Cuino: en la dirección del salmón

Coautor junto a Andrés Calamaro de himnos del rock argentino, el músico y compositor Marcelo ‘Cuino’ Scornik repasa su cancionero y desmitifica el concepto de las drogas y el dolor.

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Prefiere no decir su edad. Dice tener “más de un siglo” de vida, y la metáfora empieza a cobrar vigencia cuando repasamos los días y noches de locura que vivió a finales de la década de los ’90. Esas postales de un final e inicio de milenio, las supo vivir al límite… sin morir en el intento.

Excesos narcóticos, alegrías mitigadas de dolor y puro elixir compositivo, codo a codo con el Andrés Calamaro post Honestidad Brutal (1999), los llevó a escribir más de 700 canciones… muchas de las cuales formaron parte del quíntuple álbum El salmón (2000).

“En realidad, para nosotros era simplemente hacer lo que hacíamos. No hacíamos otra cosa. Mucha gente decía, y lo dicen también ahora: ‘Calamaro y Cuino están locos, se la pasan el día haciendo canciones…’. También había menciones a las drogas, ¿no?”, comenta Scornik, en un contacto telefónico desde Buenos Aires.

Al recordar esos días será difícil obviar recordar esos tiempos de excesos tóxicos. De todas formas, él mismo se encargará de desmitificarlas. “Siempre es una elección el uso tóxico y el no uso. Yo elegí usarlo durante muchos años de mi vida, y ahora –hace muchos años– que elegí no usarlos. Y estoy muy contento de que así sea”, aclara.

-Existe la falsa creencia del artista que encuentra inspiración en las drogas…

-Esto es muy sencillo. Si sabés hacerlo, es porque sabés hacerlo. Y si no… Charly García lo dijo una vez de una manera muy clara: uno es un músico, un autor, que eventualmente consume drogas. No es un drogadicto que escribe una canción; que le puede salir bien, producto de la casualidad. Si sos bueno, esto no hace bien.

-En tu caso, preferiste correrte…

-Yo, en mi experiencia personal, cuando decidí dejar los tóxicos, estuve 6 meses antes de volver a escribir una canción, así como estuve 6 meses sin volver a hacer el amor, porque me daba como temor de que no me gustase o que me resultara raro o que no me saliera bien. Y, por suerte, puedo decir que –en ambos casos– cuando debió ser fue maravilloso y sigue siendo maravilloso hasta el día de hoy.

-¿Cómo fue, para vos y Andrés Calamaro, el período de El salmón?

-Noches y días perdían su identidad. La noche era día y el día era noche. Nosotros hacíamos diez temas por día, pero porque nuestros días eran largos y porque no hacíamos otra cosa. ¡No íbamos a jugar al tenis o al padel! (Aunque) teníamos encuentros amorosos, ¡(pero) no entre nosotros eh! Cada uno, bueno, con la señorita elegida… y que nos diera bola, ¿no?

-¿Alguna anécdota en particular que pueda salir a luz?

-Yo siempre cuento un momento en que, justamente, yo había recibido una visita, y entonces estábamos exiliados en un Apart Hotel, y nuestras habitaciones se comunicaban. Es decir, la habitación de Andrés tenía dos ambientes, una era la habitación y otra era como un living donde habíamos armado el estudio. Y ese living se comunicaba con mi habitación, entonces yo fui a cerrar la puerta porque quería atender a mi invitada, ¿no? Y Andrés quería seguir componiendo. Entonces yo le dije: ‘Mirá, estoy cansado… no tengo ganas de escribir’. Y Andrés, con gesto muy serio, me dijo: ‘Un autor que no quiera seguir escribiendo, eso me preocupa enormemente”.

Entonces, bueno, Andrés es mi hermano… lo que él no quería era quedarse escribiendo solo. Era como una especie de caprichito. ¡Todos somos como muy caprichosos! Entonces yo, en cinco minutos, escribí la letra de una canción que se llama Empanadas de vigilia y está en El salmón.

Se la pasé por debajo de la puerta, como una especie de: ‘Ah, ¿querías que siga escribiendo? Acá tenés’. Y él me devolvió la jactancia, a la mañana siguiente, con la canción grabada, cantada, mezclada y copiada. Me golpeó la puerta, me dio un CD: ‘Acá tenés la copia de la canción que me pasaste anoche bajo la puerta’. Como un duelo de hermanos, de amigos.

