Cartes y los periodistas (VII)

La prensa en el Paraguay tiene un largo historial de hostigamientos, amarres y extorsiones; de persecuciones y muertes. Aquí, la “prensa escrita” nació tarde. Por entonces, en el exterior rebosaban las imprentas para las noticias y la información.

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 Los talleres trabajaban como nunca. La avidez por saber “qué pasa alrededor” hizo explotar la industria mundial de los impresos. En América y Europa, la gente adquirió un hábito, una costumbre: leer, enterarse, compartir, debatir, concluir y; luego, guardar o archivar. En la calle, la plaza y el café, había una ebullición constante.

Sin embargo, aquí en Paraguay, regía la “ley de la imposición”, del “mbarete” y la “orden superior”, por eso, el oficio del periodismo se fue haciendo por el camino para terminar comprendiendo su estratégica labor dentro de una sociedad y de la misma convivencia humana. Del periodismo incipiente dependía para que, armado con la palabra y el pensamiento, se pudiera vencer a los brutos de la bayoneta y el fusil.

Se aprendió y se tomó conciencia de su dimensión y en torno a este criterio empezaron a surgir los planteos y los enfoques; las doctrinas y sus destinos. El diario debía definir su línea y direccionar una orientación. El periodista debía afirmar sus convicciones y administrar con fortaleza las distintas presiones para lograr testimoniar un ideario libre de manipulación y/o contaminación.

La prensa en Paraguay tomó cuerpo en la entraña oficialista-patriótica, como medio de propaganda, propalación y tutela del gobierno de Don Carlos Antonio López. Se transformó en un bastión de “defensa nacional”. Se editaron periódicos y folletines para una estricta y tenaz protección oficial contra el general rioplatense Juan Manuel de Rosas y sus coetáneos de “La Gaceta Mercantil”, diario que consideraba al Paraguay como una “provincia” del centrismo porteño.

Antes, la comunicación se hacía por “bandos”, “edictos” y “decretos” resumidos en “carteles” o “afiches” que eran clavados o alambreados en postes y paredes de los diferentes poblados, era la forma de llegar a los habitantes y de comunicar las resoluciones oficiales que entraban en vigencia.

Así nacieron “El Repertorio Nacional” (1842), el “Paraguayo Independiente” (1845-1852), “El Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles” (1853-1868), “Eco del Paraguay” (1855-1857), “La Época” (1959), “La Aurora” (1860); luego durante la guerra de triple alianza: “El Centinela” (1867), “Kavichu’i” (1867-1868) , “Cacique Lambare” (1868) y “La Estrella” (1869).

Pero los exiliados paraguayos bajo el gobierno de Don Carlos que fueron a parar en la Argentina, conocidos luego como “legionarios”, no se quedaron atrás y editaron “El Grito Paraguayo” (1858) y “El Clamor de los Libres (1859), tanto en Buenos Aires como en Corrientes, convirtiéndose en el órgano de oposición a los gobiernos de López. Se iniciaba así, la “puja interna” sostenida por los diarios de cada bando, enumerando diatribas, argumentos y reproches.

En la primera época (postguerra) aparecieron de la mano de los “vencedores” de López los primeros diarios. Fueron “La Regeneración” (privado, de la familia Decoud, 1869-1870, antilopista) y “La Voz del Pueblo” (de la facción el Club Unión, 1870, lopista), ambos diarios fueron atracados y aniquilados. El primero por la colonia italiana y el segundo por soldados y suboficiales brasileños que ocupaban Asunción.

Cerrados estos, vendrían otros periódicos. Los promotores del devastado “La Voz del Pueblo”, se reagrupan y fundan “La Opinión Pública” y “El Pueblo”. Luego vendrían “La Patria” de efímera existencia y devenida en “La Reforma” (1875-1885).

Sucesivamente aparecerían “La Situación”, “La Ley”, “El Derecho”, “El Orden”, “Nación Paraguaya” (1872-1874), “Los Debates” (1876), “El Comercio” y “El Chaco”, la mayoría duraron algunos meses, con intermitencias en las salidas o tiradas. Otros, subsistieron a lo sumo, uno o dos años como máximo.

