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Dar un paseo por los tres kilómetros de playa blanca a orillas del río Paraná se transforma en todo un viaje en el tiempo si uno agudiza los sentidos y centra su atención en los miles de fragmentos de cerámica que se encuentran tendidos en la arena.
Lo que desde lejos parecieran ser simples pedregullos, en realidad, son restos arqueológicos de asentamientos originarios que se calculan están datadas en hace más o menos 200 años.
Pedazos de vasijas, utensilios, herramientas y hasta urnas funerarias de nativos guaraníes todavía resurgen del suelo como si quisieran contarnos más sobre las familias que alguna vez habitaron ese paraje.
Pobladores de la zona cuentan que hace unos 15 años todavía se encontraban vasijas de cerámica enteras y en perfectas condiciones. Algunas halladas son pequeñas y con varios tipos de diseños: líneas, ondulaciones, relieves y agujeros a través de los cuales probablemente pasaban cuerdas para poder transportarlas en su ajetreo cotidiano. Otras tienen delicados trazos de colores naturales en tonos ocre, blanco y negro.
Cuenco gigante
La pieza de cerámica más grande que se encontró hasta el momento tenía casi un metro de altura. Contaba con una tapa con delicados diseños y en su interior se encontraron restos óseos y dientes humanos. Por esta razón se cree que estos objetos eran utilizados como urnas funerarias. Una vez abierta la vasija, los huesos de su interior se hicieron polvo en contacto con el oxígeno.
También se encontraron piedras talladas, que según sus características fueron utilizadas como herramientas de caza o tal vez como armas.
De acuerdo con los datos, como en la zona no existe este tipo de piedras, se cree que estos nativos las traían de otras regiones o hacían trueques con otras etnias.
Según averiguaciones, no existen estudios científicos sobre esta maravilla cultural, apenas información recabada por aficionados a la arqueología, que fascinados por los hallazgos buscaron más datos. De acuerdo a las características de los potes de cerámica, algunas piezas tendrían alrededor de 200 años y otras, incluso serían mucho más antiguas.
Al recorrer las playas y toparse con estos ejemplares es imposible no imaginarse a las familias nativas, sus tolderías, y a varios de ellos tal vez pescando en las cristalinas y calmas aguas del lago Sirena, que a su vera aún guarda secretos de una exótica cultura de la cual muy poco sabemos.
Playas, islas y pesca
Cerrito, que debe su nombre a una elevación de tierra ubicada a orillas del río Paraná, está situado a unos 350 kilómetros de Asunción, en el departamento de Ñeembucú. Se puede llegar por la ruta San Ignacio-Santa Rita-Yabebyry, Laureles; así como por Pilar, haciendo el circuito Isla Umbú- Desmochados- Villalbín, Yataity-San Antonio-Cerrito.
Entre los atractivos turísticos naturales del lugar se encuentran el ya citado lago Sirena, con tres kilómentros de playa natural, las islas Boca y Pombero, el cerro Itá Punta y las dunas de arena.
La oficina de turismo dependiente de la Municipalidad local ofrece servicios de traslado en lancha a dichas islas, cuyas aguas transparentes y coloridos paisajes son los mejores obsequios del lugar para unas vacaciones en armonía con la naturaleza. Además se cuenta con zona para camping, baños públicos, servicios de cantina y parrillas para cocinar.
La pesca es otra de las actividades que atrae a los turistas. Dorado, surubí, boga, pacú, tres puntos y mandi’i son algunos de los ejemplares más preciados que ofrecen las aguas del Paraná. Existe servicio de alquiler de botes con motor y un guía para recorrer el río.
La ciudad cuenta con hoteles, posadas y casas para alquilar a quienes deseen pasar unos días disfrutando de las costas con precios accesibles.
Cerrito, tierra rica en historia, fauna, flora y sorprendentes amaneceres y atardeceres es uno de los destinos elegidos en esta temporada en el que el turismo interno es la elección principal. Eso sí se ruega a los visitantes mantener los protocolos sanitarios y proteger el medioambiente para preservar intacta esta maravilla natural del Paraguay.
Fotos: Gentileza.