¡Cantinas saludables!

El trabajo de producción que realizamos en la escuela y la casa nos permite acceder a alimentos saludables y nutritivos a bajo costo y en el momento en que los necesitemos.

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Al disponer de una huerta y una granja en la escuela, podemos brindar a los niños una alimentación saludable y equilibrada. Depende de nuestra creatividad, organización y buena predisposición para ofrecerles una dieta acorde a los requerimientos de sus cuerpos durante la etapa escolar.

Producir no solo debe ser nuestro objetivo principal. Además de ello, debemos contemplar —dentro del ámbito educativo— y enseñarles a consumir lo que producimos. Esto incluye:

Cómo comer más sano (tipos de cocción, manera de combinar los alimentos, cantidades necesarias, otros).

Cómo elaborar las comidas (variedades, forma de servirlas, presentación visual de las mismas, entre otros).

Cómo conservar (tipos y tiempos de conservación, métodos de esterilización).

Muchas veces, nos encontramos con que los niños no quieren comer tal o cual comida. Entonces, el desafío está en hacer de ellas más atractivas para la vista y el paladar, buscando nuevas maneras de presentación, como formas, colores y sabores.

Alimentarse no es solo llenar la panza, sino consumir los nutrientes necesarios para desarrollar el cuerpo y la mente. Un cuerpo bien alimentado constituye la base de una mente despierta y más brillante.

La imaginación debe ser el aliado de docentes y cocineros de las cantinas escolares.

Depende de nosotros combatir la falta de nutrientes de nuestros educandos. Brindarles, desde el aula, las diferentes posibilidades que ellos pueden encontrar para combatir no solo el hambre, sino también enseñarles a valerse por sí mismos y ser partícipes de su nutrición. Que ellos sepan que tienen la capacidad de cambiar sus destinos con una buena alimentación y sean los aliados en sus hogares para transmitir lo aprendido. Además, que luchen junto con nosotros para cambiar la realidad de sus hermanos, hermanas, padres y amigos.

Inculquemos a nuestros educandos a ser activos, participativos en el quehacer de sus propias vidas. Arranquemos de ellos y de nosotros mismos el malsano hábito de esperar que alguien más haga algo por nosotros.

Seamos hacedores conscientes del día a día, generando el cambio en nuestras vidas de manera positiva y productiva.   

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