Azara en el Litoral Central

Mapa de la Provincia del Paraguay, confeccionado por Azara a partir de las mediciones que obtuvo durante sus viajes y publicado en la edición francesa de sus Viajes por la América Meridional (1809). Crédito: "David Rumsey Map Collection, David Rumsey Map Center, Stanford Libraries"

Félix de Azara señaló dónde obtuvo algunas de las aves de su colección y, como la mayoría de los lugares que indicó corresponden al actual Litoral Central, me pareció una buena idea agruparlas con un resumen de la descripción de nuestro naturalista sobre esa zona.

audima

El Litoral Central. El Ministerio del Ambiente en base a estudios técnicos estableció 6 ecorregiones en la Región Oriental y 5 en la Región Occidental.

La que lleva por nombre Litoral Central, en la Región Oriental, tiene una superficie de 26.310 km² y comprende la totalidad del Departamento de Cordillera, así como parte de los de San Pedro, Central, Caaguazú y Paraguarí. En ella habita una diversidad de aves residentes y migratorias.

Es un territorio de abundantes ríos, arroyos, nacientes de agua, lagunas, bañados, esteros, sabanas, y bosques (medios y bajos), entre los que destaco los ríos Piribebuy, Manduvirá y Salado; los arroyos Cuarepotí, Tapiracuai, Atyrá, Tobatí, Yukyry, Surubiy y Ca’añabé; el estero de Aguaracaaty; la cordillera de los Altos; el Lago Ypacaraí; y, los bosques de Ybyracapá, Caay-ho y Caaguazú, entre otros tantos que Azara conoció.

El suelo del Litoral Central es generalmente plano, con algún declive y áreas inundables al Norte, y arenoso al Sur; está poblado de bosques densos, con abundantes lianas y sotobosque anegable.

Aves del Litoral Central. Azara colectó al menos 27 especies de aves aquí, desde el Norte (Cuarepotí y San Estanislao), pasando por el Centro (Atyrá, Tobatí y Areguá) y el Oeste (Limpio y Asunción), hasta el Sur (Itá y Yaguarón).

Ese número es relativo, si se considera que las restantes 83 especies de su colección también pudieron haber sido capturadas ahí, por él o por quienes le proveyeron ejemplares (los Payaguá y otras personas), pero pese a ello me parece una muestra relevante.

Antes de citarlas consideré oportuno resumir la descripción general que Azara hizo de ese sector y de lo que observó en los terrenos de sus cacerías.

¿Cómo vio Azara el Litoral Central? Azara era un militar formado durante la ilustración y con una capacidad de observación asombrosa. Además, como explicó el zoólogo español José Luis Tellería en su Viaje a las tres fronteras: Félix de Azara en el Río de la Plata, 1782-1801 -un libro maravilloso que en estos días cayó en mis manos-, donde este autor describió cómo encontró algunos sitios del antiguo Virreinato del Río de la Plata siguiendo las pasos de Azara e incluyó información sumamente interesante, nuestro naturalista había recibido la orden -como todo Jefe de una Partida Militar- de llevar “un cuaderno portátil al estilo de los navíos de guerra”. Tal cuaderno debía contener una relación de:

“las calidades de los terrenos, bosques, campos, montañas, y todos los obgetos qe se representaren dignos de atención, […]. Igualmte se deben describir en los mismos diarios los animales raros qe se encontraren, así quadrupedos como volatiles y todos los obgetos qe se juzgaren interesantes á la Física é Historia Natural”.

Todo esto abarca el manuscrito de Azara en la relación de los siete viajes que realizó entre junio de 1784 y agosto de 1786 en la entonces Provincia del Paraguay y las Misiones; y, en la descripción general de lo que observó en esos viajes, que se desarrollaron en su mayor parte en lo que hoy conocemos como Litoral Central.

Clima y vientos. El clima era mayormente cálido. En verano por lo regular el termómetro se mantenía en 85 °F (29,4 °C), y en ocasiones subía a 89 ½ °F (32 °C); esto dentro de su cuarto porque en el corredor adyacente marcaba 93 ½ °F (34 °C). Durante el invierno, que “aquí llaman [días] fríos” -porque normalmente es poco dilatado y con una temperatura primaveral-, el mercurio no bajaba a más de 45 °F (7,2 °C). Entre 44 y 94 °F mediaban los que hacían notable “la diferencia de una estación a otra”.

En el Paraguay no había “más verano que el viento Norte”; aquí era “frecuentísimo tener calor en invierno y frío en verano los días que soplan los Nortes y Sures”.

Los vientos más frecuentes eran los Nortes y Estes; los del Sur solo después de fuertes lluvias; y, los del Oeste casi nunca soplaban.

