¿Dónde está la fuerza para un nuevo rumbo?

Ya hablamos de un liderazgo que necesariamente correspondería al presidente de la República. Veremos si el que elegimos tiene las condiciones para serlo. Pero el Presidente es nada más que eso: el Presidente.

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Un Gobierno que pretende cambios necesita de una sociedad organizada deseosa de ese cambio. Insatisfecha o incómoda con la forma que funciona el Estado. Un grupo estructurado sobre la idea de que cambiando se harán más y mejores negocios, la gente tendrá mejores oportunidades y en consecuencia tendremos un país en pleno proceso de desarrollo.

El Paraguay necesita de un proceso de cambio que se nota muy claramente se está produciendo en el sector privado y uno urgente y profundo en el sector público, donde parece siguen en el rumbo equivocado sin ganas de cambiar. Este proceso será necesariamente lento, prolongado y, eventualmente, traumático.

La paraguaya, hoy en día, es una sociedad estratificada por el nivel del cargo en la política y con base en el dinero en el sector privado. En muchas sociedades esto es una realidad, pero lo que nos hace un tanto distintos es que en la política poco interesa la trayectoria y en la sociedad civil poco interesa el origen del dinero.

Esta realidad es percibida intuitivamente por la gente. Un gran empresario, productor, eficiente, innovador es poca cosa comparado con uno de menor calidad pero con mucho dinero.

Un funcionario público intachable, íntegro y eficiente es nada frente al badulaque con cargo elevado y ejercicio arbitrario del poder amparado por algún padrino poderoso.

Siendo esta nuestra realidad, ¿cómo combatir la corrupción si el dinero que genera eleva el estatus? ¿Cómo salir de la mediocridad si la excelencia no está valorada?

Este es el gran desafío para transitar un rumbo distinto al que tenemos. Para nosotros es un nuevo rumbo. Para las sociedades desarrolladas es el único rumbo conocido.

La base para iniciar ese proceso hacia el rumbo correcto está en dejar de premiar al mediocre y al sinvergüenza y reconocer y potenciar a los que se empeñan por ser cada vez mejores.

¿Se puede hacer esto de manera radical, revolucionaria? Estimo que no, por más poder que se tenga, por más rico que se sea.

El que puede transformar no es el que tiene mando sino el que inspira. En este sentido, posiblemente, el papa Francisco sea un líder a observar y eventualmente a imitar.

Él deja muy claro que hay temas y conductas que no son admisibles y no serán tolerados. Hace un discurso, pero hay mensajes verbales de gran impacto porque son coherentes con su propia conducta y acciones.

Tenemos, como nunca, buenas condiciones objetivas para intentar ahora los cambios. Sin embargo, no será suficiente el esfuerzo desde el Gobierno. Por eso, debemos replantearnos el concepto del éxito. Si el éxito se mide por el tamaño de la chequera, nada se podrá hacer, efectivamente. Ganar dinero no da más que eso: dinero y una sensación de poder hasta que se topeta con alguien –siempre habrá– que tenga más dinero que uno. Lo mismo ocurre con el poder.

Creo que el legado es un componente esencial del éxito.

Si las personas claves se empeñan de la misma manera en dejar un legado, como herencia, que en tener mucho dinero o poder, se habrá empezado a cimentar el rumbo adecuado para llegar al desarrollo.

Todos nos beneficiaríamos, a ellos les mantendrá en el elevado estrato que tienen, pero al mismo tiempo les hará parte de lo mejor de nuestra historia.

Para esto hay que tener una gran y noble ambición que nunca florece cuando la maraña de la mediocridad y la pequeñez lo cubren.

gonzaloarnulfo@gmail.com

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