Dilma, destituida y Temer sube con mayoritario apoyo político

Dilma Rousseff fue destituida ayer como presidenta del Brasil, con el consenso de todas las fuerzas políticas (61 votos a favor de la condena en el Senado) con la única excepción de su Partido de los Trabajadores (18 senadores) y el Partido Comunista (2).

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Michel Temer, un abogado de 75 años que fue elegido junto a Dilma Rousseff como vicepresidente, se convirtió ayer en el presidente del Brasil, cargo cuyas funcionas ya interinaba tras la suspensión de Rousseff en mayo pasado.

El Congreso brasileño destituyó a la presidenta por “delitos de responsabilidad” en su gestión, como reza el texto de la Constitución.

Esos actos comprendieron el intento de disfrazar la mala situación fiscal durante su gobierno, demorando el traspaso de dinero público, y la emisión de decretos alterando el presupuesto, que solo puede ser hecho por el Congreso.

En el órgano legislativo, primero los Diputados impulsando la acusación, y luego los Senadores emitiendo su veredicto, se vio una amplia mayoría, dos tercios, a favor de la destitución de la mandataria.

La mala situación económica, que precisamente Rousseff intentó disfrazar, fue uno de los detonantes de su juicio político.

El otro gran factor fue la corrupción generalizada, montada ya en el gobierno de su antecesor, del mismo partido, Lula da Silva.

Durante el proceso en el Congreso se vivieron masivas protestas, de millones de personas en las calles, en contra de la corrupción del Gobierno.

La corrupción afectó principalmente al gobernante Partido de los Trabajadores, pero también a toda la clase política brasileña, en un esquema de prebendas que superó en su dimensión a todas las experiencias en ese campo ya vividas en ese país.

La investidura de Temer cerró un capítulo de una tormentosa crisis política en la que se ha sumergido el gigante de Sudamérica.

“Prometo mantener, defender y cumplir la Constitución de la República, observar sus leyes, promover el bien general del pueblo brasileño y sustentarle la unión, la integridad y la independencia de Brasil”, dijo Temer en su toma de cargo.

El acto fue “rápido y sencillo”, sin discursos, tal como se hizo en 1992 con la toma de posesión de Itamar Franco, quien sucedió a Fernando Collor de Mello después de que este también perdió el poder, en ese caso en medio de un grave escándalo de corrupción.

La conclusión de este capítulo no significa necesariamente el fin de la crisis política, que se suma a la aguda recesión económica.

Por lo pronto, Temer se propone salir a la búsqueda de inversión extranjera y buscar que se recupere la confianza tras años de dispendio en el gasto fiscal.

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