Juan Carlos Franco, desterrado en Paraguay, defensor del anarquista Severino Di Giovanni

El Crononauta nos lleva hoy en La Máquina del Tiempo a las primeras décadas del siglo XX para conocer la breve y trágica vida y el oscuro final del teniente Juan Carlos Franco, compañero de aventuras musicales de Atahualpa Yupanqui en sus inicios, elocuente defensor del anarquista Severino Di Giovanni y desterrado en Paraguay por el dictador Uriburu.

Foto del diario argentino La Nación del día en que detuvieron a Severino Di Giovanni; la flecha muestra el lugar del tiroteo (Archivo de La Nación)
Foto del diario argentino La Nación del día en que detuvieron a Severino Di Giovanni; la flecha muestra el lugar del tiroteo (Archivo de La Nación)

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El músico Atahualpa Yupanqui menciona en sus memorias a un «talentoso y desdichado teniente que anduvo desterrado en Paraguay»: «Traté y hasta canté con Enrique Almonacid, un periodista santiagueño de la sección Cables que me había presentado Juan Carlos Franco, aquel talentoso y desdichado teniente que anduvo desterrado en Paraguay…». ¿Quién fue Franco y por qué estuvo desterrado aquí? «A veces –escribe Yupanqui– acompañaba en zambas y chacareras al tucumano teniente Franco, que usaba el apellido de su madre ya que el reglamento castrense no le permitía presentarse en tal escenario ni en tales condiciones» (1).

Juan Carlos Franco Páez nació en Tucumán el 30 de diciembre de 1898, ingresó a los 15 años al Ejército Argentino, donde destacó en equitación y esgrima, componía zambas y vidalas y tocaba la guitarra y en los años en que Atahualpa Yupanqui comenzaba sus incursiones en Buenos Aires formaron juntos el Dúo Chavero-Páez.

En septiembre de 1930, José Félix Uriburu derrocó a Hipólito Yrigoyen, instauró una ley marcial y ordenó buscar, arrestar y enjuiciar a anarquistas como Severino Di Giovanni, que fue capturado en una sangrienta persecución policial por las calles y tejados de Buenos Aires y a quien Uriburu decidió condenar rápidamente a muerte mediante juicio sumario ante un tribunal militar. Había que designar a un militar para la pantomima de su inútil defensa, y quiso la suerte que el elegido fuera el teniente Franco.

En su ensayo El tucumano Franco, defensor del anarquista Di Giovanni (1931) (2), escribe la profesora Verónica Estévez que en las primeras décadas del siglo XX los dos diarios de mayor circulación en Tucumán eran La Gaceta y El Orden. Extractamos algunos pasajes de las notas de estos diarios sobre el caso de Di Giovanni, que se encuentran en la investigación publicada por la profesora Estévez.

El sábado 31 de enero La Gaceta anuncia: «Di Giovanni será fusilado». Su defensor, el teniente Franco, solicitó que la sentencia se remitiera al Ministerio de Guerra, se accedió a esta apelación y se reunió el Consejo Supremo de Guerra y Marina. La Gaceta siguió cada paso: 11:04: el preso espera sentencia en la Penitenciaría; 12:34: Uriburu ordena «cúmplase»; 17:05: el pedido de apelación de Franco se acepta y se reúne el Consejo; 18:55: se informa que la sentencia fue confirmada; 19:25: se informa que Uriburu dio la orden de «cúmplase». La ejecución sería al día siguiente, domingo, a las 5 de la mañana. El trágico destino de Di Giovanni (observa Estévez) se decidió con rapidez escalofriante: desde la captura, el viernes 29 por la noche, hasta la ejecución, pasaron menos de 40 horas.

El lunes 2 de febrero La Gaceta informa: «Di Giovanni fue ejecutado ayer». Se menciona el pedido de Di Giovanni de perdón para su defensor, «seriamente amonestado» y arrestado por los términos de su defensa. El miércoles 4 se cierra la cobertura del caso con un titular: «Franco fue separado del ejército».

El 30 de enero El Orden trae la crónica de la persecución de Di Giovanni, la muerte de una niña de 14 años y un oficial de policía, el intento de suicidio del anarquista y su traslado al Hospital de Clínicas y a la Penitenciaría. Sus delitos se narran bajo el subtítulo «El famoso bandolero» y bajo otro subtítulo, «Brillante defensa», se dice:

«En los círculos militares de ésta se comenta elogiosamente la defensa hecha al bandolero Di Giovanni, por el teniente Franco ante el tribunal de guerra. El teniente Franco hizo cuanto pudo por salvar de la pena capital al procesado, pero pese a este el tribunal militar lo condenó a muerte» (El Orden, Tucumán, 30 de enero de 1931).

