Los restos del desmoronado “califato” del EI en Siria

HAJIN. “El califato está aquí para quedarse”. En el último pueblo sirio bajo su control el grupo yihadista Estado Islámico (EI) es poco más que un recuerdo lúgubre y un eslogan escrito en un escapate roto.

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Hace siete semanas, la localidad fue reconquistada por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una alianza árabo-kurda apoyada por una coalición encabezada por Washington.

Aun así, lleva las marcas de la ocupación por la organización yihadista: lemas pintados en las paredes, documentos oficiales sepultados bajo los escombros, monedas y recuerdos dolorosos para los habitantes que han vuelto a sus casas.

“Confiscaban casas y las transformaban en oficinas”, cuenta el alcalde de Hajin, Ali Jaber, a un equipo de la AFP en esta localidad situada en la provincia oriental de Deir Ezzor.

En una calle de edificios vacíos y destrozados, el alcalde muestra un recinto que el EI convirtió en comisaría.

En el interior, una inscripción en la pared recuerda que antes de la llegada de los yihadistas era un centro médico.

A unos metros de distancia se ve un edificio con un montón de escombros en la entrada. Los yihadistas lo usaban como centro de impuestos, explica un habitante.

En el interior hay documentos viejos, como una lista con los impuestos aplicados por el EI a los productos agrícolas.

“Lléveselos, aquí no los queremos”, afirma a la AFP el alcalde de Hajin.

Unos pasos más allá, junto a un muro, hay hileras de sillones blancos rotos. Es donde los yihadistas difundían al aire libre las películas de propaganda para atraer a reclutas, cuenta Hayes al Sheij, un residente que volvió a la localidad recientemente.

En una plaza hay tres postes. Ahí es donde, según los habitantes, los yihadistas colgaban a las personas que declaraban culpables antes de lapidarlas o matarlas a tiros.

Los cadáveres quedaban colgados al menos tres días, añaden.

 

El EI también convirtió algunas casas en centros de detención. En una de ellas las ventanas tienen barrotes.

No son los únicos vestigios del EI. También hay listas con los nombres de yihadistas, los batallones a los que pertenecían y el número de hijos y de esposas de cada uno.

Y mapas militares para los combatientes, así como monedas de cobre con la inscripción “El Estado Islámico, un califato en la estirpe de la profecía”, en referencia al profeta Mahoma.

Tras haber conquistado zonas extensas de territorio en Irak y Siria en 2014, aplicando su interpretación ultrarradical de la ley islámica, el EI vio su “califato” quedar reducido casi a la nada durante los dos últimos años.

En Siria, unos cientos de yihadistas están atrincherados en unas aldeas pequeñas al sur de Hajin.

En la entrada del principal mercado de la localidad, Shab Turki Al Ayesh señala con el dedo una de las mezquitas del ex bastión yihadista.

Aquí, un día un dirigente del EI anunció a los fieles: “Si Dios lo quiere, conquistaremos el mundo y en una semana rezaremos en Roma”, cuenta este habitante a la AFP.

Una semana más tarde, el hombre “había huido a Turquía o Alemania”, ironiza Ayesh.

“No contaba con que una organización de semejante tamaño perdiera” tan rápido, añade este hombre de 48 años que afirma haber sido detenido cinco veces por los yihadistas.

Cerca de Hajin, Sami Abdel Hamid está a la espera de que los combatientes de las FDS decidan si lo liberan o si por el contrario lo consideran sospechoso de ser un combatiente del EI.

Este iraquí de 30 años huyó recientemente del pueblo de Baghuz, en cuyas afueras se encuentra el último reducto del EI. Para él, la derrota en Siria de la organización es inevitable.

“Se acabó. No les queda más que una calle”, afirma.

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