No cometas adulterio

Estamos dentro del Sermón de la Montaña, que es un resumen de la espiritualidad cristiana. Dos domingos atrás, el Señor nos enseñó las bienaventuranzas, el domingo pasado nos dio la misión de ser sal y luz del mundo, y hoy toca este asunto extremamente desafiante: el adulterio.

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Jesús habla claramente: “No cometerás adulterio”. Y añade que aquel que mira a una mujer casada deseándola maliciosamente en su corazón, ya ha sido adúltero con ella.

El adulterio designa la infidelidad conyugal, que es una traición a su pareja. Ser un traidor es un título que nadie quiere, pues no solo traiciona a su cónyuge, sino que falta a las promesas que libremente ha asumido en su matrimonio. Además, mancha el signo de la Alianza del ser humano con Dios, expresado en el vínculo matrimonial.

Así, es un ultraje lamentable que daña a uno mismo; al otro, a quien ha prometido sinceridad, y manifiesta desprecio a la voluntad de Dios. Como es siembra de mala hierba, los frutos también serán desastrosos.

El adulterio es una injusticia que atenta contra la estabilidad del matrimonio, pues el miembro engañado, con frecuencia, vive un dolor acentuado, y entra en un ansioso viacrucis para lograr el perdón, cuando lo logra.

Restablecer la confianza en el otro es un camino espinoso y solo es posible cuando el infiel da muestras fehacientes de que ha abandonado sus perversas aventuras. Es más, cuando reconoce su infidelidad y procura reconquistar a su pareja.

Es causa importante de divorcios, lo que genera zozobra emocional en los hijos, principalmente cuando son pequeños.

Cuando hay separación, la parte económica de la familia se ve afectada, con dificultades más grandes para el estudio, tratamiento de salud y otros.

“Cuando un hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque ocasional, comenten un adulterio”, sostiene el Catecismo de la Iglesia, N° 2380.

¿Qué lleva una persona casada a cometer el adulterio? Serán muchas las respuestas, pero conviene distinguir entre motivos masculinos y femeninos.

Al varón, por una calentura descontrolada, para exaltarse delante de los amigos, para afirmarse como “machito” y otros.

A la mujer, tal vez, por carencia afectiva, por no sentirse valorada por el marido, por la soledad y falta de diálogo.

Para no cometer adulterio es esencial huir de las ocasiones de pecado, hoy día el teléfono celular es filosa tentación, mantener la relación matrimonial con un constante compartir. Asimismo, cuidar de la vida espiritual, dando más espacio para Dios y rezando con su pareja.

Paz y bien.

Hno. Joemar Hohmann - Franciscano Capuchino

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