Difícil trasplante en gente humilde

El niño con corazón trasplantado, Jesús Leiva, falleció antes de cumplir dos años con su nuevo órgano vital. Los médicos sostienen que la causa principal de su deceso es que no tuvo los cuidados y la asistencia sanitaria y farmacológica que su delicada condición cardíaca requería luego de la cirugía. La muerte del menor nos enfrenta a un problema social y ético bastante complejo: ¿la gente pobre no está en condiciones reales de recibir un trasplante de corazón?

Cargando...

La respuesta instintiva diría que sí puede, tiene los mismos derechos que los demás y es obligación del Estado velar por la salud de todos los ciudadanos. En la teoría, en las leyes y en el discurso público, no hay discusión ni objeción posible. Desde luego que es algo absolutamente deseable y bueno que las personas de muy escasos recursos puedan acceder a un trasplante de órgano en hospitales públicos, sin pagar nada, cuando en un centro médico privado eso costaría sumas varias veces millonarias.

El presente caso demuestra que la cuestión no es tan sencilla y que cuando una situación es compleja deben contemplarse todos los factores y posibles consecuencias, pues el acto quirúrgico salva la vida del enfermo pero la situación socioeconómica de la familia permanece invariable.

En este caso, los médicos advirtieron que el niño trasplantado no podía seguir viviendo en un rancho muy precario, y acudió el Gobierno, a través de Senavitat, a regalar una casa nueva a la familia del trasplantado. Pero la vida exige mucho más que una casa y el niño Jesús precisaba cuidados sanitarios permanentes, alimentación especial, medicamentos costosos, control periódico por parte de galenos especialistas y, además, no contraer otras enfermedades porque su debilitado cuerpo no podría enfrentar varias batallas al mismo tiempo.

La humilde familia no podía asumir tantas necesidades; hubo denuncias de falta del debido cuidado ante la  Codeni; el enfermito fue puesto en manos de la abuela, pero el fantasma de la pobreza siempre rondaba por ahí. Solo era cuestión de tiempo para que algo no funcionase bien, aparecieran las complicaciones y el pequeño trasplantado dejó de sufrir, de soñar, de vivir.

¡Qué dilema ético tan difícil! ¿Qué hacer si un niño muy pobre necesita un trasplante de corazón? ¿Se lo deja que fallezca “naturalmente”, como centenares de pequeños que pierden la vida cada año? ¿Se le atiende, con suerte logra ser trasplantado y luego se lo devuelve a su habitual entorno social? ¿Se lo salva por algunos meses, aún a sabiendas de que tiene muy pocas chances de sobrevivir si luego es retornado a la vida marginal y precaria de siempre? ¿No existe algo de irresponsabilidad en los médicos que se lucen ante las cámaras durante la operación y luego, si el paciente muere, la culpa es atribuida a la familia que no lo cuidó bien?

Son demasiadas preguntas y muy difíciles y complejas respuestas. Quien tenga la varita mágica de la solución, que la use. Mientras, sigue vigente el dicho de que una golondrina no hace verano, y un baño de humildad nos vendría bien a todos.

ilde@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...