Educar exige resultados, dicen

“Educar hoy exige verificar los resultados de los procesos de aprendizaje de los estudiantes”, dijo ayer el secretario ejecutivo de la Congregación para la Educación Católica del Vaticano, Mons. Vincenzo Zani, en la conferencia que dictó en el Seminario Metropolitano ante cerca de 1.000 educadores católicos.

Cargando...

El experto en educación explicó que transmitir el saber y desarrollar varias tareas educativas en la escuela exige a los educadores un empeño siempre más grande y más calificado. Agregó que para enseñar de modo adecuado se requiere “interpretar los desafíos de la cultura en la cual vivimos y saber discernir los tantos elementos que interrogan la acción educativa”. En otro momento, sostuvo que la era digital se presenta como un mundo realmente nuevo: suscita perplejidad, desorientación y algunas veces, pocas oportunidades; también condenas; sin embargo, es una realidad con la cual los educadores deben confrontarse con mucha seriedad con los instrumentos adecuados.

Mons. Zani visitará hoy el campus de Villarrica y luego recorrerá las filiales de la UC en Ciudad del Este. 

Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción

El perfil del educador católico hoy

Encuentro con los docentes de las escuelas católicas

Asunción, 16 de mayo de 2016

Excelentísimo Arzobispo, Excelencias Reverendísimas, Honorables Autoridades, Distinguidos Docentes y Educadores, Señores y Señoras

Ante todo me permito dirigir a todos vosotros un cordial saludo de parte de la Congregación para la Educación Católica y en mi nombre personal. Por la competencia que tiene de coordinar la presencia de las escuelas católicas en todo el mundo, nuestro Dicasterio Romano expresa a todos vosotros el más sincero y grato agradecimiento por el servicio generoso y calificado que desarrolláis en este país, algunas veces, en situaciones no fáciles, desde muchos puntos de vista.

Las escuelas católicas de Paraguay forman parte de una gran familia de instituciones educativas que operan en todos los continentes. En el mundo hay, en efecto, más de 210.000 (doscientas diez mil) escuelas católicas, con más de 58 (cincuenta y ocho) millones de estudiantes y con 3 millones y medio de docentes. Se trata de una realidad presente en todos los niveles sociales y culturales, con propuestas educativas inspiradas cristianamente y encarnadas en los sistemas educativos legislativos de los diferentes países. Casi todas las escuelas católicas han sido federadas en la OIEC, la cual sigue diligentemente vuestros gozos y esperanzas, vuestros dolores y sufrimientos.

Para este encuentro quisiera proponer alguna reflexión sobre el tema “el perfil del educador católico hoy”.

El argumento es de particular importancia y se coloca igualmente en el contexto de la reciente celebración del quincuagésimo aniversario de la Declaración Gravissimun educationis y del vigesimoquinto de la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiæ. En este marco se ubica la relación entre la Iglesia, la escuela y la universidad, las cuales pertenecen a aquellos medios que forman parte del patrimonio común de los hombres y que son particularmente adaptados al perfeccionamiento moral y a la formación humana, contribuyendo a promocionar una nueva cultura y un nuevo humanismo[1].

Por ello, como escribimos en el Instrumentum laboris Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva: “Hoy existe una particular atención por verificar los resultados de los procesos de aprendizaje de los estudiantes. Los estudios internacionales elaboran clasificaciones, comparan los países. La opinión pública es sensible a estos mensajes. La transparencia de los resultados, la costumbre de dar cuentas a la sociedad, el empuje a la mejoría de los estándares alcanzados son aspectos que denotan la tendencia hacia el aumento de la calidad de la oferta formativa. Sin embargo es importante no perder de vista un aspecto fundamental de la educación, dado por el respeto de los tiempos de las personas y por la conciencia que los verdaderos cambios solicitan tiempos no breves. La educación vive la metáfora del buen sembrador que se preocupa por sembrar, no siempre con la posibilidad de ver los resultados de su obrar. Educar es actuar con esperanza y con confianza” (Instrumentum laboris, Conclusión).

Hoy trasmitir el saber y desarrollar varias tareas educativas en la escuela exige a los educadores un empeño siempre más grande y más calificado. ¿Cuál es, entonces, el perfil del docente de la escuela católica?

Una respuesta complacida a esta interrogante exige una más amplia y articulada exposición de los argumentos y de puntualizaciones. Para ello, nos detendremos en dos consideraciones generales; a. En primer lugar observaremos que para enseñar hoy en modo adecuado se requiere interpretar los desafíos de la cultura en la cual vivimos y saber discernir los tantos elementos que interrogan la función educativa; b. Por último, sobre la base de estas orientaciones, podríamos definir el perfil del docente católico.

