Las frases más fuertes de la homilía

En la homilía de la misa central de Caacupé, el obispo Ricardo Valenzuela criticó a las autoridades corruptas, pero también a los ciudadanos que "no prestan atención" a la honestidad y la integridad. La propia Iglesia tampoco se salvó de la autocrítica.

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Hemos vivido un año muy agitado. En primer lugar, para nosotros los pastores, si algo nos quedó claro de todo lo vivido en el ámbito moral es que la vida de sacerdotes y religiosos no siempre corre por los cauces del Evangelio. Nos apartamos de ellos por nuestros errores y, lo que es más grave, por la comisión de delitos como los abusos de menores y otros delitos. Por ello, una vez más pedimos perdón, rogando que los delitos se denuncien ante la justicia. ¡La Iglesia no es lugar para delinquir!

Lea aquí la homilía completa.

Nos lastima y preocupa la acentuada gravedad de la crisis de la moral pública y privada, de la vida política y de la administración judicial, de la situación de injusticia social y económica de la población. La actuación de varias autoridades y dirigentes políticos, al no tener programas bien pensados y de un comportamiento no adecuado a su investidura, está creando malestar y descontento de grandes sectores de nuestra patria. Esto nos lleva a decir: ¡Basta ya a la desvergonzada corrupción e impunidad a la que se ha llegado!

Miremos a la Casa de la Justicia. Ya no podemos permanecer impasibles ante tanta corrupción. Se ha perdido la confianza en la Justicia porque se ha perdido el respeto. La ley no es igual para todos. Es sabido que los políticos tienen sometidos a los jueces y fiscales mediante organismos manejados por ellos mismos. Estamos al borde de la justicia por mano propia. Porque "sus hijos no siguieron su camino: fueron atraídos por el lucro, aceptaron regalos y torcieron el derecho".

Hay un claro malestar de la ciudadanía hacia varios de nuestros representantes, porque se han alejado de los temas centrales de la sociedad y además llevan sobre sus espaldas serios cuestionamientos, cómo son el tráfico de influencias, las protecciones mutuas, los privilegios, salarios altos, mecanismos de presión, etc. ¡El país está cansado! El pueblo está cansado de esta clase de autoridades. Cansado de las injusticias... cansado por la falta de oportunidad a un empleo digno... cansado de la violencia y la inseguridad reinante en las calles... cansado de los egoístas que buscan sólo su bienestar individual... cansado de los insaciables de dinero y de poder... cansado de los que abusan del poder...cansado de los que oprimen y compran conciencias ajenas... cansado de los que negocian sectorialmente los bienes del país... cansado de los que hipotecan el futuro de los niños y los jóvenes... cansado de los que pretenden enseñar a los niños y niñas ir contra su propia naturaleza... cansado de los que pretenden sustituir los valores familiares por el individualismo y libertinaje... cansados de la pornografía, los robos, la violencia, los secuestros y homicidios; del cultivo cada vez más creciente de drogas y su tráfico impune y el consumo desmedido de bebidas alcohólicas que tantas tragedias ya produjo, en fin, cansado de la corrupción generalizada que parece no tener límites.

La naturaleza nos enseña que los árboles mueren de arriba hacia abajo, no hay árbol que empiece a morir de raíz. Sucede lo mismo en cualquiera de las instituciones, sea eclesial, política, castrense, policial o empresarial, etc. Las organizaciones mueren de arriba hacia abajo. Cuando el líder no es íntegro, no es honesto, se comienza a pudrir toda la estructura hacia abajo. Si una persona llega a una empresa y ve que el vigilante es deshonesto, o que el cajero es deshonesto, es porque encuentra ciertamente jefes deshonestos; pues, sucede lo mismo, en cualquier nivel y cualquier institución.

Para qué sirve tener la tecnología más avanzada, o el poder absoluto, si los líderes y las personas que están en los puestos claves no tienen integridad, no son honestos, pues, no sirve absolutamente para liderar; un líder sin integridad ni honestidad es un líder débil, que en cualquier momento se quiebra, se deshace, queda inutilizado, porque ha perdido toda capacidad de mando e influencia.

Hay dos valores a los que debemos prestar mucha atención: la honestidad y la integridad. La honestidad es una virtud moral y cívica. En cualquier país cuyos hombres públicos son deshonestos se tiene que pagar un tributo costoso de la deshonestidad insaciable de sus líderes; es decir, tener lideres corruptos le resulta carísimo a un país. En cambio, el ciudadano honesto es aquel que no miente, que respeta la palabra dada y que es incapaz de cualquier apropiación indebida en sus negocios y en el ejercicio de sus responsabilidades públicas y privadas.

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