LA CANASTA MECÁNICA

EL CULTO AL ASFALTO.- En nuestra sociedad de consumo, confundimos los deseos con la necesidad. La constante campaña para la adquisición consumista busca convencernos de que poseer cosas materiales conduce directo a la felicidad personal. Una supuesta felicidad que nunca se alcanza, ya que al confundir deseos con necesidades, la ampliación de expande hasta el infinito. Como nuestro sistema de transporte público es pésimo, poseer una moto es la mayor aspiración de la clase humilde. Adquirir un coche vía Iquique, o pagado en largas cuotas, es el sueño de una empobrecida clase media. La gente adinerada compite en la ostentosa carrera de presumir quien se desplaza en el vehículo más lujoso y caro sobre las destruidas calles del municipio de Asunción.

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Por todo lo señalado, nuestra población venera al automóvil y a la moto, y les rinde culto en el altar del asfalto. Los precios inmobiliarios cotizan más alto cuando las propiedades se encuentran cerca del asfalto.

Las urbanizaciones cerradas y pueblos o ciudades dormitorio fueron proliferando a lo largo del siglo pasado gracias al automóvil, símbolo del progreso industrial, con la finalidad propagandística de dar autonomía al ciudadano. Nada más lejos de la realidad, los embotellamientos, el estacionamiento caótico, la falta de señalización en las calles y el mal estado de la capa asfáltica demuestran la ineficacia del coche y la moto frente al transporte público. El uso del vehículo privado, como primer medio de transporte en nuestra ciudad, envenena la atmósfera con las emisiones de CO2, y trae problemas de seguridad para el peatón y el ciclista, sumado al estrés, la congestión y un gasto económico considerable en combustible, taller mecánico, etc. En definitiva: “El tráfico se convierte en la organización simbólica y efectiva de la ciudad, y el automóvil es su célula básica, que conforma una manera de ser individualista y competitiva, violenta e insolidaria” (McShane y Clay).

Desafortunada es la idea que confunde PROGRESO con ASFALTO. Deshumanizante la actitud de proteger al vehículo (con calle asfaltada) por encima de la vida de las personas. “El empedrado me rompe el coche”, dice el esclavo de su auto. El asfalto contamina el aire y desata el conductor de Fórmula 1 que existe en el interior de cierta gente. Invade nuestra vida ecofamiliar de barrios con niños que ya no pueden jugar en las veredas, ni andar en bicicleta por el peligro que entrañan los vehículos que circulan a alta velocidad en las nuevas calles asfaltadas. La gente ya no puede salir a tomar tereré en su portón y los ancianos también están amenazados por el altar asfaltado que mata la vida plácida del barrio. El tránsito es más importante que la sana vida ecofamiliar del vecindario. El coche es más importante que el vecino, la moto tiene prioridad sobre el peatón.

El municipio está obligado a dar urgente prioridad a un diseño urbanístico que favorezca los modos no motorizados, y que trabaje asociado a otras entidades involucradas, para aplicar la proximidad de buenos servicios de transporte urbano y no la lejanía. Las autoridades, en general, ya no pueden soslayar la regulación responsable del uso del coche y de la moto en la ciudad. Menos asfalto, menos coches; menos motos, mejor transporte público; más aire limpio, más vida.

carlafabri@abc.com.py

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