La transición a un nuevo rumbo (I)

Estamos en el momento del fin de la actuación del equipo de transición y el inicio de los famosísimos primeros 100 días. A alguien, por alguna razón coyuntural seguramente, se le ocurrió que la clave, lo importante, eran los primeros 100 días de gobierno.

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Desde ese día, como somos grandes consumidores de eslóganes, todos esperamos esos benditos días de la misma manera que esperamos los reyes magos y por las mismas razones.

Para mí, los 100 días no son más que un número de días de un proceso que será necesariamente largo y difícil si de verdad se quisiera cambiar el rumbo que tiene nuestro país. Nuestro rumbo es el de la decadencia por la corrupción generalizada y la notable y profunda pérdida de la ética en vastos sectores de nuestra sociedad. Esta situación o dinámica está completamente ignorada y disimulada por un crecimiento económico extraordinario.

Un rumbo distinto es una cuestión de construcción, no de ejercicio de poder solamente. No basta con ejercer el poder, un nuevo rumbo requerirá, más que poder, capacidad de seducir, de convencer, de mostrar que hay un futuro mejor y que uno es confiable a los efectos de generar credibilidad.

En realidad, el gobierno electo está ejerciendo el poder prácticamente desde que terminaron los festejos en abril, más de 100 días, y muy especialmente desde que asumieran sus funciones los nuevos senadores y diputados. El equipo de transición compartió el poder, bajo las órdenes del presidente electo, con el gobierno que sale el 15 de Agosto.

El estilo de conducción del presidente electo parece adquirir perfiles nítidos, no así el anunciado nuevo rumbo.

Después de meditar largamente sobre la conveniencia y oportunidad, decidí compartir una serie de reflexiones sobre el cambio y la propuesta del nuevo rumbo.

Lo hago porque hace un tiempo que mi preocupación le gana espacios a mi esperanza. Percibo que volvemos a ignorar el poder destructivo de la corrupción y seguimos constatando que existe una dirigencia dentro y fuera de la política que se parece a los calcetines: está diseñada para calzarse con cualquier lado. Peor, a algunos les es tan igual succionar el de la derecha como el de la izquierda.

La dirigencia tiene la función de dirigir, de orientar y conducir. ¿Cuáles son los límites de esa conducción? ¿Dónde están los andariveles que delimitan la toma de decisiones? Los límites se encuentran en los valores y los principios sobre los que se construyen los sistemas, en este caso el sistema político y el sistema económico. El sistema social es una consecuencia de los anteriores.

Cuando para los dirigentes lo importante es la cercanía al poder y no los sistemas y sus principios, el desmadre, las extralimitaciones, son más que posibles. Los populismos de izquierda y de derecha se desarrollan con este tipo de dirigentes y el autoritarismo está a la vuelta de la esquina.

Los cambios de rumbo no se logran con esta clase de dirigentes, acomodaticios, sin compromisos, sin mística, sin mayor ambición que el negocio fácil.

Es paradójico, el “Yes man”, el que le dice sí a todo lo que dice el jefe, es una amenaza peor que los que resisten el cambio. Esto es así porque la resistencia natural al cambio obliga a estar alerta.

Los enemigos del cambio están siempre atentos a cualquier error para desprestigiarlo. El que no se atreve a advertir, por no contradecir, de una metida de pata debilita la confianza y la posición de fortaleza que se requiere para enfrentar a esos enemigos. Si yo no quisiera que se produzca el cambio, estaría estimulando el ego de quien lo conduce, es la mejor forma de inducir al error.

Paraguay tendrá el rumbo del desarrollo cuando el Gobierno esté al servicio del Estado para que este cumpla con sus funciones y el sector privado genere la actividad económica suficiente para asegurar el crecimiento. Hasta hoy, la alianza público-privada sirvió fundamentalmente para utilizar los recursos del Estado para tratar de mantener al Gobierno en el poder, y para premiar a los amigos con los negocios y los privilegios y castigar a los adversarios con regulaciones y acciones claramente irracionales.

Si este fuera el anunciado nuevo rumbo, los niveles de resistencia que tendrá el gobierno que lo propone serán enormes porque supone cambios profundos y extensos. Mucha, muchísima gente intentará que los cambios no se produzcan.

El gran desafío para un gobierno que busca esos cambios es hacer políticamente viable el inicio de los cambios que son impostergables.

Para eso se requiere habilidad política, pero sobre todo convicción, mística, carácter y disciplina que no debe ser confundida con la obsecuencia, que es todo lo contrario.

Mañana: ¿Por dónde empezar?

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