1.- Algunos rasgos de la cultura en la cual vivimos

Inicio con indicar algunos entre los múltiples y complejos elementos que caracterizan el clima cultural de nuestro tiempo y que tienen un gran influjo sobre el ambiente de vida y sobre las personas que desarrollan tareas formativas. Entre los múltiples problemas que se encuentran, privilegiamos aquellos que interrogan directamente el mundo de la educación y, en modo especial, las responsabilidades de sus protagonistas principales, es decir, los educadores.

1.1 Cuestiones relativas a la autoridad y la libertad

Un primer elemento respecta a la crisis de las relaciones intergeneracionales que suscita el tema de la autoridad en general, y en modo específico la autoridad aplicada a los procesos educativos.

Antes de ser una cuestión de medios y de técnicas, la educación es una relación entre personas que se fundamenta sobre todo en la unión que los adultos establecen con las jóvenes generaciones. Sin embargo, en la sociedad actual se constata una confusión difusa de las edades de la vida, de los roles y de los sentimientos que anulan el intercambio intergeneracional y, por esto, siguiendo algunos observadores atentos, esta sociedad ha sido definida como adolescéntrica[2].

Los jóvenes se han convertido en los proscriptores de los comportamientos culturales contemporáneos, induciendo a los adultos a imitar la adolescencia, esa edad transitoria de la vida en la cual la personalidad está en fase de construcción. De este modo, la sociedad se organiza entorno al mito de la juventud, perdiendo el sentido objetivo y fundante de la relación educativa de una aproximación inter subjetiva con las primeras generaciones, y entonces, desapareciendo la tarea de trasmitir los valores vividos que le consienten un correcto y libre proceso de identificación. Al debilitarse la figura de los adultos, se llega al resultado en el cual los jóvenes a menudo no tienen otras posibilidades si no aquella de identificarse consigo mismo, en ausencia de una sociedad que sea verdaderamente adulta.

En tal contexto, surge espontánea la pregunta acerca los sujetos, los métodos, los modelos y los contenidos de la educación y, de consecuencia, es obvio ponerse la cuestión acerca los valores fundamentales de la educación como lo son autoridad y libertad; se trata, en efecto, de re-comprender estas dos variables cruciales, estrechamente conectadas con los procesos y las dinámicas educativas.

La crisis de la autoridad y la confusión entre autoridad y autoritarismo se revelan particularmente agudas en el ámbito formativo, donde son interpelados en modo especial los adultos que desarrollan su tarea específica y que advierten por la misma razón un verdadero y propio malestar educativo[3].

Además de este aspecto, se podría recordar otras problemáticas, por ejemplo, la crisis de ejemplaridad educativa por la cual aquellos que han sido revestidos con la responsabilidad de educar, pareciera han perdido la capacidad de vivir en primera persona, en la profundidad de su rol educativo, los valores y el estilo de conducta que promovería el crecimiento en los sujetos.

Se registra, igualmente, una crisis de la trasmisión de la cultura y de la experiencia entre las generaciones, producida por la disminución del diálogo y de la propuesta de contenidos y de valores, con el resultado inevitable de la fragmentación de las intervenciones educativas y la tendente indiferencia.

Bajo el aspecto pedagógico, la crisis de la autoridad educativa está estrechamente relacionada con la tergiversación del concepto de libertad personal, interpretada como la alternativa ante cualquier norma o regla[4]: al principio excesivamente personal de la “libertad bajo condición”, ha tomado puesto el permisivismo de la “libertad sin condición”. La libertad ha sido asumida como mera posibilidad de hacer, no ya como posibilidad de elegir de hacer.

1.2 Difusión de la era digital y las exigencias formativas

Un segundo elemento particularmente relevante que interpela en modo creciente la labor de los educadores es la conocida cultura digital. La era digital se presenta como un mundo realmente nuevo, suscita perplejidad, desorientación y, en algunas oportunidades, condenas. Sin embargo, es una realidad con la cual los educadores deben confrontarse con mucha seriedad y con los instrumentos adaptados[5].

Ante esta “era digital”, el peligro es de considerarla sólo como un fenómeno meramente técnico y cuantitativo. Los cambios evidentes y visibles a todos, sea a nivel de tecnología (celulares, computer, Internet, ipod) como a nivel de códigos de trasmisión y lenguaje culturales (nuevos format, sitios blog y social network), podrían hacer pensar que bastan algunas reglas para el uso y alguna que otra prohibición y la educación ya está garantizada. No obstante, si se analiza más en profundidad, se comprende que las dos son bien diferentes.

