El 193 aniversario de la Independencia del Uruguay

La búsqueda continúa de su pasado fundacional.

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Uno de los más influyentes filósofos e historiadores del pensamiento uruguayo de la segunda mitad del siglo XX, Don Arturo Ardao, planteaba, en aquel Uruguay de la década de 1960 que exhibía una relación conflictiva con su pasado fundacional, en un artículo de la prestigiosa Revista “Cuadernos de Marcha” (1967), la cuestión de la independencia uruguaya como un problema.

Señalaba Ardao: “Nuestra independencia vista como problema, lo ha sido en dos sentidos. Uno histórico, en cuanto interpretación del pasado”, es decir, como explicación del proceso e itinerario que condujo a ella, con sus figuras y episodios esenciales; y “otro político, en cuanto diagnóstico del presente y previsión del futuro”, vale decir, la capacidad del país en mantener su lograda condición de Estado independiente. Para el filósofo compatriota esas dos dimensiones configuran dos problemas inseparables ya que “por algo sus respectivos planteamientos han andado a veces mezclados” aunque “discernibles, y a medida que pasa el tiempo, cada vez más autónomos.”

Esta reflexión de Ardao tenía su asidero en los acontecimientos que jalonaron la independencia del Uruguay, en los protagonistas de esta aventura inaugural de la nueva Nación, en los documentos emanados de este proceso y en las distintas percepciones - tanto dentro como fuera de fronteras - del osado recorrido autónomo y emancipador del joven Estado uruguayo.

Es que siempre el vínculo con el pasado ha resultado complejo para un Uruguay al que hoy le sería impensable la renuncia a su plena independencia y su subordinación a sus vecinos, cualquiera de ellos fuera. Su independencia, autonomía, viabilidad y comportamiento internacional como país integrado plenamente a la comunidad de naciones esta fuera de cualquier discusión posible.

Pero en su proceso emancipador, en la construcción de sus instituciones inaugurales, en el relato de ese itinerario, las aproximaciones a nuestras fechas míticas tuvieron diferentes valoraciones.

Ya desde las épocas de la “modernización” del país (1860 – 1886) comenzaban a desencadenarse polémicas decimonónicas que ponían en la centralidad de la discusión los mitos fundacionales del país. Una primera de ellas fue la protagonizada por Juan Carlos Gómez y Francisco Bauzá, que tenía como telón de fondo la inauguración en 1879 del Monumento a la Independencia en la Villa de la Florida como homenaje a aquellos orientales que en la mañana del 25 de agosto de 1825 se declaraban “de hecho y de derecho libre e independiente del Rey de Portugal, del Emperador de Brasil y de cualquiera otro del universo...”.

Juan Carlos Gómez (oriental radicado en Buenos Aires), en su negativa a aceptar la invitación para participar en dicha inauguración, delineaba y defendía la tesis “unionista” o “disidente” que enfatizaba el carácter común de la historia rioplatense, cuestionando la fecha del 25 de agosto de 1825 como efemérides principal de la independencia uruguaya. Francisco Bauzá, por su parte, (uno de los principales articuladores y portavoces del discurso independentista de fines del siglo XIX) trazaba la tesis “nacionalista” o “independiente clásica” que desde entonces se constituiría en la historia oficial del Uruguay, creando un imaginario social, con un relato creíble de los orígenes de la nueva nación, disciplinando a partir de allí a los historiadores en la búsqueda de nuestras raíces históricas fundacionales, poniendo en la centralidad del proceso independiente del Uruguay, al 25 de agosto de 1825.

Una segunda polémica (1882) entre Francisco Berra (argentino) y Carlos María Ramírez, profundizaba estas dos visiones y redireccionaba la discusión hacia la figura de Artigas. En su obra “Bosquejo histórico de la República Oriental del Uruguay” Berra criticaba duramente el papel de Artigas en el movimiento emancipador de la Banda Oriental, ofendiendo, en consecuencia a ese Uruguay que había decidido entronizar al Jefe de los Orientales para siempre. Argumentaba Berra “Había .. dos civilizaciones en el Río de la Plata: una avanzada, con la que nos aproximábamos a la europea; otra bárbara y salvaje, exclusivamente americana. El pueblo y el ejército de Artigas no correspondían a la primera: pertenecían a la segunda (...) fue el representante de la barbarie indígena, el caudillo de la clase inculta de los campos”.

Carlos María Ramírez salió al cruce de estas afirmaciones que resultaban injuriosas y disfuncionales con el nuevo Uruguay de la modernización que estaba pugnando por “nacionalizar su pasado”. Tales críticas fueron desestimadas primero y acalladas segundo en Uruguay y el libro de Francisco Berra fue expresamente prohibido en las escuelas públicas por un decreto del Gobierno de Máximo Santos por considerar que la obra de Berra desafiaba el “fin elevado que persigue el Estado al señalar como tradición, la muy gloriosa del general Artigas, que venera el pueblo y que se perpetuará con el tiempo a pesar de cualquier obstáculo”. Consecuencia inmediata de esta prohibición era la ratificación de Bauzá como el historiador oficial, tal como sucedería en Argentina con Mitre y la confirmación, por exclusión, de una tendencia historiográfica por sobre otra. La creación de un pasado digno para Bauzá y Carlos María Ramírez (y tantos otros) exigía un padre fundador y la elección recayó en Artigas, candidato ideal por su no pertenencia a ninguno de los partidos tradicionales del país. De este modo, estos intelectuales y el Uruguay mismo se adhirieron a un nuevo orden de ideas requerido por la patria en gestación.

