SALAMANCA. Tenía eso que pocas personas poseen y que muchos, por más esfuerzo que hagan, no lo logran alcanzar. Tenía carisma, ese don especial que logra encantar a cuantos le rodean y le escuchan. El sacerdote José Isidro Salgado, que acaba de fallecer en Salamanca, era uno de esos pocos. Murió en su tierra, pero con los ojos puestos en Paraguay al que le dedicó cincuenta años de su vida; los mejores. Nunca dejó de estar allí. Llegó a Asunción en febrero de 1956 y en 2001, durante lo que tendría que haber sido nada más que una visita a España, le diagnosticaron una enfermedad terminal, y decidió quedarse. Deseaba evitar las despedidas, los desgarros de la separación, el dolor del extrañamiento. Y se quedó en Salamanca a esperar que la enfermedad cumpliera con su labor y por fin partiera. Así sucedió.