Lluvias. Las lluvias variaban “con truenos y relámpagos, en todos tiempos, y a veces caen rayos”. Las más abundantes eran las de octubre; la señal fija de que iba a llover era “una barra al Oeste al ponerse el sol y el viento Norte o Noreste algo fuerte”, eso indicaba lluvia infalible al 2° o 3° día.

Suelo. Era de tierra llana y, aunque “se nombran cordilleras, cerros y lomas”, las lomas son tan bajas y suaves que “al galope suave se sube y baja por ellas en todos sentidos, sin molestia ni riesgos”; los cerros son pocos y “de ínfimo orden”; y, las cordilleras, “ni impropiamente pueden llamarse tales, por ser de pequeña extensión y altura”. Los cerros y las cordilleras son “de peña arenisca, roja por lo común”. No se ve aquí “la tierra desfigurada con barranqueras, quebradas y otras arrugas, todo es liso y suave, con pocas y pequeñas excepciones”.

Todo el suelo “se reduce a arena y greda”; la greda se halla en los vallejuelos y la arena en los altillos, salvo “donde no hay lo que llaman tierra colorada”, lo que es “cosa extraña y digna de notarse”.

Cursos de agua. Los manantiales “se reducen a pequeñas filtraciones en las faldas de las lomas, y rara vez en los vallejuelos”; la “escasez de fuentes y su poco caudal es consiguiente a la poca desigualdad del país” y el brotar en las faldas o laderas y no en los valles proviene de que el agua sale donde acaba la arena y principia la greda”. En el Paraguay raramente se bebía otra agua, recogida en un pocito; incluso en la Capital, que está pegada al río, sucedía lo mismo.

Abundan los bañados y lagunas porque, explica Azara, la greda y la peña impiden que las aguas profundicen. A nuestro naturalista le sorprendió el silencio de los ríos, así como las patrañas que escuchó sobre el origen del lago Ypacaraí; transpuso y describió varios ríos, arroyos y esteros.

Bosques. Los árboles siempre están en gran número formando islas, nunca solos. La mayor cantidad de éstos se ven al Este y al Norte, aunque abundaban por todas partes.

Los bosques se forman “en las lomitas o parajes más altos donde hay abundante arena, o por lo menos lo que llaman tierra colorada (…) No tiene esto más excepción que las orillas de los ríos donde hay árboles no obstante de ser tierras bajas. Su mayor espesura está en las orillas “porque allí es donde los árboles pueden ensanchar más sus raíces y ramas, y reciben más el sol, las lluvias y rocíos”.

En los bosques no se ven árboles corpulentos, pero sí mucha “superfluidad y brosa”; aquellos por lo general están “sostenidos por diez o doce de sus vecinos, con lo que “todo el bosque forma como un solo cuerpo”. Aclaró nuestro naturalista que, de no ser así el menor viento lo desarraigaría por completo “porque la tierra o suelo está muy esponjada a causa de las raíces que la levantan o se pudren, de la elasticidad del mucho estiércol, y de que las lluvias, vientos y huellas no la deprimen”; y, que la infinidad de plantas parásitas que se ve en ellos pareciera que forma “un bosque sobre otro”

Azara describió con detalles al Isipó [Aristoloquia triangularis], al Guembé (Philodendron bipinnatifidum), a dos especies de Caraguatá (el Bromelia balansae y el B. antiacantha), al Añil (Indigofera suffruticosa), al Pindó (Syagrus romanzoffiana), y al Caranday (Trithrinax campestris). Sobre la Yerba Mate (Ilex paraguariensis) asentó el sorprendente dato de que los indios del pueblo de Itá la cultivaban, cosa que un siglo después el botánico francés Carlos Thais descubrió cómo hacer para que sus semillas germinasen, un secreto celosamente guardado por los jesuitas, el que talvez lo desentrañó Amado Bonpland; y, sobre el Apepú (Citrus aurantium), introducido por los españoles, dijo:

“Hay aquí algunos bosques compuestos únicamente de naranjos agrios con raros palos de otra especie. Estos tienen de particular que ningún vejuco los enreda y que el suelo no cría planta alguna. De aquí se deduce que el naranjo, su sombra o fruto, es enemigo de toda otra vegetación. Los pocos árboles que hay mezclados son por lo regular mucho mayores que los naranjos y es creíble que son más antiguos y de un tiempo que no había naranjas o eran pocas”.

Sabanas. Lo que no es bosque, apuntó nuestro naturalista, “es un pastizal alto, y tan espeso que en parte alguna se ve el suelo, y aún detiene el curso de las aguas”; lo que da lugar a una mala práctica, común hasta hoy, que explicó así:

“Como los ganados particularmente los caballos gustan mucho del pasto tierno, es costumbre en esta tierra quemar los pastos una vez al año. De aquí resulta que las plantas y hierbas se van reduciendo a pocas especies por[que], las que son un poco delicadas, mortificadas por el fuego, perecen para siempre si a la quemazón sigue alguna sequía” (Continuará).

Lo
más leído
del día