Los cambios en acto deben ser tomados como una revolución cultural y antropológica de notables proporciones. El uso de las nuevas tecnologías mediáticas e informáticas no sólo modifican los ritmos externos de la vida de los hombres, si no más profundamente modifica la manera de comprenderse como personas, de estructurar la propia identidad, de percibir el real sentido de las cosas. Y es a este nivel que se debe situar el inicio de la metamorfosis cultural no fácilmente descifrable y que, no obstante, envuelve un poco a todos los procesos formativos: desde los escolares, a los universitarios, hasta los socio políticos y económicos.

En cuanto respecta a las relaciones sociales, las nuevas tecnologías digitales funcionan como intensificadores de sensibilidad e reductores de distancia, incidiendo en la construcción del sentido de nuestras acciones y de las relaciones a través de las cuales conformamos nuestra identidad y estructuramos en modo diverso los campos lingüísticos y culturales que vehiculan la trasmisión y las reglas del sentido de la vida y de los valores.

En los social Networks se convierte en una variable a disposición del sujeto, la definición de la propia identidad a partir del género (me puedo fingir hombre o mujer, o ambas cosas), de la edad (puedo asumir cualquier edad de la vida), de la condición social y pública (desaparecen las distinciones entre ricos y pobres, la colocación en una determinada clase social se hace como resultado de una elección libre); es posible darse una forma y figura de autoridad y responsabilidad social; se puede usar la propia esfera privada para crear una falsa intimidad.

Otro aspecto del cambio antropológico que la cultura digital injerta en la construcción de nuestra identidad es la dimensión de la percepción de lo real. Con esto, me refiero a los procesos a través de los cuales yo construyo en mi mente la representación del mundo en el cual vivo, las representaciones mentales de la realidad. La cultura digital no sólo ejercita fuerte formas de influjo y de condicionamiento de las emociones y del pensamiento de los individuos, sino además asume el rol de sujeto que está en grado de producir parciales experiencias que pueden marcar en profundidad la vida. Este influjo podrá ser decisivo en modo directo y libre de parte del individuo (a través de mecanismos de evasión, de interés y de apertura), pero podrá ser decisivo, organizado y regulado también por los nuevos poderes que la sociedad digital va creando, permitiendo el nacimiento de nuevas figuras de la sociedad y la fuerte modificación de aquellas existentes, comprendidas en las instituciones políticas y en las varias organizaciones.

2. El Perfil del educador

De lo que hemos dicho hasta el momento, se nota que sobre todo hoy es urgente preparar adecuadamente a los educadores de la escuela católica. Las condiciones, unidas al fenómeno del relativismo o a aquellas de las dimensiones interculturales, que penetran por doquier en modo persuasivo, advierten a los responsables de las iglesias particulares la necesidad de exigir a los educadores de las escuelas católicas una preparación mucho más orientada y específica, puesto que la tarea de esta institución asume una relevancia cultural y social más acentuada.

Resumo algunos contenidos principales en dos puntos, de modo que puedan ser mejor utilizados.

2.1 Comportamientos y tareas confiadas a los educadores

La naturaleza de la escuela católica se manifiesta y concretiza a través de los comportamientos personales y de las tareas confiadas a los educadores. Subrayamos aquí aquellos que retenemos más importantes.

No basta trasmitir saberes y conocimientos. Además del aprendizaje de los conocimientos, es necesario que los estudiantes hagan una experiencia fuerte de coparticipación con los educadores (n.2).

En su actividad pedagógica, el educador no se puede limitar a escrutar el dato que le ofrece la realidad, sino en ella se descubre y se interpreta el mandamiento educativo de recoger y de desarrollar. Este mandamiento consiste exactamente en educar en la verdad. En palabras de Husserl: «Nosotros los hombres del presente (…) estamos frente al gran peligro de sucumbir en el diluvio escéptico y de dejarnos escapar nuestra verdad»[6].

Es propio este mandamiento educativo de buscar la verdad, de comunicarla con lenguajes adaptado y también de testimoniarla, lo que interpela al docente de la escuela católica sobre el plano espiritual, humano y profesional. Se requiere que el docente verifique constantemente, a nivel personal y a nivel comunitario, las propias acciones educativas, apropiándose del mandamiento educativo a través de una triple verificación.

a. Verificar la propia sensibilidad espiritual, preguntándose si advierte el «misereor super turbam», aquella piedad de Cristo respecto a la necesidad de verdad del hombre de hoy: «vio mucha gente y se conmovió de ellos porque eran como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles muchas cosas». (Mc 6,34-41).

b. Verificar la propia sensibilidad cultural, preguntándose se advierte que la necesidad de verdad del hombre de hoy, y sobre todo en los jóvenes, es también una necesidad cultural de síntesis, una necesidad de unidad del sentido. La fragmentación postmoderna de los saberes hace perder cualquiera unión con las grandes verdades que reducen la multiplicidad a la unidad y así muchos jóvenes corren el riesgo de no encontrar propuestas significativas, de no individuar horizontes más amplios y de estar obligados a vivir en la fragmentación, con la consecuente multiplicación de elecciones y también con el riesgo de la incoherencia.

c. Verificar la competencia, en términos de competencia cultural-didáctica específica y de competencia educativa, recordando que el educador no es un mero custodio del orden y del programa, sino el portador vivo de los valores espirituales y humanos. Debemos persuadirnos hasta el fondo que «la verdadera fuerza educadora deriva no del método, sino de la seguridad del fin del educador que sabe en cuál dirección y qué cosa debe educar y que somete sí mismo a un bien sobrehumano más allá de la propia persona»[7].

