Inseguridad creciente y los niños de la calle

Es evidente que la inseguridad crece día a día. Lo dicen las estadísticas, lo percibimos y padecemos todos los ciudadanos. No se trata solo de los grandes crímenes; tampoco es solamente un problema de las zonas del país donde reinan las mafias y las bandas armadas. Se trata de la delincuencia callejera cada vez más frecuente y más violenta.

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El incremento de la delincuencia constituye uno de esos problemas que, si no se atienden a tiempo, acaban por convertirse en incontrolables y de muy difícil solución. Tenemos ejemplos cercanos que lo confirman. Lo vemos ocurrir en las favelas de Brasil, en las villas de Argentina, donde el fenómeno es de más larga data, y ahora lo estamos viendo crecer y multiplicarse de forma alarmante en nuestro país.

Todos sabemos donde están los orígenes del problema: los chicos de la calle, por supuesto sin estudios que los capaciten para integrarse a un trabajo digno, condenados a la marginalidad y expuestos a la droga, a la prostitución, a la influencia y autoridad de mafias pequeñas y grandes en barrios dominados por los traficantes.

La gran mayoría de estos chicos, más tarde o más temprano, acaban por pasar por las cárceles que, tal como están en la actualidad, son más bien universidades del delito que centros de rehabilitación. Nada de esto es una novedad, todo ello viene ocurriendo desde hace años, sin que por desidia, por falta de conciencia o por desinterés se tomen medidas correctivas.

La imprevisión, la incapacidad de detectar y resolver a tiempo los problemas es, por desgracia, una de las más generalizadas características de la política paraguaya. Pocos políticos piensan más allá de la próxima elección y menos aún tienen la preparación suficiente para evaluar las consecuencias de largo plazo que tendrá un problema actual.

Sin embargo, hay imprevisiones que se pueden solucionar con algo de voluntad, esfuerzo y dinero en un plazo razonable de tiempo. En cambio, la imprevisión en materia de delincuencia transforma el delito en un problema crónico y estructural en el que, de hecho, una franja importante de la población se gana la vida directa o indirectamente de alguna actividad delictiva.

Por otra parte, cuando la delincuencia se vuelve crónica y estructural la violencia se incrementa en forma demencial y desproporcionada. Por graficarlo con un solo ejemplo: unos años atrás un motochorro simplemente robaba cuando tenía la oportunidad; hoy muchos de ellos, pistola en mano, están más que dispuestos a asesinar a su víctima si se resiste y a veces aunque no se resista.

Como ya dije, la marginalidad infantil y juvenil está en el origen mismo del problema y ese abandono personal, esa exclusión social, está muy vinculada al problema educativo. La propia expresión “niños de la calle” implica que no están donde deben estar los jóvenes: en las escuelas y colegios.

Así pues, en lugar de aprender en las escuelas a vivir, aprenden en las calles a sobrevivir; en lugar de formarse en los colegios para trabajar, se especializan en las prisiones en delinquir. Cuando lleguen a adultos: ¿cómo se hará para cambiar esa forma de vida?

Esta tendencia a convertirnos en una sociedad delictiva y violenta ya está instalada en el Paraguay, pero aún es relativamente reciente y todavía no tiene en nuestro país un arraigo tan fuerte como en otros países de la región, como en el caso, que antes puse como ejemplo, de las favelas brasileñas, que son pequeños feudos controlados por bandas delictivas.

La violencia callejera no ha tenido tiempo de consolidarse hasta ese punto en nuestro país y aún podrían diseñarse y ejecutarse políticas efectivas para corregirla; pero para ello tenemos también un problema educativo: muy pocos son nuestros políticos lo bastante formados e informados para tomar conciencia de la gravedad del problema y, en consecuencia, no hay voluntad política de encontrar soluciones.

rolandoniella@gmail.com

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