El accesorio es insólito pero la situación de alarma lo requiere. Llevar mascarilla en público para evitar la propagación del coronavirus se ha convertido en una obligación en algunos países europeos. La presidenta de Eslovaquia, Zuzana Caputova, no quiso renunciar al glamour y lució una mascarilla de lo más lujosa.
Donald Trump se niega a ponérsela, Emmanuel Macron añade a la suya un ribete tricolor con la bandera francesa, y la presidenta eslovaca se esmera en que haga juego con su vestido: no todos los dirigentes del mundo usan la mascarilla protectora ante el covid-19, pero su actitud ante ella tiene siempre un marcado significado político. Más que un objeto, un mensaje político.
Muchos se opusieron a su uso al inicio de la pandemia, en especial en Occidente, antes de que los expertos dieran sus opiniones. Entonces ¿los políticos deben o no lucir mascarilla? “La decisión depende del mensaje que el dirigente quiera dar”, estima Jacqueline Gollan, experta en comportamiento de la Northwestern University en Illinois (Estados Unidos).
“Puede llevarlo si quiere promover la salud pública. Renuncia a hacerlo si quiere expresar que el riesgo de transmisión es débil y que las cosas se normalizan”, explica.
Sea cual fuere su primera motivación, su actitud “constituye un ejemplo que mucha gente va a seguir”, confirma Claudia Pagliari, investigadora de la Universidad de Edimburgo. Medio centenar de países defienden ahora el uso de mascarilla como instrumento de protección esencial ante la pandemia. Pero las reservas no siempre son suficientes y se destinan antes al personal sanitario o de seguridad. (AFP).