Dionisio y la épica de sus desembarcos

No se preocupen. No me voy a ocupar hoy de “ese” Dionisio, sino del Dionisio de calidad, de ese que nos genera orgullo a una enorme cantidad de compatriotas. Del Dionisio al que la patria le debe, por ejemplo, la estabilidad macroeconómica que pervive pese a lo que se robó y se roba. Quiero hablar del Dionisio íntegro, que jamás vendió su dignidad, que no traicionó sus principios. Quiero hablar de mi amigo Borda, mi correligionario aurinegro.

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El martes 19 Dionisio recibió el afecto y la admiración de una multitud que fue a la presentación de su libro, Mis desembarcos: memorias. Ningún personajete de nuestra narcotizada politiquería podría convocar de manera espontánea y desinteresada a gente de esa calidad en tal cantidad.

Esa noche celebramos que se haya decidido a dejar —en su libro— testimonio de su vida, ejemplar en varias dimensiones. “Yo tuve la fortuna de nacer en una familia pobre y relativamente numerosa de San Juan, donde el sentido de la dignidad estaba presente, forjado por la dedicación al trabajo honesto, así como en el optimismo de que el esfuerzo tesonero traería días mejores”.

En San Juan Bautista, donde desembarcó en la vida, Dionisio pisó por primera vez la escuela sin hablar castellano. Desembarco difícil en una playa misteriosa y hostil para un guaraní hablante. Pero azuzado por su mamá, que sabía que la única salvación de su niño sería el estudio, él se fijó el objetivo de vencer las barreras que hubiere. Doce años después era el mejor egresado del colegio. El desembarco en una meta que él se propuso alcanzar. Luego, pobre de solemnidad, con el apoyo de unos pocos amigos, también pobres, desembarcó en la desconocida Asunción, desde donde Borda abordó otro navío de deseos que lo llevó a desembarcar en la Facultad de Agronomía de la UNA. Otra vez la voluntad, el tesón y la seguridad de que no tenía límites para aprender: medalla de oro como mejor egresado. Pero eso no bastaba. Quería estudiar en una Universidad de los Estados Unidos. Quería estudiar Economía. De allá volvió con un doctorado tras años durísimos de estudio y trabajo.

La historia reciente ya la conocen. Sus grandes desembarcos ministeriales. La rara y fructífera alianza con el colorado Nicanor Duarte Frutos, para sacar al Paraguay del pozo en que lo sumió el desastroso gobierno de González Macchi. Y un hito: Dionisio no corrió a que le ataran al cuello un pañuelo partidario de la situación. Sirvió en un gobierno colorado pensando en la patria. Y lo hizo con sabiduría, honestidad y eficacia. Luego volvió a ser ministro con Lugo. Y posteriormente retornó a su vida natural, a servir al país desde donde le tocara servir.

Les va a hacer bien leer Mis desembarcos. Sentirán que todavía queda un Paraguay posible, decente e ilustrado en medio de tanta desolación ética y estética. Al cerrar el libro, uno siente una voz interior: “Todavía podemos vencer a la bestia”.

nerifarina@gmail.com

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