Ante todo, era un hombre

SALAMANCA. Tenía eso que pocas personas poseen y que muchos, por más esfuerzo que hagan, no lo logran alcanzar. Tenía carisma, ese don especial que logra encantar a cuantos le rodean y le escuchan. El sacerdote José Isidro Salgado, que acaba de fallecer en Salamanca, era uno de esos pocos. Murió en su tierra, pero con los ojos puestos en Paraguay al que le dedicó cincuenta años de su vida; los mejores. Nunca dejó de estar allí. Llegó a Asunción en febrero de 1956 y en 2001, durante lo que tendría que haber sido nada más que una visita a España, le diagnosticaron una enfermedad terminal, y decidió quedarse. Deseaba evitar las despedidas, los desgarros de la separación, el dolor del extrañamiento. Y se quedó en Salamanca a esperar que la enfermedad cumpliera con su labor y por fin partiera. Así sucedió.

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En sus conversaciones cotidianas afloraban los recuerdos de los años en Paraguay, las anécdotas, los momentos vividos con intensidad no importaba que hubieran sido buenos o duros. Atrás de ellos estaba la vitalidad que nunca lo abandonó. Cuando la enfermedad le fue restando fuerzas físicas, preguntaba siempre qué noticias había, cómo estaban las cosas en el país. Le interesaba todo: los acontecimientos políticos, la vida de la Iglesia, las habladurías de la calle y, sobre todo, noticias de sus amigos, ese grupo numeroso que siguió comunicándose con él de alguna o de otra manera.

Trabajó en el Seminario Metropolitano ayudando en la formación de seminaristas pues tenía marcada vocación por la enseñanza y una gran pasión por el cine. Durante algunos años coincidimos en la Facultad de Medios de Comunicación de la Universidad Católica donde compartimos la cátedra de historia del cine y luego en aquellas sesiones de cine-club que desaparecieron cuando la dictadura decidió arrasar con todo tipo de actividad cultural.

Más tarde vivió en el edificio de la Curia Metropolitana, en el segundo piso, frente a la Catedral y con frecuencia debió llevar adelante gestiones delicadas e importantes relacionadas con la Iglesia ya que poseía un gran don de la diplomacia y era un hábil negociador.

Sin que se le creara ningún conflicto alternó su condición de religioso con la labor periodística. Dirigió varios años “El Diario Noticias”, posiblemente los mejores de ese medio hoy desaparecido, y a la noche aparecía en la pantalla de televisión del Canal 13 con la nota editorial.

En el año 2004 la Diócesis de Salamanca juntamente con la Delegación de Misiones editó un libro sobre la labor que desarrolló en Paraguay, durante cincuenta años, una numerosa delegación de sacerdotes salmantinos. Salgado entre ellos. Los responsables de esta publicación le presentaron a cada sacerdote un cuestionario para evaluar el trabajo hecho. De ese cuestionario quiero rescatar nada más que dos temas: “¿Qué juicio te merece, a nivel personal, tu experiencia misionera?” Respondió: “En el orden humano un gran compañerismo, afecto y acogida por parte de Paraguay, mayor entre el laicado que por parte del mundo clerical [...]. Un enriquecimiento al descubrir otra cultura y valorarla por asimilación. Aprendí a vivir en situaciones muy conflictivas, a punto de ser expulsado del país por la autoridad civil y eclesiástica. Pude mantener mi libertad interior y discrepante fidelidad”.

Años después de derrocada la dictadura pudo hablar con Stroessner en su exilio de Brasilia. Le preguntó por qué quiso expulsarlo del país y por qué no lo hizo ya que tenía el decreto en el cajón de su escritorio. Y dice que el dictador le respondió, textualmente: “E’a pa’i. Es que vos estabas jodiendo mucho”. En cuanto a por qué no firmó el decreto, guardó silencio.

En la misma entrevista recuerda sus discrepancias con el arzobispo de Asunción por problemas con la Universidad Católica y la parroquia de San Roque “que se resolvió a mi favor, pero con gran dolor y sufrimiento”.

Conversando con él aquí en Salamanca le comenté una vez que había leído “Confesiones” de San Agustín y que me había impresionado hondamente. “Es que impresiona –me respondió– por ser un texto muy piadoso”. Me extrañó el término y enseguida agregó: “Sí, es un texto virilmente piadoso”. Nunca se me había ocurrido interpretar el término desde este ángulo. Pero me ayudó también a entender mejor su personalidad. Salgado fue un intelectual y también un hombre muy piadoso; pero ante todo fue un hombre en el sentido más humano y profundo del término.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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