y fuera de la bohemia habitual de la Loma San Jerónimo, en el cumpleaños de un camarada al que concurrió el capitán Gómez, le fue presentada una señorita de muy buen ver a quien llamaban Susi, que no tardó en coquetear a ese oficial que era la estrella de la reunión. Presente en la fiesta, el padre de Susi, presidente de un comité político del barrio, no tardó en interpretar los deseos de su hija e invitó al nuevo amigo a visitar su casa, y le fijó una fecha, en la que, le dijo, estaría festejando su cumpleaños.

Aunque hombre de río, el Capitán picó ingenuamente el anzuelo y allá fue con un regalo para el astuto político, que lo exhibió como un trofeo en la reunión a otros hombres del mismo signo cívico, como si ya estuviera poniendo un pie en la Armada con fines de aproximación al Gobierno. Susi, sin embargo, fue a lo suyo y despidió al Capitán en el zaguán cariñosamente invitándole a visitarla con más asiduidad.

Las cosas siguieron así algunos meses y el Capitán, con excelente «juego de cintura», compartía los dos lugares de su regocijo espiritual sin que en ninguna de las dos puntas tuviera repercusión la otra actividad. Total, eran tan lejanos los barrios, de tan diferentes clases las agraciadas y tan silenciosa su actividad, que no tenía eco…

Hasta que en una de las visitas a Susi, esta le dijo que su padre necesitaba hablarle, y cuando Gómez preguntó: «¿De que se trata?», ella le expresó: «No sé, él te va a explicar». En la entrevista, el padre, sin prólogo, le espetó: «Mire, Capitán. Usted hace rato que viene llegando a mi casa, y quiero que me diga cuáles son sus intenciones». El Capitán, que también jugaba al fútbol, hizo una gambeta y creyó eludir al vejete respondiéndole: «Y… políticas, no son». El señor barajó y siguió: «Si no es por política, usted viene por mi hija, y con respecto a eso es que le pregunto». González: «Yo soy muy formal, pero para buscar la posibilidad de ingresar en su familia es de reglamento militar pedir permiso al Comando en Jefe, y ese trámite es obligatorio y largo. Mire, el teniente coronel Fleitas, del Regimiento Escolta, se casó con la hija de un judío contra la voluntad del Comando y fue pasado a retiro aun cuando había sido muy próximo al señor presidente…»

La conversación terminó allí sin más trascendencia, pero Susi se encargó de difundir entre sus amistades que «el Capitán Gómez habló con mi papá», lo que rápidamente fue esparcido por todas sus amigas, y como socialmente era un chisme muy importante, una chica cercana a Celina se encargó de trasnmitírselo con cierta extrañeza. Para más, por esos días, Gómez, ocupado en menesteres de su oficio, había espaciado sus visitas, y la chismosa había llegado con la versión floreada de «dice que se casa…»

Notificada Celina, muy segura de sí misma, tomó una decisión. Llamó por teléfono a Gómez y, usando su apodo, desarrolló este dialogo:

Celina: Papi, dice que te casas.

Él: ¡Oh!

Celina: Te invito esta noche a que vengas a mi portón; te voy a mostrar una cosa.

Él: ¿A qué hora?

Celina: Y... como a las 12.

Él (asombrado): ¿Por qué a esa hora, Celina?

Celina: Porque sí.

Y colgó…

Nadie puede saber qué pensamientos cruzaron por la mente del Capitán Gómez, pues lo último que se le ocurrió fue que la invitación de Celina pudiera ser para alguna cita amorosa ni mucho menos atrevida, con lo que su curiosidad creció aún más. Le costó mucho hacer tiempo hasta las proximidades de la medianoche: luego de una cena en el Casino de la Armada con algunos amigos, regada con un par de whiskeys y una mordida de uñas como postre, a la hora señalada se trasladó al lugar de la invitación.

Detuvo su auto casi frente al portón y se acercó atrevidamente al mismo, que encontró cerrado y con un refuerzo de cadena y candado. Grande fue su sorpresa cuando vio venir de entre las palmeras a Celina delicadamente ataviada con un desabillé de encaje negro. Tratando de salir de su sorpresa, se dirigió a la dueña de casa con un: «¿Qué decís?» Esta, desprendiendo su bata de encaje, se exhibió en todo su esplendor, hasta ahora nunca visto, diciéndole: «¡Mirá lo que te perdés!» Y envolviéndose en su atuendo emprendió rauda carrera y se ocultó tras las plantas.

Sin salir aún de su estupor ni saber cómo reaccionar, el Capitán trató de abrir el portón zamarreándolo con toda la fuerza de su musculatura… ¡Inútil! El refuerzo de la cadena era poderoso. Y entonces, riéndose de sí mismo, tripuló su auto y se retiró…

Abramos un paréntesis de tres semanas y luego sumerjámonos en la página de Sociales del principal diario de la capital de aquel tiempo: con profusión de fotografías, llevando la sección a la página central, el periódico decía: «Con importante cantidad de amigos se celebró el sábado pasado la boda del Capitán de Fragata Héctor Gómez con la distinguida señorita Celina N… en la Iglesia de San Roque. En la foto, la pareja saliendo del templo bajo el Arco de Acero de los sables de los principales Jefes y Oficiales de la Armada Nacional. En la toma de al lado, los contrayentes saludados por el Excmo. Señor Presidente y Comandante en Jefe, que honró el acto con su presencia. Los novios viajarán en luna de miel, en visita a las costas del Atlántico» (natural en un marino).

No hay más comentarios, ni en el periódico, ni en estas líneas.

aencinamarin@hotmail.com

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