El sábado 31 de enero, El Orden informa: «Está incomunicado el defensor de Di Giovanni». La nota dice, entre otras cosas: «Di Giovanni emocionado lo abrazó, diciéndole que nunca hubiera creído que un militar pudiera defender con tanta elocuencia a un criminal de su linaje»; «Por orden del Ministerio de Guerra, fue hoy detenido e incomunicado en el cuartel del Regimiento 3 de infantería, el teniente Juan Carlos Franco, por los términos vertidos durante la defensa del bandolero Di Giovanni».

El domingo 1 de febrero, El Orden anuncia: «Hoy fue ajusticiado Di Giovanni»: «con pasmosa serenidad y sin que le vendaran los ojos recibió en pleno pecho la descarga cerrada»; «al notar al fotógrafo del penal (…) ensayó una última sonrisa, tomando una debida pose de indiferencia»; «Mientras apuntaban los soldados al cuerpo de Di Giovanni, ya para hacer fuego, de éste resonó en el espacio: ¡Viva la anarquía!».

Siguen noticias sobre Paulino Scarfó. El jueves 5 se lee en El Orden: «Procesan al Teniente Juan Carlos Franco por haberse insubordinado hace poco: habría incurrido en las faltas comprendidas en los artículos números 258, 358, 359 del Código de Justicia Militar y reglamentación respectiva». Se informa que Franco hizo «con gran calor la defensa del bandolero Di Giovanni» y que «se vio claramente que el militar había jugado una brava carta al defender al acusado».

Según los artículos del Código de Justicia militar a los que faltó Franco, «la defensa que efectúe el oficial para ello designado debe ser moderada y sin menoscabar la consideración y el respeto debido a sus superiores y sin hacer críticas ni apreciaciones desfavorables de los actos del gobierno destituido» (3).

El juicio de Severino Di Giovanni fue el 31 de enero de 1931. Antes del juicio, Franco se reunió brevemente con él. Di Giovanni le aclaró que no pensaba mentir: «Jugué y perdí, y como buen perdedor pago con la vida». Impresionado por su valor, Franco decidió darle su mejor defensa.

De su defensa, quiero destacar tres puntos: Di Giovanni actuó en legítima defensa ante el ataque de la policía; Di Giovanni (Franco lo demostró) no fue autor de la muerte de la niña, fallecida a causa del tiroteo policial; solo Dios puede dar o quitar la vida y, por ende, la pena de muerte es inaceptable: «ninguna ley del Derecho podrá reglamentar lo que no tolera la ética».

Nada en el brillante discurso de Franco delata la premura con la que fue preparado, ni que entre su breve y única entrevista con Di Giovanni y la presentación ante el tribunal mediaron pocas horas. Las represalias llegaron pronto. Una vez fusilado su defendido, Franco fue destituido del Ejército y encarcelado por 40 días. En la sentencia de muerte de Di Giovanni figura este párrafo: «Que el defensor del procesado llevado sin duda por el calor de la improvisación ha vertido conceptos que no se ajustan a los principios que impone la disciplina, ley básica de la que un militar jamás puede prescindir y que constituyen la infracción prevista en el último párrafo del art. 358 del Código de Justicia Militar».

El destino de Franco como preso era Ushuaia, pero Uriburu finalmente aceptó que marchara al destierro en Paraguay. Aquí, como civil, tuvo que buscar trabajo. Al principio fue corresponsal del diario Crítica, pero Uriburu no tardó en cerrarlo. Pasó penurias hasta que consiguió un cargo en el gobierno paraguayo y fundó un diario (4). Cuando Agustín Justo asumió la presidencia de Argentina en 1932, lo reincorporaron al ejército, pero no recuperó su posición y fue destinado a Jujuy, donde encontró la muerte en 1934, a los 35 años de edad.

El prematuro final del teniente Juan Carlos Franco, músico y elocuente defensor del anarquista Severino Di Giovanni, sigue siendo oscuro. Oficialmente, murió de tifus, pero Osvaldo Bayer (5) recogió las palabras de su hermano, el ingeniero Franco Páez, que sostenía que fue envenenado en un banquete de militares tras el cual enfermó y falleció rápidamente, y que los médicos que lo atendieron se negaron a hacer la autopsia.

Hemos querido recordar, en nombre de la fraternidad que destruye los prejuicios, esta historia de dos hombres destinados a ser enemigos, un militar y un anarquista, y su breve amistad eterna.

Notas

(1) Atahualpa Yupanqui (2008). Este largo camino. Buenos Aires, Cántaro.

(2) Verónica Estévez (2014). El tucumano Franco, defensor del anarquista Di Giovanni (1931). Tucumán, Centro Cultural Alberto Rougés.

(3) Estévez, op. cit, p. 11. Salvo indicación en contra, prácticamente todos los datos mencionados aquí se encuentran en el ensayo de la profesora Estévez.

(4) Estévez, op. cit, p. 13 («[Franco] Sufrió penurias económicas hasta que consiguió un cargo en el gobierno paraguayo y fundó un diario»).

(5) Osvaldo Bayer (2009). Severino Di Giovanni, idealista de la violencia. Buenos Aires, Sombraysén.

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