/arc-anglerfish-arc2-prod-abccolor.s3.amazonaws.com/public/ECSUMWDTTNC3NKGZFZHDZGM5HU.jpg)
Cargando...
¿Te atrevés a poner un vaso sucio en la pileta mientras tu mamá lava los cubiertos? Si esperás que no te rete, ni creas que vas a salir victorioso de esa situación, porque vienen los infaltables y conocidos reclamos: “¡Todo el día te pasás chateando y no hacés nada! Andá, arreglá tu pieza mba’e, que parece un campo de guerra”.
En la mayoría de las familias paraguayas hay un holgazán –denominado así por sus “increíbles ganas” de ayudar–, que emite el famoso plagueo: “¡Todo tengo que hacer yo, no da gusto!”. Aunque también se encuentra el “machú”, que es la persona a quien asignan la limpieza y mantenimiento de la casa.
Si sos ese kaigue de la familia, probablemente, cuando te pidan que realices una tarea tan simple como regar las plantas, seas el ñembotavy que le pasa la pelota a otro, diciendo: “Que haga Carlitos”; o cuando te pidan que vayas al súper, tu mejor excusa es: “Mi hermana también tiene piernas, ¡que se encargue ella de comprar!”.
Los tiempos ya cambiaron; años atrás, pensar en dividirse las tareas del hogar era absurdo, pero hoy se ve la otra cara de la moneda: casi todos los integrantes de la familia tienen que salir a laburar, ya que el sueldo mínimo no es suficiente y los que permanecen en casa tienen que colaborar haciendo las tareas, por más fastidiosas que parezcan.
Por eso, si sos el pachá de la casa es hora de que dejes tu cómoda vida y te sacrifiques un poco, para que, cuando tengas verdaderas responsabilidades, estés acostumbrado al trabajo; además debés tener en cuenta que al colaborar en las tareas domésticas, beneficiás a tu familia y de paso quedás bien con todos. ¡Dale, dejá la pereza y empezá a ayudar!
Por Gabriela Vera (17 años)