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La cara de Francia

Muchas versiones existen sobre la fisonomía del Dr. Francia, aquel enigmático gobernante de los primeros años de nuestra República. Son muy difundidos los retratos que lo pintan como un ogro sanguinario, pero parece que la realidad era otra.

Según los hermanos Robertson, que lo vieron y trataron personalmente, el Dr. Francia era “moreno, de ojos negros muy penetrantes, su umbrosa cabellera que peinaba hacia atrás descubría su amplia frente para desvanecerse en naturales ondas sobre sus hombros; le daban un aire de dignidad que atraía la atención”.

“Aunque tenía una expresión severa y una inflexibilidad latente en su semblante, se esfumaban apenas se sonreía, produciendo por el solo contraste un efecto cautivante en quienes con él conversaban”.

Los Robertson ilustraron la portada de su Letters on Paraguay, publicada en Londres, en 1838, con un retrato que avala sus afirmaciones, en el que se observa a un Francia diferente al que acostumbramos a ver. Dieciséis años después, el capitán Thomas J. Page incluyó el mismo retrato en su libro The Argentine Confederation and Paraguay.

Un santo violinista

Hacia el siglo XVI vino a América el misionero franciscano de origen andaluz Francisco Solano. Este religioso –que en 1570 ingresó a la orden de San Francisco de Asís– nació en la localidad española de Montillo en 1549.

Cuando vino al continente americano se propuso aprender el quechua, lengua que le fue de mucha utilidad en su misión evangelizadora.

Viajó a pie desde el Perú hasta Santiago del Estero y, a su paso, evangelizó a los pueblos indígenas que encontraba en su camino.

En 1595 se le designó custodio del Tucumán, Río de la Plata y Asunción, y se ganó el aprecio y respeto de los naturales, entre quienes su prédica tuvo mucha repercusión.

En 1603 regresó a Lima a dirigir el Colegio de Recolección Santa María de los Ángeles. Su presencia en dicha ciudad fue muy bien acogida y se ganó el respeto de todos los limeños.

Murió en 1610. En todas las regiones en las que posaron sus pies aún le recuerdan con veneración a través de cultos, tradiciones y leyendas. Fue beatificado en 1675 y canonizado en 1726. El proceso de su canonización tiene el testimonio de 500 personas, quienes le atribuyen numerosos milagros.

En busca de metales

Ya los jesuitas realizaron intentos –con relativo éxito– para la extracción y fundición de minerales. También en Asunción, en la época de la independencia, se tiene documentada la presencia de talleres de fundición. Parece ser que en esa época ya se tenían localizados algunos yacimientos de hierro.

Los primeros trabajos de fundición que dieron origen al alto horno de la planta siderúrgica de El Rozado datan de los últimos años de la dictadura francista (hacia 1938).

El profesional que llevó adelante aquellos primeros ensayos en El Rozado fue un herrero irlandés, llamado José Antonio O’Diagan, más conocido como Pepe Antón.

Durante el gobierno de López el Viejo, se encaró con mayor ímpetu la actividad de producción metalúrgica en el país. En 1849 contrató al técnico inglés Henry Godwin.

Con Godwin llegó un alemán llamado Friederich Feiger, quien a través de sus conocimientos de química (y medicina) fue el responsable de constatar la existencia de material ferroso en San Miguel, Caapucú (yacimientos ya conocidos en la época) e, inclusive, Quyquyhó. Después llegaron otros técnicos, quienes, con su trabajo, convirtieron al país en el primero en poseer tecnología siderúrgica en el continente. 

Requisa obligatoria

En las primeras décadas del siglo XX, durante los viajes en barcos por el río Paraná, los capitanes de buques solían proceder al desarme de todos los pasajeros que se embarcaban, para prever cualquier incidente enojoso. Claro que las armas eran devueltas a sus dueños al final del viaje.

Durante la requisa salían a relucir desde el vulgar machete leñadero, pasando por los populares “yva para” hasta relucientes “Smith & Wesson”, reformado, de caño largo y empuñadura de nácar.

surucua@abc.com.py

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