¿Progresos en cambio climático?

La reciente Cumbre de Lima de Jefes de Estado y de Gobierno, en diciembre pasado, culminó en un importante acuerdo de la comunidad internacional en materia de reducción de emisiones de carbono. Esta reunión fue la penúltima –la definitiva debe llevarse a cabo en París este año – de un largo y frustrante proceso, iniciado en 2009, para encontrar una fórmula de aplicación de las normas del Protocolo de Kyoto durante el segundo período que se inició en 2012, que había eludido a la comunidad internacional.

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En resultado de Lima modifica el Protocolo de Kyoto, en vigor desde el 2005, en dos aspectos fundamentales. En Kyoto las exigencias eran aplicables solo a los países industrializados, mientras que los países en desarrollo estaban exentos de toda obligatoriedad. De acuerdo al documento de Lima, ahora todos –industrializados y en desarrollo– asumen el compromiso de reducir sus emisiones de carbono.

Asimismo, el carácter de obligación internacional de reducir en porcentajes numéricos y en plazos determinados las emisiones de carbono es destronado por compromisos de cada país a determinar su nivel de reducción. Kyoto demostró ser muy difícil de implementar no solamente por razones políticas, al eximir de cualquier obligación a importantes países en desarrollo grandes emisores de carbono como India y China, sino también por la severidad del impacto económico y social negativo que producen los niveles de reducción exigidos.

Hay una razón para ello. Se nos está pidiendo que abandonemos progresivamente los combustibles fósiles como fuente principal de energía antes que las emisiones que produce hagan un daño irreparable a la atmósfera.

Como sostiene el francés Georges Monbiot [2], nuestras libertades, nuestras comodidades y nuestra prosperidad son productos del combustible fósil, cuya combustión crea el gas dióxido de carbono que es el principal responsable del calentamiento global. En la frase de Naomi Klein, el sistema económico y el sistema planetario están en conflicto [3].

Así, el acuerdo de Lima debe leerse como un cambio fundamental en la estrategia para el combate al calentamiento global. Se abandonan los standards internacionales obligatorios por obligaciones voluntarias de cada país. Aunque este cambio de enfoque puede generar un cierto escepticismo, no hay que olvidar otra realidad internacional ineludible en cuanto a que la implementación de cualquier obligación que adquiere un país por la vía de un tratado está sujeta a los vaivenes de la política doméstica.

Las cuatro páginas del texto final de Lima evocan una antigua frase de Kissinger, “la falta de opción clarifica el espíritu”. No hay una alternativa realista al recorte de emisiones de carbono sobre la base de consideraciones de política interna antes que las necesidades científicas.

El consenso de Lima estuvo precedido (y estimulado) por el acuerdo entre Estados Unidos y la República Popular China –los principales emisores de carbono del mundo– alcanzado unas semanas antes durante la visita del presidente Obama a Beijing.

Durante años había sido imposible a estos países, responsables conjuntos del 36% de la emisiones mundiales, de acuerdo al Global Carbon Atlas (ed. 2013) llegar a un consenso. Las razones de su desacuerdo tienen muchas dimensiones. En última instancia, se reducen a un debate ético – político - científico sobre las responsabilidades en materia de reducción de emisiones.

Estados Unidos empleaba como argumento la suma global de emisiones de la población, descartando los niveles relativamente bajos per cápita de los chinos.

Para la República Popular China ha sido inaceptable que un país permita que cada uno de sus ciudadanos puedan emitir cerca de 20 millones de toneladas de carbono al año. Ambos han sostenido hasta ahora que le corresponde al otro asumir mayores obligaciones en materia de reducción de emisiones. El acuerdo alcanzado es un compromiso mutuo de llevar a cabo un proceso de reducciones en niveles decididos internamente, que sirvió de base para la fórmula acordada en Lima.

En síntesis, luego de años de discordancia y frustraciones pareciera que la comunidad internacional ha encontrado el camino de un pacto global para combatir el calentamiento global. Solo el tiempo dirá, como sostuvo recientemente Graca Machel, la viuda de Mandela, si hubo una enorme disparidad entre la magnitud del desafío y la respuesta que se está ofreciendo.

Aún si en París se forja un acuerdo audaz y ambicioso, lo que no es evidente, su cumplimiento por los países es harina de otro costal.

(*)Ex - Negociador de Chile para cambio climático.

[1] El contenido del artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa la opinión o el parecer de persona o institución alguna.

[2] “Heat.” George Monbiot. Penguin Books.

[3] “This Changes Everything: Capitalism vs the Climate. Naomi Klein. Simon and Schuster.

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