La ideología comunista reclama el poder absoluto, imponiendo una dictadura totalitaria, eliminando de la sociedad a todo el que piense diferente a sus postulados.
En ese tenor, en los países donde se imponía, necesitaba controlar sus fronteras para evitar que sus aterrorizados ciudadanos pudiesen escapar hacia las democracias liberales.
El Muro de Berlín, es uno de los mayores símbolos de ese encarcelamiento de ciudades y países enteros por parte del comunismo.
Una ideología totalitaria que comenzó a caer hace 30 años, con el derrumbamiento, precisamente, de ese emblemático muro.
La agencia AFP registra el testimonio de ciudadanos de Alemania Oriental, sometidos a aquella dictadura, la noche en que encontraron la libertad.
busca construir una nueva sociedad, eliminando la anterior,
“¡Y, de repente, abrieron!”
BERLÍN (AFP). “¡Y de repente abrieron la barrera! Todo el mundo empezó a correr. Y yo también”. La noche del 9 de noviembre de 1989, Andreas Falge fue uno de los primeros berlineses del Este en cruzar al Oeste.
Testigo atónito, arrastrado por el torbellino de la Historia, Falge cuenta con una desfachatez muy berlinesa la apertura del primer puesto fronterizo por parte de soldados de Alemania Oriental desbordados por la multitud, que rugía: “¡Abran la puerta!”.
“Había una marea humana” que avanzaba hacia el puesto fronterizo de Bornholmer Strasse y que gritaba: “¿Oíste la noticia?”, dice este hombre fornido de cabellos canosos, de pie en el mismo lugar en el que se encontraba treinta años atrás.
“La noticia” es un anuncio realizado al caer la noche por un miembro de la jerarquía del régimen comunista. Los alemanes del Este están autorizados, a partir de ahora, a viajar a Alemania Occidental.
Falge, por entonces un técnico que trabajaba en un cine, mira como muchos de sus compatriotas del Este la televisión pública del Oeste, que difunde un partido de fútbol de la Copa de Alemania.
Pero hacia las 22:40, el presentador del telediario anuncia la apertura de la hermética frontera que separa desde hace más de 28 años a los berlineses de uno y otro lado de la Cortina de Hierro.
Falge salta de su silla. “No tenía la menor idea de si la frontera ya estaba abierta o no. ¡Vamos, no me importa! Tomé mi chaqueta de cuero, mis papeles, 100 marcos alemanes y un mapa” de Berlín-Oeste.
Y así el joven llega a Bornholmer Strasse, con otros cientos de curiosos, frente a los poco amigables soldados de Alemania del Este. “Me decía: ¡Mi dios, si esto se pone bravo...! Tenía cuidado en caso de que uno de ellos sacase un arma”, recuerda.
“¡Y de repente abrieron la barrera! Todo el mundo empezó a correr. Y yo también”, continuá. Son cerca de las 23:30 y el Muro de Berlín ha caído.
Desorientado, avanza sobre el puente y termina viendo a dos policías de Alemania Occidental. “Fue en ese momento que me di cuenta: Pero caray, ¡estoy en el Oeste!”
La aventura acaba de comenzar. Su primer contacto con el Oeste es una taberna de barrio donde unas personas, bajo el espeso humo de los cigarrillos, arreglan el mundo mientras toman cerveza.
“Abrí la puerta y me dije: ‘Genial. Esto es el Oeste y sus luces...’”, se ríe.
En 1989, no hay teléfonos portátiles ni redes sociales para difundir la información a la velocidad. La mayoría de la gente que se cruza ignora aún lo que está sucediendo.
Desde el bar llama a su amigo Wolfgang. “Me dijo que estaba contento de que lo llamase. Le dije: “Deja de hablar y más bien ven a buscarme’. Siguió un silencio. ‘¿Buscarte? ¿Pero dónde estás?”.
Falge le explica que se encuentra en el barrio de Wedding, en el Oeste. “¿Cómo que estás en Wedding?”, le pregunta su amigo. “Le dije: ‘Bueno, acaban de abrir el Muro’. Y ahí escuché: ‘¡Puta madre!’”.
Así, la libertad que comenzaron a experimentar esos berlineses de a pie, tímidamente aquella ahoche, alcanzó luego a toda la Europa tras el Telón de Acero.
Inmensas cárceles
El Muro comenzó a ser construido el 12 de agosto de 1961; persistió durante 28 años como símbolo de la cárcel en que el comunismo había convertido a países enteros.
Sus 155 kilómetros de hormigón armado, con más de 3 metros de altura, más de 300 torres de vigilancia y múltiples sistemas de seguridad, fueron construidos para evitar que los habitantes del “paraíso socialista” escapasen hacia la “decadencia de Occidente”.
Cerca de 200 vidas fueron eliminadas por intentar superarlo.