Por ello, una adhesión personal y comunitaria al mensaje cristiano debe constituir el fundamento y la constante referencia de la relación personal y de la colaboración recíproca entre educador y educando (n.4); en ella, el educador debe verter en modo sapiente el espesor de su mundo interior, intelectual y espiritual.

2.2 Un camino de formación para educar juntos

El documento de la Congregación para la Educación Católica Educar juntos en la escuela aporta diversos elementos para un camino de formación para educar juntos, dirigido sobre todo a los educadores.

a. En línea con cuanto hoy se ha afirmado a nivel de las organizaciones internacionales y también en el ámbito empresarial y profesional en todos los niveles, es necesaria una formación inicial y continua de la persona que afronta el empeño de educar.

b. Por esto se requiere apuntar sobre la calidad de la formación profesional, constantemente garantizada y evaluada.

Es necesario, entonces, cuidar un indispensable abanico de competencias culturales, psicológicas y pedagógicas, capacidades de proyectar y de evaluar, creatividad y apertura a la invocación (n.22).

Además, la formación del docente requiere hoy la capacidad de hacer síntesis entre las competencias profesionales y las motivaciones educativas, obrando siempre en relación con los otros educadores (n.22).

Finalmente, el educador debe ser capaz de motivar a los jóvenes a una formación completa, suscitando y orientando sus mejores energías hacia una construcción positiva de sí mismo y de la vida y hacia una responsabilidad en relación con la sociedad (n.22).

c. En la escuela católica es de fundamental importancia crear el ambiente idóneo para acoger el mensaje cristiano, a través de una correcta actuación del proyecto educativo, dando particular importancia a la dimensión religiosa. Por esto, se requiere que los educadores, consagrados y laicos, transiten un adecuado itinerario formativo teológico y espiritual[8].

Dice el texto del documento, al respecto: «En la comunidad educativa, por tanto, el estilo de vida tiene un gran influjo, sobre todo si las personas consagradas y los laicos obran conjuntamente, compartiendo plenamente el empeño de construir, en la escuela, “un ambiente comunitario escolástico, animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad”. Ello exige que cada uno aporte el don específico de su propia vocación, para construir una familia animada por la caridad y el espíritu de las bienaventuranzas».

Finalmente, les recuerdo que en una sociedad globalizada la educación debe mirar a la unidad de la familia humana y de su desarrollo en el bien, favoreciendo una cultura personalista, comunitaria y abierta a la trascendencia que caracterice el proceso de integración planetaria. En estas consideraciones se intuye la urgencia de educar a la ciudadanía activa y responsable (cf. n. 42).

Muchas gracias

[1] En línea con cuanto ha afirmado Gaudium et spes nn. 54 y 55.

[2] Cf. T. Anatrella, Interminables adolescentes, - les 12-30 ans -, Paris, Cerf/Cujas, 1988. También La différence interdite, Paris, Flammarion, 1998.

[3] Cf. L. Pati, «La autoridad educativa entre crisis y nuevas preguntas», en Laboratorio Pedagógico, Repensar la autoridad. Reflexiones pedagógicas y propuestas educativas (a cargo de L. Patu e L. Prenna), Guerirni Studio, Milano, 2008, 15-32.

[4] Cf. G. Corallo, Pedagogía. La Educación. Problemas de pedagogía general, SEI, Turín, 1972, 224 ss.

[5] Cf. L. Bressan, «Ser sacerdote en la era digital», en La Revista del Clero Italiano 2 (2010) 87-98.

[6] E. Husserl, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, El Ensayista, Milán, 1961, 43.

[7] Ibid., 68.

[8] Las personas consagradas, por la profesión de los consejos evangélicos manifiestan vivir para Dios y de Dios. De esta forma se convierten en testimonios concretos del amor trinitario, para que los hombres puedan advertir el atractivo de la belleza divina (n. 27). Los laico mostrarán su vocación específica al interno de la Iglesia, cumpliendo cuanto dice el Concilio a tal propósito: es propio de los laicos: «tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios». (L.G. nn. 30-31).

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...