Heidi

Heidi es uno de los libros más leídos de la literatura suiza en el mundo. Es una obra llena de inocencia, en la que se resaltan los valores humanos y el amor hacia la naturaleza.

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En el otro rincón, una escalera subía a un desván donde había un montón de oloroso heno. Allí se instaló Heidi, feliz con su cama de heno, orientando la cabeza hacia una ventanita que dominaba el valle.

El caso es que el trato entre nieta y abuelo, fue tan lindo y cordial, por la desenvoltura y sentido común de la niña y la oculta bondad del anciano, que nadie podía haber imaginado, la serena felicidad que para ambos significó aquel encuentro.

Heidi desayunaba con la leche de las cabras, y partía montaña arriba con un pedazo de queso y pan en el zurrón, en compañía del pastorcillo de cabras.

Con ellas se pasaba el día jugando mientras aprendía la vida de las montañas y las costumbres de los animales.

Cada día que Heidi paseaba en la montaña, esta estaba llena de bellezas y maravillosos descubrimientos, y el abuelo se iba dulcificando con su trato.

Pedro el pastorcito vivía con su madre y su abuela, quien tomó gran cariño a Heidi. Por eso, cuando de nuevo apareció la tía Dete, y se la llevó sin contemplaciones, fue como si el sol hubiera dejado de salir una mañana.

Se la llevó a Frankfurt para servir de compañía a una niña confinada a una silla de ruedas.

Clarita, la niña vivía en una hermosa casa, al cuidado de la rigurosa ama de llaves, la señorita Rottenmeier, pues al padre de Clarita, viudo, sus ocupaciones lo mantenían lejos de la casa.

La llegada de Heidi a lo de Sesemann, estuvo regada de situaciones risibles para Clarita, angustiosas para Heidi y enojosas para la estirada señorita Rottenmeier.

Heidi se sentía aprisionada en esa casa de ventanas permanentemente cerradas.

No había prados, árboles ni montañas. Clarita, sin embargo, lo pasaba muy bien con la niña salvaje, como la calificaba la señorita Tottenmeier.

Y es que, claro, Heidi no tenía ni idea de los modales que debía guardar en la mesa, que no debía tutear a los criados y estaba convencida de que jamás aprendería a leer por lo difícil que era, según se lo había explicado su amigo Pedro.

En una escapada que la niña hizo al campanario de una iglesia. Para ver si desde ahí se divisaban los valles y las montañas que tanto añoraba, volvió con una camada de gatitos, animales que horrorizaban a la señorita Rottenmaier.

¿Y cuando le anunció que vendría de visita la abuela de Clarita?

Bien le advirtió que debía llamarla «respetable señora»

Cuando llegó la señora, Heidi ya no recordaba bien cómo debía llamarla y la saludó diciendo:

—Buenos días, señora doña Respetable.

A la señora le hizo mucha gracia aquello.

Clarita nunca se había divertido tanto como desde la llegada de Heidi y la abuela llegó a tomarle muchísimo cariño.

Tanta confianza le dio, que el profesor de Clarita, que infructuosamente había intentado enseñar a leer a Heidi, quedó sorprendido al ver que en un mes pudo hacerlo perfectamente. Sin embargo, Heidi tenía nostalgias de su abuelo y las montañas, hasta sentirse muy desgraciada.

Sobre el libro

Título:Heidi

Adaptación: Raúl Silva Alonso

Editorial: El Lector

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