Los ocupantes colonialistas de Asunción no quedaron atrás y editaron diarios en idioma portugués “al servicio del ejército imperial y las aspiraciones brasileñas” como “El Cabrión” y “A Gaceta Brasileira”. Los paraguayos tampoco estuvieron quietos o de brazos cruzados y respondieron con tres semanarios jocosos y bilingües como “El Pique”, “El Tábano” y “El Mamanga”.

Luego vendría la segunda época, con la ida definitiva de los invasores. Aquí aparecieron “La Democracia” (1881-1904) de Ignacio Ibarra (excombatiente y héroe de la guerra), siendo el más importante de la época. Simultáneamente aparecieron “El Látigo” (semanario, 1885-1889), “El Diario Oficial” (1889-1909), “El Heraldo” (1884), “El Paraguayo” (1885-1889) y “El Artesano” (1885).

La prensa tenía una inusitada actividad, así aparecieron otros como “El Imparcial” (1877-1880), “El Independiente” (1887-1893), “La Razón” (1887-1893), “La Nación” (1887-1888), “El Tiempo” (1891-1893), “El Pueblo” (1893-1899), “El Progreso” (1893-1894), Ilustración Paraguaya (1888), “La Patria Guasu” (1894-1900), adquirido por Enrique Solano López Lynch para editarlo bajo el título de “La Patria” (diario lopista-caballerista).

Otros órganos iban en simultáneo como “La Opinión” (1897), “La República” (diario egusquicista), “La Prensa” (1898-1900), “La Tribuna” (1899-1901), “El Paraguay” (1900), “Rojo y Azul” (1905, semanario de Rufino Antonio Villalba), “El País” (1901-1905), “El Cívico” (1904-1908), “Alón” (1904), “Cri-Cri” (1904), “El Liberal”, “La Unión”, “El Diario” (1904-1940), “Germinal” (1908, revista quincenaria de Rafael Barrett), “Los Principios” (1908-1918), “El Monitor” y “El Nacional” (1910).

Salvo excepciones, estos ya tuvieron ese tinte sectario-político, de “lopista” y “antilopista”, donde la mayoría terminó por cobrar posiciones y defender los principios y doctrinas de los recientemente partidos fundados como el “Colorado” y el “Liberal”. Hasta los anarquistas de “Germinal” (clausurado por el coronel Albino Jara) y otras líneas de pensamientos, entraron en el ruedo de la intolerancia.

Los atropellos a las imprentas y los destrozos protagonizados en las maquinarias de los diarios, empezaron a aparecer con asiduidad. Las turbas ofendidas llegaban para causar estragos. En consecuencia, se iniciaron las primeras querellas, persecuciones, duelos, secuestros y muertes. Como en el lejano oeste, se ajusticiaba y listo, sin importar quién.

Y los gobiernos también empezaron a cerrar periódicos, ya sea por tiempo determinado o definitivamente. A veces, la salida para continuar en el “éter” significaba inaugurar otro medio con otro nombre, con cambios y personas afines al seno directivo y gubernamental.

Hay muchos grandes periodistas paraguayos en la historia. Entre los primeros solo nombraremos a algunos connotados como Natalicio Talavera (1839-1867), Juan Crisóstomo Centurión (1840-1909), Benjamín Aceval (1845-1900), Saturio Ríos (1846-1920), José Segundo Decoud (1848-1909) e Ignacio Ibarra (1854-1892).

Esta pequeña lista completamos con Cecilio Báez (1862-1941), José de la Cruz Ayala “Alón” (1863-1892), Manuel Domínguez (1868-1935), Blas Garay (1873-1899), Marcelino Pérez Martínez (1881-1912) y Carlos García (1885-1906). Como se ve, un ejército de intelectuales que marcaron pautas desde el primer minuto del periodismo nacional.

alcandia@abc.com.py

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