El martes fue un día de júbilo nacional a partir del anuncio de que la guarania es patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Se da este acontecimiento singular en vísperas del centenario de la creación del maestro José Asunción Flores. En cien años se dieron muchos acontecimientos, gratos y dolorosos, que marcaron la grandeza y la pequeñez del ser humano.
Mediante un periodista que cubre los actos oficiales conseguí la entrevista con Donald Trump. Me hicieron pasar a su despacho. Atendía a algunas personas, cada una de ellas con una carpeta bajo el brazo. La voluminosa figura del candidato ganador me pareció menos atractiva que sus caricaturas, las que expresan mejor su desparramada personalidad. Pronto gobernará el mundo.
Disculpame por favor, ayer se me pasó totalmente devolverte la llamada. Es que estaba muy ocupada comentando con mis colegas nuestro reciente viaje a Estados Unidos… una maravilla querida, una maravilla, para más no pagamos ni un centavo… fuimos entre 15, nos dijeron que nos íbamos para observar las elecciones presidenciales… sí, vimos por televisión en un yate a todo lujo… no te cuento todo lo que comimos y bebimos…
Llevaba ya meses en el intento de entrevistarle. Nunca pude hacerlo por sus compromisos en el exterior. Hoy supe que estará en el Paraguay por unas horas y procuré, como otras veces, que mis contactos contacten con los suyos. ¡Al fin! En su despacho de la Casa de Gobierno se levantó para estrecharme la mano con su sonrisa de niño bien criado y me ofreció un asiento delante del suyo.
En el primer intento conseguí la entrevista. Me pasó la mano con amabilidad pero me llamó la atención que no se levantara, como se acostumbra en estos casos. Enseguida me dí cuenta de que estaba parado. Detrás de él sobresalía un enorme cuadro con la imagen del general Bernardino Caballero en cuyos ojos parecía dibujarse una pícara sonrisa.
Dijo que el dinero que reciben las ONG se utiliza para destruir la democracia. Quise saber más sobre la acusación que deslizó el diputado y pedí entrevistarlo. Le encontré en su despacho, desparramado en su asiento, desayunando chicharó trenzado con mosto helado. Me hizo señas para sentarme.
El secretario me hizo pasar a la oficina a la espera de que el senador terminase “unos asuntos”. Al fin se abrieron las dos hojas de la puerta y asomó apretadamente una barriga. Segundo después apareció el dueño. No me estrechó la mano, me machucó. Al ver que me dolió, en sus ojos de pájaro se dibujó un gozo siniestro.
La comisión garrote tiene su encanto. Mario Halley Mora le llamaba a sus comedias “pukara” (para reírse) que viene a ser esta comisión. Entre sus muchas piezas, Mario había escrito “El comisario de Valle Lorito”, que vuelve para recordarnos que nuestra historia avanza en círculo. Hoy vivimos también en Valle Lorito, con su comisario que todo lo domina y acapara. Si no ha de ser de él, crea comisiones que enturbien lo que no puede alcanzar.
¡Qué humilladas han de sentirse las personas decentes que acuden, obligadas, al banquillo de la comisión garrote! No les ha de ser fácil ver y escuchar a unos seres que el accidente político les puso en un sitio que se inventaron para sentirse ilustres, con el látigo de la soberbia en la mano.