Retrospectiva: El Planeta de los Simios-Revolución

Una de las más influyentes sagas cinematográficas de ciencia ficción recibió en 2011 el inicio de una serie de precuelas que han superado todas las expectativas y han probado ser de lo mejor que el género ha visto recientemente.

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Las palabras “remake” y “precuelas” son capaces de sacar el cínico interno de cualquier cinéfilo, y en 2011 El Planeta de los Simios: Revolución parecía ser un poco de las dos cosas. Una película que mostraría cómo los simios comenzaron a convertirse en la especie dominante de la Tierra que vimos en el clásico filme de 1968 en que Charlton Heston descubría las ruinas de la humanidad en un planeta dominado por primates inteligentes, pero que no sería una precuela directa sino el inicio de una nueva serie.

Si a eso sumamos el hecho de que un “remake” de El Planeta de los Simios había llegado exactamente diez años antes – de la mano de Tim Burton, por alguna razón – y había sido un rotundo fracaso, había motivos para no estar entusiasmados.

Pero grande fue la sorpresa: El Planeta de los Simios: Revolución no solo no era una mala película, era un excelente relato de ciencia ficción y un emocional y trágico cuento con tanto en la mente como los filmes que vieron nacer la saga, aunque con una perspectiva muy distinta.

Como el filme original, esta película nos muestra a una humanidad autodestructiva, pero esta vez la autodestrucción nace de buenas intenciones. El doctor Will Rodham (James Franco) busca obsesivamente una cura para el Alzheimer que de a poco está consumiendo la mente de su padre, y descubre un fármaco llamado ALZ-112 que incrementa sorprendentemente la inteligencia en los simios con los que experimenta.

Así nacía nuestro verdadero protagonista, Caesar, una increíble combinación de efectos digitales y la magistral actuación del grandioso Andy Serkis, quien da voz, movimiento y actuación para traer a la vida a Caesar como hiciera con su icónico Gollum en la saga El Señor de los Anillos.

Will adopta a Caesar y descubre, por haber sido engendrado cuando su madre estaba siendo tratada con el ALZ, este le hizo efecto al bebé simio desde su nacimiento, y su inteligencia va creciendo con cada año que pasa. Pero en los humanos los efectos del ALZ no son suficientes, y el afán por desarrollar una versión más fuerte acaba sellando el destino de la humanidad.

Sin embargo, en esta primera película esa idea de la humanidad autodestruyéndose – que sería explorada a más profundidad en la secuela contrastando a la humanidad diezmada con la naciente civilización simia, y mostrando que las diferencias no son tan grandes y el mundo no es blanco o negro – está relegada al trasfondo de una historia más reducida e íntima en escala.

El foco de la película es, aún más que la secuela, Caesar. Lo seguimos desde su infancia relativamente feliz con Will y su padre, hasta que un lamentable suceso obliga a Will a dejar a Caesar en un santuario de simios dirigido por un hombre de aparentemente pocos escrúpulos y su cruel hijo, que rutinariamente abusa de los animales. Allí Caesar pasa de lamentar su destino a hacer valer su inteligencia superior para convertirse en el líder del lugar, y eventualmente dar inicio a la liberación de su especie.

Ver a Caesar progresar en su plan de liberación es al mismo tiempo triunfal y agridulce, vemos a un personaje dejar el hogar en que creció para formar, en cierta forma, su propia familia. Y todo culmina en una extraordinaria secuencia de acción prolongada que da lugar a algunos momentos instantáneamente icónicos.

Pero al final la película nunca depende de esos grandes momentos de espectáculo, aunque ciertamente esos momentos son bienvenidos. Este filme, como su secuela, vive en los primeros planos de los rostros de sus protagonistas simios y en particular Caesar, cuya cara es quizá el efecto especial más impresionante de los últimos años, el producto magistral de la gran actuación y experiencia de Serkis y la magia digital del estudio WETA, que ya se había probado a sí mismo en El Señor de los Anillos, King Kong y Avatar, pero en esta saga consagró su capacidad de traer a la vida criaturas digitales tan tangibles que el expectador puede sentir su dolor.

Y, al final, ahí corre una parte importante del corazón de esta nueva saga de El Planeta de los Simios: empatía, sentir y entender al otro, o por lo menos intentarlo. El origen del conflicto son buenas intenciones con mala suerte, y su continuidad, como vemos en la secuela, viene de la incapacidad de superar diferencias y apartar rencores.

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