Ya avanzado el siglo XX, más precisamente en 1923, se producen dos hechos determinantes en el proceso de construcción del relato fundacional del país: se inauguraba el monumento a Artigas en la Plaza Independencia con una escultura ajustada a los cánones fijados por el poeta compatriota Juan Zorrilla de San Martín en su obra “La Epopeya de Artigas”; y se impulsaba un debate parlamentario acerca de cuál debía ser la fecha de nuestra independencia, trasladándose así al Parlamento uruguayo la necesidad de definir un itinerario cronológico de efemérides a partir del cual se consolidara el sentimiento de pertenencia al país que a su vez nos singularizara en el concierto internacional.

El debate en ambas Cámaras del Parlamento se estructuró en base a sendos proyectos de ley en donde se oponían dos fechas alternativas: la del 25 de agosto (Declaratoria de la Florida) y la del 18 de julio (Jura de la Constitución). La derivación de esta discusión y votación resultó muy peculiar: en la Cámara de Representantes se aprobaba el proyecto que defendía el 25 de agosto como el día de la independencia mientras que en el Senado se hacía lo propio con el que establecía el 18 de julio como fecha máxima. La Asamblea General nunca se reunió para dirimir este desencuentro, organizándose celebraciones tanto en 1925 como en 1930, consecuencia natural “del Uruguay de compromiso que amortiguaba hasta los antagonismos” al decir del historiador uruguayo Tomas Sansón Corbo. La no definición legislativa del real alcance y legado de estas dos fechas claves en el itinerario nacional, determinó que Uruguay continuara aplicando la ley del 10 de mayo de 1860 a través de la cual se declara “que el aniversario del 25 de agosto de 1825 es la gran fiesta de la República”.

Esta ha sido la permanente relación del Uruguay con su pasado inaugural. Y desde mayo de 1860 los orientales festejamos cada 25 de agosto nuestra declaratoria de la independencia, a pesar de voces disidentes de historiadores, líderes políticos, intelectuales que se pliegan, además del 18 de julio de 1830 (Jura de la Constitución), octubre de 1828 (Convención Preliminar de Paz), también por el 5 abril de 1813 cuando los representantes orientales reunidos en el Congreso de Tres Cruces proclaman su voluntad independentista y sustentan que “están absueltas de toda obligación de fidelidad a la Corona España y familia de los Borbones y que toda conexión política entre ellas y el Estado de la España es y debe ser totalmente disuelta”.

Ninguna nación o Estado, puede pretender que toda su sociedad asumirá un relato histórico sin fisuras ni debates. Nuestra hermana Argentina estuvo divida pasionalmente entre federalistas y unitarios y ello no impidió que haya encontrado en la figura de San Martín a su héroe unificador y en la bandera de Belgrano un símbolo de unánime ímpetu emocional. En Europa, la historia de Francia encuentra sus elementos aglutinantes en la superación de sus trágicas divisiones debiendo enterrar los odios emanados del genocidio de La Vendée a causa de su fidelidad católica y la masacre de San Bartolomé durante las guerras de religión de Francia del siglo XVI.

Aquella mañana del 25 de agosto de 1825 los orientales organizados como Provincia Oriental del Río de la Plata se declaraban “de hecho y de derecho libre e independiente del Rey de Portugal, del Emperador de Brasil y de cualquiera otro del universo...” y al mismo tiempo, en ese mismo acto solemne, la Provincia Oriental retornaba al conjunto de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, con las que nos “unimos” nuevamente, pasando nuestra soberanía a ser estrictamente provincial.

Se daba inicio así a otra etapa histórica que termina con la Convención Preliminar de Paz de 1828, tratado firmado (bajo mediación británica) entre el Imperio del Brasil y las Provincias Unidas del Río de la Plata por el cual nuestros vecinos reconocieron nuestra soberanía y los orientales comenzamos efectivamente a ejercerla con nuestro propio Gobierno. Luego, la instauración de una Asamblea Constituyente prepara la primera Constitución del país en 1830, consagración definitiva de aquella máxima antigüista: “Es muy veleidosa la probidad de los hombres; solo el freno de la constitución puede afirmarla”.

Si en realidad los historiadores, como advertía el indomable Hobsbawm, “contribuyen, conscientemente o no, a la creación, desmantelamiento y reestructuración de las imágenes del pasado, que no solo pertenecen al mundo de la investigación especializada, sino a la esfera pública del hombre como ser político” ¿qué actitud debemos asumir los orientales ante esta efemérides?.

Y la respuesta no es otra que rememorar y solemnizar aquella afirmación y compromiso de lucha de los orientales contra toda dominación extranjera, porque la misma se verificaba (en un contexto muy particular del año 1825) caracterizado por la apreciación de nuestros Estados vecinos de que aún era posible anexar la Provincia Oriental (como lo demostraban las políticas de la Argentina de Rivadavia y del Brasil de Pedro I).

El 25 de agosto es uno de los hitos más importante del proceso independentista oriental, no es su culminación, pero sí es la incorporación de la independencia a nuestro sentimiento nacional, encadenando – los orientales - ese pasado antigüista pleno de valores y principios que desde siempre hemos querido aplaudir, con nuestro presente y con el futuro al que pretendemos llegar.

Es finalmente el apego al lugar en que nacimos y la identificación del país con los ideales que desde entonces todos los orientales abrazamos y que estuvieron explicitados en nuestra primera Carta Magna: el valor de la democracia, de la República, de la separación de poderes y el más amplio alcance de las libertades fundamentales.

(*) Embajador del Uruguay en Paraguay

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