-Fueron tiempos oscuros…

-Hubo momentos con bastante oscuridad. La vida de música no es una vida de alegría; hay muchos momentos que se toma alegría prestada… son préstamos que se pagan a un interés muy alto, y hay momentos sí, en que la alegría es quizás más real.

Yo me acuerdo una vez, una noche también, en que estábamos en una experiencia psicodélica. Tuvimos uno de los ataques de risa más grandes que yo recuerde, creo que a lo largo de mi vida. ¡Realmente nos divertíamos! Nos tirábamos en el piso de risa, y Andrés escribió una canción que también está en El salmón (El mambo), que dice: “Me gusta el mambo como ayer a la noche, aunque al día siguiente no exista. Me gusta el mambo tirándome por el piso y olvidarme de todo”.

-¿El acto creativo era consciente?

-Esto creo que es lo más importante para decir sobre los ‘salmón days’, que nosotros no teníamos conciencia ni intención de estar haciendo un disco. Nosotros hacíamos canciones porque eso es lo que hacíamos. Respiramos, comemos, tenemos sexo… y hacemos canciones. No estaba en nuestra a agenda: ‘bueno, tengo este horario y de acá no paro’.

-¿El dolor del autor está sobreestimado?

-La verdad es que eso me parece una mierda. Me parece que del sufrimiento hayan salido buenas canciones, no quiere decir que haya que sufrir para hacerlas. Y creo que cuando uno es bueno haciendo lo que hace, puede escribir una letra de sufrimiento sin estar viviendo un momento de sufrimiento… y eso es el oficio, ¿no?

La dupla Scornik-Calamaro, Calamaro-Scornik, dejó para la posteridad una serie de himnos del rock en nuestro idioma. Se conocen prácticamente de toda la vida –desde el colegio primario, según cuenta el Cuino–; y de esa intensa camaradería brotaron melodías que hoy forman parte del inconsciente colectivo. Canciones como Mil horas (grabada originalmente por Los abuelos de la nada), No me pidas que no sea un inconsciente (editada en Hotel Calamaro, primer disco solista del artista), El salmón, Estadio azteca (coreado fervientemente en los recitales de Andrés) y Doce pasos (editado en su más reciente disco, Bohemio).

Antes de su presentación en Asunción –junto al ex Decadentes y actual Animalitos, Nico Landa, y la banda local Capitán Jones, celebrará este viernes el cumpleaños de Calamaro en un show tributo en Pirata Bar–, Scornik nos define alguna de esas creaciones.

-No te bancaste:

-Una rubia inolvidable.

-Mil horas:

-Es el contexto de la Guerra de Malvinas. Mil horas son experiencias de drogas más mucha juventud… y poca experiencia. Mil horas es nada al mismo tiempo. Lo del cohete en el pantalón, la verdad que no se refiere a nada en particular. El cohete en el pantalón puede ser un porro de marihuana, puede ser el ‘pito’ duro o puede ser también un misil de Malvinas.

-No me pidas que no sea un inconsciente:

-Es quizás el primer sufrimiento serio por una mujer en mi vida. Quizás, el segundo, pero bueno, al primero no le tocó ninguna canción.

-Estadio azteca:

-Es una asociación. Primero, aprovechar el momento que estábamos viviendo; palabras de una tercera persona que estaba ahí y estoy jugando con una base musical de chacarera. Y, después, una apreciación liberal de cosas que me acompañaran durante toda la vida… y también manipulaciones de la realidad. La verdad es que no era ningún niño cuando conocí el Estadio Azteca y la verdad que sí, estaba duro mucho antes cuando lo volví a ver.

-El salmón:

-Es un caso muy curioso, porque El salmón transmite con una gran alegría y la verdad es que la letra es pasta base, es el circo de horror que significó mediáticamente el asesinato del fotógrafo Jose Luis Cabezas y es la caída definitiva del amor y la propuesta perversa de cambiar amor por horror. Sin embargo, escuchado con ligereza, El salmón hasta podría ser una canción para niños.

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