Políticos vividores

Parece claro que no es lo mismo vivir para la política que vivir de ella: lo primero supone una vocación de servicio a la comunidad, y lo segundo, el afán de enriquecerse a costa de ella. Resulta evidente, también, que muchos de quienes en nuestro país se dedican a los asuntos públicos no lo hacen para iluminarlos con su sapiencia, sino para percibir los sueldos mensuales contemplados en el presupuesto, y, sobre todo, para ligar las recaudaciones derivadas de la corrupción gubernativa y del tráfico de influencias. Es decir, viven –y muy bien– de una actividad que, debiendo ser noble, es considerada hoy por el común de los ciudadanos como casi delictiva, debido a que a ella se ha volcado una verdadera gavilla de voraces sinvergüenzas. Muchos carecen de profesión alguna, no han trabajado en su vida, pero con lo que rapiñan en la política amasaron verdaderas fortunas en tiempo récord. Los ciudadanos y las ciudadanas deben aprender a distinguir entre los auténticos políticos y los muchos avivados que hoy se disfrazan de tales para llenarse los bolsillos.

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Parece claro que no es lo mismo vivir para la política que vivir de ella: lo primero supone una vocación de servicio a la comunidad, y lo segundo, el afán de enriquecerse a costa de ella. Resulta evidente, también, que muchos de quienes en nuestro país se dedican a los asuntos públicos no lo hacen para iluminarlos con su sapiencia, sino para percibir los sueldos mensuales contemplados en el presupuesto, y, sobre todo, para ligar las recaudaciones derivadas de la corrupción gubernativa y del tráfico de influencias. Es decir, viven –y muy bien– de una actividad que, debiendo ser noble, es considerada hoy por el común de los ciudadanos como casi delictiva, debido a que a ella se ha volcado una verdadera gavilla de voraces sinvergüenzas.

En efecto, la experiencia indica que la política es un “negocio” muy lucrativo, que ha llevado a la rápida opulencia a personajes tales como el exministro y expresidente de la República Nicanor Duarte Frutos, los senadores Víctor Bogado, Zulma Gómez, Blas Llano, Juan Carlos Galaverna y Juan Darío Monges, el diputado Clemente Barrios, el clan Samaniego en Asunción y el clan Zacarías en Ciudad del Este, por citar solo a algunos de los nuevos ricos que siguen haciendo “política”.

El novato que quiera ingresar a la actividad debe saber quiénes son los caciques a los que conviene rendir pleitesía y aportar fondos para conseguir algún puesto promisorio en una “lista sábana” de candidatos al Congreso o a las Juntas Municipales y Departamentales. Si se aspira a un cargo ejecutivo, la inversión requerida será desde luego bastante mayor, pero también lo será la rentabilidad buscada.

De esta manera, para ingresar en la política es imprescindible tener de entrada buen dinero, ya que las campañas electorales resultan bastante costosas. Pero está comprobado que, una vez dentro de ella, las oportunidades de recuperar lo invertido y acrecentar el patrimonio son infinitas, lo que permite la frecuente aparición de meteóricos nuevos ricos provenientes de la función pública a la que se ingresó no por méritos, sino por el respaldo de algún poderoso padrino.

La vía más efectiva a recorrer es ocupar un cargo en Aduanas, en Conatel, en Puertos, etc., mediante el padrinazgo adecuado y sacarle el jugo para acumular los recursos que permitan “llegar” al Congreso, donde se logrará inmunidad parlamentaria para blindarse contra la intención de algún fiscal o juez impertinente que quiera investigar o juzgar al nuevo legislador. O bien, y como hasta ahora las elecciones internas escapan al control legal, se puede aceptar la donación que haga uno o más narcotraficantes, aunque luego el que la reciba se constituya en un esclavo de estos delincuentes. El endeudamiento es el último expediente al que se puede apelar para conquistar un “espacio político”, y sería el más aceptable si no fuera porque generalmente se pretende amortizar el crédito con los ingresos ilícitos obtenidos luego en la función pública.

Desde luego, hay quienes viven para la política, pero son la excepción que confirma la regla. Tan pervertida se halla esa ocupación que está muy difundida la creencia de que es preferible votar por un candidato ya adinerado porque seguramente no necesitará robar. No hay que subestimar la fuerza de la tentación ni olvidar que un presidente de la República, un gobernador o un intendente de los que se espera que sean honestos porque ya gozan de cierta posición económica, pueden creer necesario contar con el apoyo de los corruptos que están en los órganos colegiados y en la administración, con lo que nuevamente quedan prisioneros del aparato podrido por la deshonestidad.

La política ofrece también variadas oportunidades mediante cargos de nombres rimbombantes pero de escasas obligaciones. Como ejemplos tenemos a los parlamentarios del Mercosur (Parlasur), que a sus salarios, equivalentes a los de los legisladores nacionales, agregan sus viajes de turismo para “asistir” a reuniones en el exterior que no arrojan absolutamente nada útil para nuestro país.

Es ilusorio en el Paraguay pensar que quienes ejercen cargos electivos lo hacen por el honor que implica gozar de la confianza de los conciudadanos. Es indudable que el solo hecho de percibir regularmente fondos públicos bastante generosos puede hacer que la “política” sea atractiva. Lo condenable es que, a más de los salarios, los políticos han creado una telaraña de rebusques extraoficiales que los vuelven inmensamente ricos. Muchos carecen de profesión alguna, no han trabajado en su vida, pero con lo que rapiñan en la política amasaron verdaderas fortunas en tiempo récord.

Son contados con los dedos los políticos profesionales que han dado lustre a su noble tarea, mientras pésimo ejemplo da la mayoría a aquellos jóvenes que pretenden ingresar a la política con vocación de servicio a la patria y a sus semejantes.

Los ciudadanos y las ciudadanas deben aprender a distinguir entre los auténticos políticos y los muchos avivados que hoy se disfrazan de tales para llenarse los bolsillos, convirtiéndose en vulgares delincuentes, y tener presentes sus rostros para no votarlos más en las próximas elecciones. Hay que expulsar de la política a los corruptos.

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